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con nidal de paloma torcaz.

Tan lejanos se encuentran los años

de los panes de harina candela

disfrutados en mesa de pino,

que negamos, mejor, su verdad,

y decimos que siempre estuvieron

nuestras vidas lo mismo que están,

y vendernos la blanca memoria

que dejamos tendida al umbral.

Han llegado los días ceñidos

como el puño de Salmanazar.

Llueve tanta ceniza nutrida

que la carne es su propio sayal.

Retiraron los mazos de lino

y se escarda, sin nunca acabar,

un esparto que no es de los valles

porque es hebra de hilado metal.

Nos callamos las horas y el día

sin querer la faena nombrar,

cual se callan remeros muy pálidos

los tifones, y el boga, el caimán,

porque el nombre no nutra al destino,

y sin nombre, se pueda matar.

Pero cuando la frente enderézase

de la prueba que no han de apurar,

al mirarnos, los ojos se truecan

la palabra en el iris leal,

y bajamos los ojos de nuevo,

como el jarro al brocal contumaz,

desolados de haber aprendido

con el nombre la cifra letal.

Los precitos contemplan la llama

que hace dalias y fucsias girar;

los forzados, como una cometa,

bajan y alzan su "nunca jamás".

Mas nosotros tan sólo tenemos,

para juego de nuestro mirar,

grecas lentas que dan nuestras manos,

golondrinas -al muro de cal,

remos negros que siempre jadean

y que nunca rematan el mar.

Prodigiosas las dulces espaldas

que se olvidan de se enderezar,

que obedientes cargaron los linos

y obedientes la leña mortal,

porque nunca han sabido de dónde

fueron hechas y a qué volverán.

¡Pobre cuerpo que todo ha aprendido

de sus padres José e Isaac,

y fantásticas manos leales,

las que tejen sin ver ni contar,

ni medir paño y paño cumplido,

preguntando si basta o si es más!

Levantando la blanca cabeza

ensayamos tal vez preguntar

de qué ofensa callada ofendimos

a un demiurgo al que se ha de aplacar,

como leños de holgura que odiasen

el arder, sin saberse apagar.

Humildad de tejer esta túnica

para un dorso sin nombre ni faz,

y dolor el que escucha en la noche

toda carne de Cristo arribar,

recibir el telar que es de piedra

y la Casa que es de eternidad.

NOCTURNO DEL DESCENDIMIENTO

A Victoria Ocampo.

Cristo del campo, "Cristo de Calvario" [6]

vine a rogarte por mi carne enferma;

pero al verte mis ojos van y vienen

de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

Mi sangre aún es agua de regato;

la tuya se paró como agua en presa.

Yo tengo arrimo en hombro que me vale,

a ti los cuatro clavos ya te sueltan,

y el encuentro se vuelve un recogerte

la sangre como lengua que contesta,

pasar mis manos por mi pecho enjuto,

coger tus pies en peces que gotean.

Ahora ya no me acuerdo de nada,

de viaje, de fatiga, de dolencia.

El ímpetu del ruego que traía

se me sume en la boca pedigüeña,

de hallarme en este pobre anochecer

con tu bulto vencido en una cuesta

que cae y cae y cae sin parar

en un trance que nadie me dijera.

Desde tu vertical cae tu carne

en cáscara de fruta que golpean:

el pecho cae y caen las rodillas

y en cogollo abatido, la cabeza.

Acaba de llegar, Cristo, a mis brazos,

peso divino, dolor que me entregan,

ya que estoy sola en esta luz sesgada

y lo que veo no hay otro que vea

y lo que pasa tal vez cada noche

no hay nadie que lo atine o que lo sepa,

y esta caída, los que son tus hijos,

como no te la ven no la sujetan,

y tu culpa de sangre no reciben,

¡de ser el cerro soledad entera

y de ser la luz poca y tan sesgada

en un cerro sin nombre de la Tierra!

Año de la Guerra Española.

LOCAS LETANÍAS

¡Cristo, hijo de mujer,

carne que aquí amamantaron,

que se acuerda de una noche,

y de un vagido, y de un llanto:

recibe a la que dio leche

cantándome con tu salmo

y llévala con las otras,

espejos que se doblaron

y cañas que se partieron

en hijos sobre los llanos!

¡Piedra de cantos ardiendo,

a la mitad del espacio,

en los cielos todavía

con bulto crucificado;

y cuando busca a sus hijos,

piedra loca de relámpagos,

piedra que anda, piedra que vuela,

vagabunda hasta encontrarnos,

piedra de Cristo, sal a su encuentro

y cíñetela a tus cantos

y yo mire de los valles,

en señales, sus pies blancos!

¡Río vertical de gracia,

agua del absurdo santo,

parado y corriendo vivo,

en su presa y despeñado;

río que en cantares mientan

"cabritillo" y "ciervo blanco"

a mi madre que te repecha,

como anguila, río trocado,

ayúdala a repecharte

ysúbela por tus vados!

¡Jesucristo, carne amante,

juego de ecos, oído alto,

caracol vivo del cielo,

de sus aires torneado:

abájate a ella, siente

otra vez que te tocaron;

vuélvete a su voz que sube

por los aire extremados,

ysi su voz no la lleva,

toma la niebla de su hálito!

¡Llévala a cielo de madres,

a tendal de sus regazos,

que va y que viene en un golfo

de brazos empavesado,

de las canciones de cuna

mecido como de tallos,

donde las madres arrullan

a sus hijos recobrados

o apresuran con su silbo

a los que gimiendo vamos!

¡Recibe a mi madre, Cristo,

dueño de ruta y de tránsito,

nombre que ella va diciendo,

sésamo que irá gritando,

abra nuestra de los cielos,

albatros no amortajado,

gozo que llaman los valles!

¡Resucitado, Resucitado!

"MUERTE DE MI MADRE"

Ella se me volvió una larga y sombría posada; se me hizo un país en que viví cinco o siete años, país amado a causa de la muerta, odioso a causa de la volteadura de mi alma en una larga crisis religiosa. No son ni buenos ni bellos los llamados "frutos del dolor" y a nadie se los deseo. De regreso de esta vida en la más prieta tiniebla, vuelvo a decir, como al final de Desolación, la alabanza de la alegría. El tremendo viaje acaba en la esperanza de las Locas Letanías y cuenta su remate a quienes se cuidan de mi alma y poco saben de mí desde que vivo errante.