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Yo voy y vengo por la casa

y parece que no la viera

y que tampoco ella me viese,

Santa Lucía blanca y ciega.

Pero la Santa de la sal,

que nos conforta y nos penetra,

con la mirada enjuta y blanca,

alancea, mira y gobierna

a la mujer de la congoja

y a lo tendido de la cena.

De la mesa viene a mi pecho,

va de mi cuarto a la despensa,

con ligereza de vilano

y brillos rotos de saeta.

La cojo como a criatura

y mis manos la espolvorean,

y resbalando con el gesto

de lo que cae y se sujeta,

halla la blanca y desolada

duna de sal de mi cabeza.

Me salaba los lagrimales

y los caminos de mis venas,

y de pronto me perdería

como en juego de compañera,

pero en mis palmas, al regreso,

con mi sangre se reencuentra…

Mano a la mano nos tenemos

como Raquel, como Rebeca.

Yo volteo su cuerpo roto

y ella voltea mi guedeja,

y nos contamos las Antillas

y desvariamos las Provenzas.

Ambas éramos de las olas

y sus espejos de salmuera,

y del mar libre nos trajeron

a una casa profunda y quieta;

y el puñado de sal y yo,

en beguinas o en prisioneras,

las dos llorando, las dos cautivas,

atravesamos por la puerta…

III AGUA

Hay países que yo recuerdo

como recuerdo mis infancias.

Son países de mar o río,

de pastales, de vegas y aguas.

Aldea mía sobre el Ródano,

rendida en río y en cigarras;

Antilla en palmas verdi-negras

que a medio mar está y me llama;

¡roca ligure de Portofino:

mar italiana, mar italiana!

Me han traído a país sin río,

tierras-Agar, tierras sin agua;

Saras blancas y Saras rojas,

donde pecaron otras razas,

de pecado rojo de atridas

que cuentan gredas tajeadas;

que no nacieron como un niño

con unas carnazones grasas,

cuando las oigo, sin un silbo,

cuando las cruzo, sin mirada.

Quiero volver a tierras niñas;

llévenme a un blando país de aguas.

En grandes pastos envejezca

y haga al río fábula y fábula.

Tenga una fuente por mi madre

y en la siesta salga a buscarla,

y en jarras baje de una peña

un agua dulce, aguda y áspera.

Me venza y pare los alientos

el agua acérrima y helada.

¡Rompa mi vaso y al beberla

me vuelva niñas las entrañas!

IV CASCADA EN SEQUEDAL

Ganas tengo de cantar,

sin.razón de mi algarada:

nivivo en la tierra

de donde es la palma,

Ni la madre mía

entra por mi casa,

ni regreso a ella

gritando en la barca…

Ganas de cantar

partiendo tres ráfagas,

sin poder cantar

de lo alborotada,

Por la luz devuelta

que anduvo trocada;

por sierras que paso

con su tribu de hayas

Y un ruido que suena,

no sé dónde, de aguas,

que me viene al pecho

y que es de cascada.

Cae donde cae

y ayer no rodaba;

cerca de mi cuerpo

se despeña y llama.

Me paro y escucho,

sin ir a buscarla:

¡agua, madre mía,

e hija mía, el agua!

¡Yo la quiero ver

y no puedo, de ansia,

y sigue cayendo,

l'agua palmoteada!

V EL AIRE

A José Mª Quiroga Plá.

En el llano y la llanada

de salvia y menta salvaje,

encuentro como esperándome

el Aire.

Giran redondo, en un niño

desnudo y voltijeante,

y me toma y arrebata

por su madre.

Mis costados coge enteros,

por cosa de su donaire,

y mis ropas entregadas

por casales…

Silba en áspid de las ramas

o empina los matorrales;

o me para los alientos

como un Ángel.

Pasa y repasa en helechos

y pechugas inefables,

que son gaviotas y aletas

de Aire.

Lo tomo en una brazada;

cazo y pesco, palpitante,

ciega de plumas y anguilas

del Aire…

A lo que hiero no hiero

o lo tomo sin lograrlo,

aventando y cazando

en burlas de Aire…

Cuando camino de vuelta,

por encinas y pinares,

todavía me persigue

el Aire.

Entro en mi casa de piedra

con los cabellos jadeantes,

ebrios, ajenos y duros

del Aire.

En la almohada, revueltos,

no saben apaciguarse,

y es cosa, para dormirme,

de atarles…

Hasta que él allá se cansa

como un albatros gigante,

o una vela que rasgaron

parte a parte.

Al amanecer, me duermo

– cuando mis cabellos caen-

como la madre del hijo,

rota del Aire…

América

Dos Himnos

A don Eduardo Santos.

I SOL DEL TRÓPICO

Sol de los Incas, sol de los Mayas,

maduro sol americano,

sol en que mayas y quichés

reconocieron y adoraron,

y en el que viejos aimaraes

como el ámbar fueron quemados.

Faisán rojo cuando levantas

y cuando medias, faisán blanco,

sol pintador y tatuador

de casta de hombre y de leopardo.

Sol de montañas y de valles,

de los abismos y los llanos,

Rafael de las marchas nuestras,

lebrel de oro de nuestros pasos,

por toda tierra y todo mar

santo y seña de mis hermanos.

Si nos perdemos, que nos busquen

en unos limos abrasados,

donde existe el árbol del pan

y padece el árbol del bálsamo [10].

Sol del Cuzco, blanco en la puna,

Sol de México, canto dorado,

canto rodado sobre el Mayab [11],

maíz de fuego no comulgado,

por el que gimen las gargantas

levantadas a tu viático;

corriendo vas por los azules

estrictos o jesucristianos,

ciervo blanco o enrojecido,

siempre herido, nunca cazado…

Sol de los Andes, cifra nuestra,

veedor de hombres americanos,

pastor ardiendo de grey ardiendo

y tierra ardiendo en su milagro,