Выбрать главу

que ni se funde ni nos funde,

que no devora ni es devorado;

quetzal de fuego emblanquecido

que cría y nutre pueblos mágicos;

llama pasmado en rutas blancas

guiando llamas alucinados…

Raíz del cielo, curador

de los indios alanceados;

brazo santo cuando los salvas,

cuando los matas, amor santo.

Quetzalcóatl, padre de oficios

de la casta de ojo almendrado,

el moledor de los añiles,

el tejedor de algodón cándido.

Los telares indios enhebras

con colibríes alocados

y das las grecas pintureadas

al mujerío de Tacámbaro.

¡Pájaro Roc [12], plumón que empolla

dos orientes desenfrenados!

Llegas piadoso y absoluto

según los dioses no llegaron,

tórtolas blancas en bandada,

maná que baja sin doblarnos.

No sabemos qué es lo que hicimos

para vivir transfigurados.

En especies solares nuestros

Viracochas se confesaron,

y sus cuerpos los recogimos

en sacramento calcinado.

A tu llama fié a los míos,

en parva de ascuas acostados.

Sobre tendal de salamandras

duermen y sueñan sus cuerpos santos.

O caminan contra el crepúsculo,

encendidos como retamos,

azafranes sobre el poniente,

medio Adanes, medio topacios…

Desnuda mírame y reconóceme,

si no me viste en cuarenta años,

con Pirámide de tu nombre [13],

con pitahayas y con mangos,

con los flamencos de la aurora

y los lagartos tornasolados.

¡Como el maguey, como la yuca,

como el cántaro del peruano,

como la jícara de Uruápan,

como la quena de mil años,

a ti me vuelvo, a ti me entrego,

en ti me abro, en ti me baño!

Tómame como los tomaste,

el poro al poro, el gajo al gajo,

y ponme entre ellos a vivir,

pasmada dentro de tu pasmo.

Pisé los cuarzos extranjeros,

comí sus frutos mercenarios;

en mesa dura y vaso sordo

bebí hidromieles que eran lánguidos;

recé oraciones mortecinas

y me canté los himnos bárbaros [14],

y dormí donde son dragones

rotos y muertos los Zodíacos.

Te devuelvo por mis mayores

formas y bulto en que me alzaron.

Riégame así con rojo riego;

dame el hervir vuelta tu caldo.

Emblanquéceme u oscuréceme

en tus lejías y tus cáusticos.

¡Quémame tú los torpes miedos,

sécame lodos, avienta engaños;

tuéstame habla, árdeme ojos,

sollama boca, resuello y canto,

límpiame oídos, lávame vistas,

purifica manos y tactos!

Hazme las sangres y las leches,

y los tuétanos, y los llantos.

Mis sudores y mis heridas

sécame en lomos y en costados.

Y otra vez íntegra incorpórame

a los coros que te danzaron,

los coros mágicos, mecidos

sobre Palenque y Tihuanaco.

Gentes quechuas y gentes mayas

te juramos lo que jurábamos.

De ti rodamos hacia el Tiempo

y subiremos a tu regazo;

de ti caímos en grumos de oro,

en vellón de oro desgajado,

y a ti entraremos rectamente

según dijeron Incas Magos.

¡Como racimos al lagar

volveremos los que bajamos,

como el cardumen de oro sube

a flor de mar arrebatado

y van las grandes anacondas

subiendo al silbo del llamado!

II CORDILLERA

¡Cordillera de los Andes,

Madre yacente y Madre que anda,

que de niños nos enloquece

y hace morir cuando nos falta;

que en los metales y el amianto

nos aupaste las entrañas;

hallazgo de los primogénitos,

de Mama Ocllo y Manco Cápac,

tremendo amor y alzado cuerno

del hidromiel de la esperanza!

Jadeadora del Zodíaco,

sobre la esfera galopada;

corredora de meridianos,

piedra Mazzepa que no se cansa,

Atalanta que en la carrera

es el camino y es la marcha,

y nos lleva, pecho con pecho,

a lo madre y lo marejada,

a maná blanco y peán rojo

de nuestra bienaventuranza.

Caminas, madre, sin rodillas,

dura de ímpetu y confianza;

con tus siete pueblos caminas

en tus faldas acigüeñadas;

caminas la noche y el día,

desde mi Estrecho a Santa Marta,

y subes de las aguas últimas

la cornamenta del Aconcagua.

Pasas el valle de mis leches,

amoratando la higuerada;

cruzas el cíngulo de fuego

y los ríos Dioscuros lanzas [15];

pruebas Sargassos de salmuera

y desciendes alucinada…

Viboreas de las señales

del camino del Inca Huayna,

veteada de ingenierías

y tropeles de alpaca y llama,

de la hebra del indio atónito

y del ¡ay! de la quena mágica.

Donde son valles, son dulzuras;

donde repechas, das el ansia;

donde azurea el altiplano

es la anchura de la alabanza.

Extendida como una amante

y en los soles reverberada,

punzas al indio y al venado

con el jengibre y con la salvia;

en las carnes vivas te oyes

lento hormiguero, sorda vizcacha;

oyes al puma ayuntamiento

y a la nevera, despeñada,

y te escuchas el propio amor

en tumbo y tumbo de tu lava.

Bajan de ti, bajan cantando,

como de nupcias consumadas,

tumbadores de las caobas

y rompedor de araucarias.

Aleluya por el tenerte

para cosecha de las fábulas,

alto ciervo que vio San Jorge

de cornamenta aureolada

y el fantasma del Viracocha,

vaho de niebla y vaho de habla.

¡Por las noches nos acordamos

de bestia negra y plateada,

leona que era nuestra madre

y de pie nos amamantaba!

En los umbrales de mis casas,

tengo tu sombra amoratada.

Hago, sonámbulo, mis rutas,

en seguimiento de tu espalda,

o devanándome en tu niebla,

o tanteando un flanco de arca;

y la tarde me cae al pecho

en una madre desollada.

¡Ancha pasión, por la pasión

de hombros de hijos jadeada!

¡Carne de piedra de la América,

halalí de piedras rodadas,

sueño de piedra que soñamos,

piedras del mundo pastoreadas;

enderezarse de las piedras

para juntarse con sus almas!

¡En el cerco del valle de Elqui

bajo la luna de fantasma,