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Sissy le servía fielmente, y casi siempre con alegría, pero le asaltaban a veces ataques de depresión. Una vez se había vuelto a él con particular aspereza y le había reprochado en parte la muerte de Jelly.

– iDeberías haber hecho más! -acusó.

– Hice cuanto pude.

– ¿Qué hiciste? Nunca te vi hacer nada… hasta que fue demasiado tarde.

– Di ejemplo. Eso es todo lo que se puede hacer. Lamento que las vaqueras no me prestaran más atención, yo no podía obligarlas a fijarse en mí. He vivido casi toda mi vida adulta fuera de la ley, nunca he pactado con la autoridad. Pero nunca he ido a luchar contra la autoridad. Eso es estúpido. Eso es lo que ellos están esperando; te invitan a hacerlo; ayuda a sustentar su poder. A la autoridad hay que ridiculizarla, burlarla y eludirla. Y es bastante fácil hacer esas tres cosas. Si crees en la paz, actúa pacíficamente; si crees en el amor, actúa amorosamente; si crees en algo, actúa en consecuencia, eso es perfectamente válido… pero no intentes convencer de tus creencias al Sistema. Acabarás contradiciendo lo que afirmas creer, y darás mal ejemplo. Si quieres cambiar el mundo, cambíate a ti mismo. Tú lo sabes muy bien, Sissy.

Sissy lo sabía, desde luego. ¿No había actuado siempre así la mejor autoestopista del mundo? Pero tenía un cerebro y nuestros cerebros están siempre burlándose de nosotros, haciéndonos aprender una y otra vez lo que sabíamos desde el principio. Quizá se haya criticado al cerebro injustamente en este libro, pero tenéis que admitir que el cerebro tiene un sentido del humor bastante extraño.

Y sucedió así que Delores y Sissy se hicieron amantes.

Compartían la habitación contigua a la del Chink, querían estar cerca por si él necesitaba algo durante la noche.

Con el tiempo, descubrieron que ellas mismas necesitaban algo durante la noche. Delores dormía a la izquierda, Sissy a la derecha. Al poco tiempo, dejó de haber centro.

Jamás gruñó la cama bajo ellas. Hasta los muelles, chismosos por naturaleza, resistieron toda tentación de rechinar. Las paredes y el techo presenciaron cada nueva posición, aprobando, aparentemente, pero sin crujir ni caer. Los pequeños gemidos que la lengua serpentina de Delores arrancó de la garganta de Sissy, que los dedos autoestopistas de Sissy sacaron de las profundidades de la garganta de Delores, no atrajeron más atención de los cerros y colinas de detrás de las balanceantes cortinas que los chillidos de conejos y ratones. A veces, cuatro pares de labios se unían a la vez, pero la edición de Amy Vanderbilt que la señorita Adrián había dejado en la repisa de la chimenea, no las corrigió ni enarcó la nariz una sola vez. Era como si el mundo absorbiese su amor sin ofrecer resistencia, pero alentado en él suave y levemente. Gimiendo, suspirando, «ah».

O «¡ja!»

Pero desde luego no «¡ma!» El amor femenino puede tener su lugar en el mundo, pero, como deben saber los muelles de los somieres, las paredes, el techo, cerros y colinas e incluso Amy Vanderbilt, la saliva no hace niños.

Y sucedió así, que cuando Sissy descubrió que estaba embarazada, su pulgar señaló al Chink. Hablando figurativamente, desde luego, pues nada le dijo ni mencionó su condición a Delores ni le escribió a Julián comunicándosela (Julián, cuyo problema alcohólico se había agudizado tanto que la «hermosa gente» le esquivaba ahora dejándole resollar los efectos de la civilización en los nidos posthippies del East Village).

Sissy ocultaba sus náuseas y mareos fingiendo que eran emociones, que eran manifestaciones físicas de pesar y dolor, y nadie fue capaz de descubrirlo… Salvo cierta mujer de mediana edad que leía palmas y sufría trances en los arrabales de Richmond, Virginia.

Y sucedió así que las vaqueras del Rosa de Goma fueron absueltas de toda acusación. Volvieron en procesión a caballo, saliendo de Mottburg agitando triunfalmente sus sombreros a los pueblerinos, entre los que estaba la abuela Schriber, vitoreando.

Ya de vuelta en el rancho, se celebró una reunión. En el barracón, como en los viejos tiempos.

Big Red leyó a las vaqueras boletines de la Asociación de Rodeo Femenino.

– El rodeo sólo para chicas está gozando del mejor período de crecimiento de su historia. En 1973 sólo se celebraron cinco rodeos de chicas… este año se celebraron once.

El boletín continuaba diciendo que Gail Petska, de veinticinco años, de Tecumseh, Oklahoma, había ganado diecinueve mil cuatrocientos cuarenta y ocho dólares en 1973, montando toros, lazando terneros, cabalgando y lazando cabras.

– Me propongo comer de ese pastel -proclamó Big Red-. Y quiero que todas vosotras consideréis la posibilidad de venir conmigo. Trabajaremos en Texas, como las grullas chilladoras.

– El lazado de cabras es un deporte nuevo para mí -dijo Donna- pero con nuestra experiencia en el Rosa de Goma tiene que dársenos muy bien. Podéis contar conmigo, pero sólo si me ayudáis a acabar con los rodeos femeninos para que podamos competir otra vez con los hombres, en igualdad de condiciones, como debe ser.

– Exactamente lo que yo había pensado -dijo Big Red-. Pero lo haremos poco a poco. Como nos dijo la Madre Peyote.

Siete vaqueras aceptaron trasladarse a Texas y participar en el circuito de rodeos. Kym y Linda habían decidido ya invernar en Florida, trabajando de camareras, y ahorrar dinero para alguna nueva aventura. Seis vaqueras decidieron darle una oportunidad a la universidad, entre ellas Mary, que quería estudiar arqueología para contrastar su fe cristiana con los datos históricos. Algunas de las vaqueras decidieron pasar un tiempo probando diferentes estilos de vida… preparándose para la Cuarta Visión.

Fuera del barracón, había dos hombres sentados en la valla del corral. Uno era un compinche de Elaine, un poeta de treinta y cinco años, de San Francisco, que había estado haciéndole visitas clandestinas a Elaine de vez en cuando desde que ésta vivía en Dakota. El otro era un viejo amigo de Debbie, de los tiempos del avatar del ácido atómico, un traficante de LSD reformado que se había puesto a leer las obras completas de Albert Einstein y estaba aprendiendo a pensar (no a razonar sino a pensar). Elaine y su compinche y Debbie y el suyo, querían dirigir el rancho juntos. Planeaban cultivar girasoles y vender las semillas.

Se aceptó la propuesta. Se confiaría el rancho a Elaine y a Debbie, pero continuaría siendo refugio permanente de las veintiséis vaqueras, por si alguna necesitase alguna vez un lugar seguro donde apartarse de las pedradas y flechazos que pudiesen caer sobre ellas.

Por último, las mujeres decidieron por votación cambiar el nombre del Rosa de Goma por El Rancho Jellybean. Y así es como se le conoce actualmente.

Y una cosa más. Heather quería saber quién había robado la fotografía de Dale Evans del cagadero.

119

UNA MAÑANA, LOS perrillos de la pradera se asomaron a las puertas de sus sótanos y vieron que el veranillo de San Martín se había largado. Ni siquiera había dejado una nota de despedida. Los perrillos de la pradera se encogieron de hombros, tiritaron y se metieron otra vez en sus sótanos, con la esperanza de quedarse dormidos antes de que el invierno empezase a patear en el piso de arriba con sus botas de clavos. Ese mismo día, se largó también el Chink.

Cuando Sissy y Delores regresaban batidas por el viento de dar un paseo, se lo encontraron caminando apoyado en una vara de cerezo con sus pertencias envueltas en una piel. Sissy había confesado su embarazo a Delores y las dos habían decidido que el Chink debía saberlo. Y ahora allí estaba él, disponiéndose a huir del rancho a los dos días de levantarse de la cama. Además, no se dirigía a Cerro Siwash.