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Años más tarde, cuando no utilizaba ya a Sissy en exclusiva, introdujo La Condesa una doble suya en un anuncio de Rocío. Era muy capaz de hacer cosas así. Pero realmente estaba prendado de Sissy Hankshaw. La creía entre otras cosas responsable del interés por los monos de cremalleras que se apoderó de la femeneidad occidental a finales de los años sesenta. Y la situaba a la vanguardia de la moda. En fin, cierto es que Sissy vistió monos de cremallera mucho antes que ningún director de Vague, pero es también cierto que siguió vistiéndolos después de que se pasaran de moda. La prenda de cremallera era, en realidad, la única que Sissy podía usar… porque no podía abotonar la ropa. Sissy jamás se quejó porque censuraran sus manos, aunque por cuestión de orgullo las habría preferido bien visibles. Hay que admitir en honor de La Condesa que expresó a menudo deseos de introducir los pulgares de Sissy en la foto, simplemente por su contrapunto fálico, pero temió que el público norteamericano no estuviese preparado para ello.

Quizá lanzase como prueba una foto empulgarada en el Japón, decía, pues su empresa ya había sacado a los japoneses sustanciosos millones con un anuncio que parafraseaba un haikú de Buson, poeta del siglo xvIII:

Pasó la noche breve:

sobre el peludo gusano

perlitas de Rocío.

Intermedio de Vaquera (luna sobre Dakota)

Parecía la luna la cabeza de un payaso bañada en miel.

Cabeceaba danzarina en el cielo, goteando una mezcla de blanco payaso y jarabe de abeja sobre las lomas de Dakota.

Aullidos de coyote (¿o serían grullas chilladoras?) zigzagueban a través del maquillaje celestial como si fueran arrugas auditivas.

La luz de la luna caía sobre Bonanza Jellybean que inclinada sobre el abrevadero de las caballerías restregaba aún sus bragas. (Un día caluroso en una silla saltarina puede manchar de veras la ropa interior de una chica.)

Inundaba la luz de la luna las ventanas de los barracones, compitiendo con la luz de la lámpara que iluminaba las páginas de la Santa Biblia de Mary, Amores rancheros de Big Red y El Camino del Zen de Debbíe,

Espectraba la luz de la luna las mejillas de las chicas que dormían y de las que pretendían dormir.

Un solo rayo de luna temblaba tímido sobre la masa del látigo de piel de serpiente de Delores del Ruby, donde la masa sobresalía por debajo del saco de brotes de peyote que nocturnamente le servían de almohada.

La luz de la luna atrajo al exterior a Kym y a Linda en camisón, a apoyarse en la valla del corral en pasmo silencioso.

Nuestra luna, claro, no ha rendido nada de su suave hechizo a la tecnología. El rumor de las pequeñas naves espaciales no ha disminuido en modo alguno su misterio.

En realidad, las exploraciones de los mecánicos del Apolo casi nada revelaron de auténtica importancia que no insinuase ya la carta Luna de la baraja del Tarot.

Casi nada. Hubo un descubrimiento interesante. Algunas de las rocas de la Luna transmiten ondas energéticas. Temióse al principio que pudieran ser radiactivas. Los instrumentos probaron enseguida que las emisiones eran limpias, pero a la NASA le desconcertaba aún el origen y el carácter de las vibraciones. Trajeron los astronautas muestras de roca a la Tierra para amplias pruebas de laboratorio.

Y mientras las propiedades electromagnéticas concretas de las rocas lunares continuaron desconcertando a los investigadores, un científico decidió, simplemente por hacer algo, convertir las ondas en sonido. Es un proceso fácil.

Cuando se canalizaron las vibraciones lunares por un amplificador, los sonidos que palpitaron en éste sonaron exactamente así: «queso, queso, queso».

20

– SIÉNTATE QUERIDA, vamos, siéntate. Come unos dulces, están deliciosos. Sí, siéntate ahí mismo. ¿Te apetece un jerez?

La jarra que La Condesa alzó estaba polvorienta por fuera, penosamente vacía por dentro; tenía una mosca tiesa, patas arriba en el borde.

– Coño, no tengo jerez; ¿qué te parece un Ripple rojo?

Buscó en la nevera miniatura a un lado de la mesa y sacó una botella de vino pop. Tras un vergonzoso despliegue de esfuerzos, logró abrirla y llenó dos vasos de jerez.

– Sabes lo que es el Ripple, ¿no? Gaseosa empalmada. Jijí.

Sissy consiguió una cortés sonrisa. Tímidamente, contempló su vaso. Estaba empastado con tantas huellas dactilares que deberían haberlo enterrado con J. Edward Hoover. (En las oficinas centrales del FBI de Washington, hay un agente que puede recorrer los archivos de huellas dactilares y señalar las de todos los trompetistas. Quizá sea el misino agente que devolvió la ficha de Sissy a la oficina regional de Richmond exigiendo saber por qué no había huellas de pulgares. Estaba en buena forma y no lo sabía. Hubo una vez una familia en Philadelphia que se pasó cuatro generaciones sin huellas dactilares: Nacieron sin huellas dactilares, el único caso conocido en la historia. «Esto podría plantear todo un problema a las autoridades», dijo un funcionario público. «Ni hablar», contestó otro. «Si la policía encuentra alguna vez un arma asesina en Philadelphia sin huellas dactilares, sabremos inmediatamente que lo hizo uno de ellos».)

Alzó La Condesa su vaso en un brindis.

– A mi propia y especial Sissy -brindó-. ¡Alegría! Y bienvenida. Así que mi carta te trajo volando, eh. Bueno, quizá tenga una sorpresilla para ti. Pero primero, cuéntame, qué es de tu vida. Han sido seis meses, ¿no? Y en ciertos círculos eso es medio año. ¿Cómo estás?

– Cansada -dijo Sissy.

La miró comprensiva.

– Ésta ha sido la primerísima vez en los eones que hace que te conozco que te oigo quejarte. Debes estar cansada. Has soportado las mayores penalidades sin un suspiro. Yo siempre he dicho: «Sissy Hankshaw nunca tiene mala suerte porque a ella nada le parece mala suerte. Nunca ha sido desgraciada porque no hay nada que ella considere desgracia». Y ahora estás cansada, pobrecilla.

– Algunos podrían decir que ya tuve mi mala suerte al nacer, y después de soportar eso, todo lo demás fue fácil. Un freak nato sólo puede ir cuesta arriba.

– Freak, bah, bah. La mayoría somos freacks de un modo u otro. Prueba a nacer condesa rusa masculina en una familia anabaptista de clase media blanca de Mississippi, y verás lo que es bueno.

– Lo comprendo. Bromeaba. Tú sabes que siempre he estado orgullosa de cómo me distinguió la Naturaleza. Son los deformados por la sociedad los que me dan lástima. Uno puede apechugar con los experimentos de la Naturaleza, y si no son demasiado viles, converlirlos en una ventaja. Pero la deformidad social es serpentina e invisible; convierte a los hombres en monstruos… o ratones. En fin, me encuentro muy bien. Pero llevo once años y varios meses sin dejar de moverme, comprendes, y creo que estoy algo cansada. Quizá debiese descansar un poco. No me siento tan joven como antes.

– Mierda, cielo santo, aún te falta para los treinta. Y estás más hermosa que nunca.

Adornaban su mono ruiseñores y flores de manzano. Portaba dulce testimonio de colada reciente, pero las arrugas indicaban que había estado doblado en la mochila. Su largo pelo rubio caía liso; habría sido más conveniente para viajar con él hacerlo trenzas, pero, ay, ¿cómo trenzar con sus dedos? Una máscara de mugre y polvo de carretera que ningún apresurado chapuzón en los lavabos de señoras de las gasolineras podía eliminar de forma conveniente empastaba su rostro. En los poros de su frágil nariz y su amplia frente había residuos de Idaho, Minnesota, y del oeste de Nueva Jersey: barro, arena, légamo, cieno, polen, cemento, mineral y humus. El sucio velo con que el autoestop cubría sus rasgos era una razón de que su identidad de modelo hubiese sido tan fácil de ocultar. Si La Condesa la quería para posar, tendría que vaporizarla un día o dos en su baño privado. El crepúsculo que se proyectaba en las ventanas de la oficina, después de pasar por el verde filtro del Central Park, mostraba que La Condesa no era ningún astuto halagador: Sissy era guapa de verdad.