– ¿Significa eso que puedes tener trabajo para mí?
Hubo una larga pausa, durante la cual La Condesa tamborileó su monóculo con la boquilla, durante la cual una ardilla cruzó triunfalmente Park Avenue, durante la cual el siglo xx deslizó su guisante bajo otra cascara atrapando a unos cuantos millones más de imbéciles que perdieron la apuesta.
– Tú fuiste la Chica Yoni Yum/Rocío, veamos, de 1962 a 1968. Es mucho tiempo en este negocio. Fue una brillante campaña, no puedo negarlo, y fue una buena asociación. Pero no puede repetirse. Uno no puede repetirse a sí mismo. No, y extraer algún aroma de la vida. En fin, he estado utilizándote sólo dos, tres veces por año, en anuncios de revistas desde entonces. Y puedo utilizarte de nuevo. Probablemente lo haga. Eres mi eterna favorita. No podría ser mejor ni la propia princesa Grace, ni aunque tuviese tu personalidad, que no la tiene. Yo soy por proclamación higienista femenino oficial de la Corte de Monaco y lo sé, pero es contar cuentos fuera de la escuela. En fin, querida, ahora he dejado la fotografía y trabajo con la acuarela. Está a punto de empezar toda una nueva campaña, a base de acuarelas increíblemente líricas. ¡Oh, qué conversación tan tortuosa! Volvamos al principio. El hombre concreto que quiero que conozcas es mi pintor, el acuarelista.
Sissy se aventuró a beber un sorbo de Ripple.
– Si no voy a posar para él, ¿por qué quieres que le conozca?
– Es una razón puramente personal. Creo que podríais gustaros,
– Pero, Condesa…
– Vamos, vamos. No te enfades. Comprendo que has evitado siempre los compromisos con los hombres salvo los más rudimentarios, y, podría añadir, has sido lista. Las relaciones heterosexuales sólo parecen conducir al matrimonio, y para la mayoría de las pobres y tontas mujeres con el cerebro lavado, el matrimonio es la experiencia máxima. Para los hombres, es una cuestión de eficiencia logística: el macho consigue alimentos, cama, lavadero de ropa, tele, coño, descendencia y comodidades materiales, todo bajo un techo, donde no tiene que disipar su energía psíquica pensando demasiado en todo eso: así está libre para salir y combatir las guerras de la vida, que es de lo que se trata. Pero para una mujer, el matrimonio es la rendición. Matrimonio es cuando una chica abandona el combate, deja el campo de batalla y a partir de entonces cede la acción verdaderamente interesante y significativa a su marido, que ha pactado «cuidar» de ella. Triste y mísero pacto. Las mujeres viven más que los hombres porque en realidad no han vivido. Mejor muerta con la cara azul del ataque cardíaco a los cincuenta que ser una saludable viuda de setenta años que no ha realizado ni una acción en la vida desde la mocedad. Mierda, Dios mío, ¿cómo sigo ahora?
La Condesa volvió a llenarse el vaso. La ardilla empezó a cruzar de nuevo Park Avenue, pero no lo logró. Un chófer uniformado salió de una liniosina y alzó y sostuvo el aplastado animal donde pudiese verlo la anciana pasajera, que la semana próxima haría una donación de veinticinco dólares a la Sociedad Protectora de Animales.
– Pero aquí estas tú, aún virgen… eres aún virgen ¿verdad?
– ¿Por qué? Técnicamente sí. Jack Kerouac y yo llegamos a estar muy próximos, pero creo que le di miedo…
– Sí, bueno, lo que quiero decir es que llega un momento en que es psicológicamente imposible para una mujer perder su virginidad. No puede esperar demasiado, comprendes. Ahora bien, no hay razón alguna para que tú debas perder la tuya. Eres tan superior a la mayoría de las mujeres. Has permanecido en el campo de batalla, en el centro del escenario, experimentando vida, y, lo que es más importante, experimentándote a ti misma experimentándola. No te has visto reducida a una estrategia logística por la guerra vital de ningún hombre. No pretendo sugerirte que capitules. Pero quizá debieras hacer una pausa (ahora con tu cansancio la ocasión es perfecta) y considerar si quizá no estás perdiéndote algo grande; considerar la posibilidad de una relación romántica, antes, bueno, francamente, antes de que pueda ser demasiado tarde. Quiero decir, considerarlo un poco, nada más.
– ¿Qué te hace pensar que ese acuarelista y yo estableceríamos una relación romántica? -dijo Sissy, macarroneando la frente.
– No puedo estar segura de que lo hagáis. Además, no entiendo por qué quiero que lo hagas. En fin, tú siempre has olido tan bien. Como una hermana pequeña. Acabo de caer en la ironía. -Los dientes de La Condesa iniciaron un taconeo más rápido-. Tú, la Chica Rocío, eres una de las pocas que no necesitan Rocío. ¡Odio el hedor de las mujeres! -el taconeo se hizo más escandaloso-. Son tan dulces tal como Dios las hizo; luego, empiezan a hacer el tonto con los hombres y enseguida apestan. Como setas podridas, como piscina con exceso de cloro, como fiesta de jubilación de atunes. Apestan todas. Desde la Reina de Inglaterra a Bonanza Jellybean, todas apestan.
El flamenco dental inició un ritmo delirante, una bulería, un floreo gitano de demasiadas notas y demasiado rápido.
– ¿Bonanza Jellybean?
– ¿Qué? Oh sí. Ji, ji. Jellybean -cuando los músculos mandibulares de La Condesa se calmaron, sus dientes amainaron en samba-. Es una joven que trabaja en mi rancho. Su verdadero nombre es Sally Jones o algo así de vulgar. Es lista como un taco dulce picante y, por supuesto, se necesita talento para cambiarse el nombre tan guapamente. Pero de todos modos apesta como puta.
– ¿Tu rancho?
– Ah, querida mía, sí, me compré un ranchito en el Oeste. Una especie de tributo a las mujeres de América que han cooperado conmigo para eliminar su olor. Lo hice en realidad para aliviar impuestos. Lo conocerás algún día. Entretanto, volvamos a lo que tenemos entre manos, ¿Por qué no te piensas lo de conocer a mi artista? Admitiste que necesitabas un descanso. Yo me voy unos días a Eart Hampton en chafardeo con Truman. Tú puedes instalarte en mi casa y descansar. Pondré a Julián en contacto contigo. Podéis salir juntos, divertiros un poco. Vamos, Sissy, cariño, inténtalo. ¿Qué tienes que perder?
La Condesa era un genio, desde luego. Formuló la única pregunta que Sissy jamás podía contestar: ¿Qué tienes que perder?
– Bueno, vale, probaré. No le veo sentido, pero probaré. Sólo por ti. Es un poco tonto, en realidad, que yo salga con un artista de Nueva York…
(¿Volvió a sonar aquel viejo telófono límbico? Después de todo, ella había pedido un número que no figuraba en la guía.)
– Bien, bien, bien -cloqueó La Condesa-. Lo pasarás bien, verás. Julián es un caballero.
La Condesa giró bruscamente en su sillón y se inclino hacia adelante. Bajando el vaso de vino, miró directa, intensamente a los ojos azules de Sissy. Su sonrisa le ensanchó de simple rascada a reparación sería de un buen taller. Llevaba tiempo esperando aquel momento.
– Otra cosa, Sissy -dijo muy lentamente, acentuando cada sílaba, taconeando tono a tono-. Otra cosa. Es indio de pura sangre.