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Un gallo carraspea. Es alborotador pero absolutamente nada comparado con lo que pueden hacer esas aves si las chicas no las mantienen tranquilas. ¡Que no dejen de hacerlo!

Sin levantarse, Jelly fija su soñolienta mirada en el gallo. «Si algún día», dice al asiento vacío de al lado, «vuelve a aparecer por aquí esa Sissy Hankshaw, le enseñaré cómo se hipnotiza una gallina. Las gallinas son los bichos más fáciles de hipnotizar del mundo. Si consigues mirar a los ojos a una gallina diez segundos, es tuya para siempre».

Luego se sube los pantalones, se echa el rifle al hombro y sale con paso cansino a relevar a la centinela de la puerta.

Bienvenido al Rosa de Goma. El mayor rancho sólo de chicas del Oeste.

Primera Parte

La Naturaleza tiene un vehemente deseo de experimentación.

trader horm

1

NO ES un corazón: ligero, pesado, bueno o roto; herido, duro, sangrante o transplantado; no es un corazón.

No es un cerebro. El cerebro, esos seiscientos gramos de masa color pollo tan estimada (por el propio cerebro), ese órgano viscoso al que se atribuyen tan intrincados y misteriosos poderes (es el autoidéntico cerebro quien atribuye), el cerebro es tan débil que, sin casco protector en que apoyarse, simplemente se desmorona por su propio peso. Así que no podía ser un cerebro.

No es tampoco una rótula ni un torso. No es tampoco una patilla ni la cuenca de un ojo. No es una lengua.

No es un ombligo. (El ombligo sirve, luego se retira, dejando sólo su huella dactilar donde estuvo: el ombligo, arruga y copa, espiral y cúpula, ceguera y guiño, calvo y penachudo, sudoroso y empolvado, besado y mordido, encerado y velloso, enjoyado e ignorado; reflejando tan gráficamente como los peces, semillas o fetiches la omnipotente fertilidad en que Natura enreda sus turbios pies, el ombligo mira hacia dentro como un ojo de cerradura insertado en el centro de nuestro ser, no hay duda, pero, oh ombligo, aunque saludemos tu maternidad inmóvil y los sueños que han quedado enredados en tus pelusas, sólo eres una cicatriz, después de todo; tú no eres.)

No es una caja torácica. No es una espalda. No es uno de esos audaces orificios favorecidos con relleno, ni es ese terco miembro con el que todo orificio rellenable concebible en alguna parte en algún momento ha sido rellenado. No está rodeado por el pelo. ¡Por ver vergüenza!

No es un tobillo, pues los tobillos de ella, aunque huesudos, eran normales, por lo menos.

Ni es una nariz, una barbilla o una frente. Ni un bíceps, un tríceps o un aro de Henle.

Es otra cosa.

2

ES UN PULGAR. El pulgar. Los pulgares, ambos. Son sus pulgares lo que recordamos; son sus pulgares lo que la diferencian.

Fueron sus pulgares los que la llevaron a la maquinaria de relojería, la apartaron de allí y la volvieron a llevar. Por supuesto, quizá sea injusto con ella, así como con el Rosa de Goma, por subrayar lo de la maquinaria… pero en este momento esos mecanismos están frescos e inmensos en el pensamiento del autor. La imagen de los artefactos ha seguido al autor a lo largo de estas primeras frases, tirando de él, eludiendo el rechazo. La imagen de las máquinas del tiempo tira actualmente de la manga del autor, muy como el espectro de Duncan Hiñes tira de los manteles de lino de ciertos restaurantes, los pocos en que él puede comer ya: demasiado tiempo sin tortilla de queso.

Aún así, como es bien sabido, los pulgares de nuestro personaje la llevaron a merodear otros lugares además de las máquinas y a conocer otras gentes además del Chink. Por ejemplo, la llevaron a la ciudad de Nueva York y, allí, al caballero Julián. Y Julián, que la miraba a menudo, que la miraba bien, que la miraba desde todo ángulo exterior e interior, desde donde el hombre puede mirar a la mujer, incluso Julián estaba impresionadísimo con aquellos pulgares.

¿Quién la veía desvestirse para ir a la cama y al baño? Julián. ¿Qué ojos recorrieron todos los contornos de su semblante delicado y su flexible cuerpo, yendo invariablemente a descansar a sus pulgares? Los de Julián. Fue Julián, refinado, comprensivo, ajeno a cualquier noción de deformidad quien, sin embargo, en último análisis, santuario de los ojos de su propia mente, hubo de considerar sus pulgares como una obstrucción a los trazos exquisitos de una figura por lo demás lozana y gráciclass="underline" como si Leonardo hubiese dejado colgado un trozo de spaguetti de los labios de la Mona Lisa.

3

LA TEMPERATURA rectal ordinaria de un colibrí es de 104,6 grados.

La temperatura rectal normal de un abejorro se calcula en unos no,8, aunque hasta el momento nadie haya logrado tomar la temperatura rectal a un abejorro. Eso no significa que no vaya a hacerse o que no se pueda hacer. Las investigaciones científicas no cesan: quizás en este momento los proctólogos apiculares de Du Pont… En cuanto a la ostra, su temperatura rectal jamás se ha calculado siquiera, aunque debemos sospechar que el calor orgánico de los tejidos de este bivalvo sedentario está muy por debajo de los 98,6, tanto como lo está por encima el de la inquieta abeja. Sin embargo, si la ostra pudiese tener preferencia y gustos, preferiría sin duda que su equipamiento excremental estuviese caliente, pues ¿qué otra criatura de la Creación puede transformar sus desechos corporales en un tesoro?

Hay aquí una metáfora, aunque forzada. El autor pretende trazar, más o menos, un paralelo entre cómo la ostra, cuando asediada por las impurezas o la enfermedad, abriga y cubre la materia ofensiva con sus secreciones, produciendo así una perla, pretende trazar, digo, un paralelo entre el ingenio eliminatorio de la ostra y el cómo Sissy Hankshaw, adornada con pulgares que muchos podrían considerar mórbidos, cubrió los ofensivos dígitos de gloria, perpetuando así una visión que al autor le resulta brillante y grácil.

El autor no eligió a Sissy Hankshaw sólo por sus pulgares, sino, sobre todo, por el uso que hizo de ellos. Sissy proporciona a este libro sus opalinas perspectivas, igual que los mecanismos de relojería (donde hay tic y tac suficiente para todos y cada uno) le suministran sus conexiones cósmicas. Igual que el Rosa de Goma ha generado su temperatura rectal, más bien cálida.

4

SISSY HANKSHAW llegó al Rosa de Goma (y, a continuación a las máquinas) como había llegado siempre a todas partes: por solicitación autoestopista. Llegó en autoestop al Rosa de Goma porque el autoestop era su forma habitual de viajar. El autoestop era, en realidad, su forma de vida, una vocación con la que había nacido. Independientemente de la fortuna que sus otros ocho dedos encerraran, sus pulgares la llevaron a muchos tiempos y lugares maravillosos, y la llevaron por último también a los clockworks.

De todos modos, aunque no hubiese estado familiarizada con el pulgar no podría haber llegado al Rosa de Goma sin que alguien la llevase, pues carecía de medio de transporte propio y ningún tren, autobús ni avión pasan cerca del rancho, y no digamos ya de las máquinas del tiempo.

Una mujer llegó en autoestop a una remota región de los Dakotas. Llegó rodando como cesto de melocotones que se hubiese tragado una serpiente saltadora. Sin problema. Ella hacía que pareciese fácil. Tenía carácter suficiente, no digamos pulgares.