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Alguien la está desvistiendo.

Y no es Julián Hitche.

24

– ¿DÓNDE ESTÁN LOS OTROS? -preguntó Sissy con una voz enredada de sueño.

– Oh, Rupert y Carla tuvieron una pequeña trifulca y se fueron a casa -dijo Howard.

– Julián se quedó dormido en el sofá; le tapamos -dijo Marie.

– Pensamos que deberíamos ponerte cómoda también a ti -dijo Howard.

– Sí, querida -dijo Marie-. Te mirábamos mientras dormías y estabas tan a gusto. Pensamos que debíamos ayudarte a ponerte cómoda para la noche.

Sissy pensó que los Barth eran muy considerados. Una pareja muy cordial y muy simpática. Se preguntó, sin embargo, por qué estarían ambos en ropa interior.

Entre los dos, la liberaron de su vestido en un instante.

– Qué, ¿no estás mejor así? -dijo Marie.

– Sí, gracias -contestó Sissy. Se sentía más cómoda, pero creía al mismo tiempo, que debía disculparse por no llevar sostén. Las presillas de los sostenes ponen a prueba hasta los pulgares más ágiles, como testificarán muchos frustrados muchachos, y a Sissy le había sido imposible usar la prenda desde que había dejado a su mamá. La luz que se colaba por una rendija de la puerta del baño, daba un brillo fresa a aquellos pezones

como caramelo. Tenía la esperanza de no molestar a aquella gente encantadora.

Oh Dios mío, debían sentirse embarazados sin duda, pues en un segundo Marie se deshizo de su propio sostén… con el propósito evidente de que Sissy se sintiese menos incómoda.

Marie aproximó su pecho desnudo al de Sissy. Los dos pares de pezones se irguieron en ceremonioso saludo, como diplomáticos de pequeñas naciones.

– Los míos son mayores pero los tuyos están mejor formados -comentó Marie. Se acercó más. Los embajadores intercambiaron secretos de Estado.

– Me parece muy discutible -dijo Howard-. Apuesto a que son exactamente del mismo tamaño.

Con prudencia, con ese espíritu de exactitud y justicia que caracteriza su profesión, situó Howard la mano izquierda sobre un pecho de Marie y la derecha sobre uno de Sissy.

Los sopesó en las palmas, los exprimió como un tendero honesto exprime el exceso de agua de una lechuga, dejó que sus dedos extendidos tantearan los contornos.

– Mrnmmm. Los tuyos son mayores, Marie, pero los de la señorita Hankshaw, los de Sissy, son más firmes. Lo lógico sería pensar que estuviesen empezando a caerse… al no llevar sostén.

– ¡Howard! Cuidado con lo que dices. La has hecho ruborizarse. Vamos, Sissy, déjame comparar a mí.

Marie agarró el pecho libre de Sissy, rápidamente, como un mono coge una fruta, haciéndolo rodar entre sus codiciosos deditos, frotándoselo en el mentón y en la cara.

Entonces, Sissy se despertó más. Volvió la conciencia, y, cuando deshizo sus maletas, había sospecha en ella. No debía estar allí, sin haber sido invitada, en el dormitorio de un hombre enfermo con el que apenas había hablado. Debía volver a casa de La Condesa. ¿Perseguían el señor y la señora Barth satisfacer los mejores intereses de ella? Tan aliviada se había sentido al liberarse de aquel vestido que no había tenido en cuenta siquiera el magreo. Se preguntó si aquella amistosa pareja no estaría persiguiendo algo…

A su pregunta contestó una mano (no estaba segura de quién) que se deslizó en sus bragas. Intentó zafarse del tanteo, pero su coño, sin conocimiento o permiso de ella, se había puesto muy resbaladizo, y cayó un dedo dentro, casi como por accidente.

Firmemente arriadas, como bandera al ocaso, pronto tuvo las bragas por debajo de las rodillas. Creyó sentir un segundo dedo deslizarse en su conejito, pero, antes de que pudiese confirmarlo, le penetró otro más por el ojo del culo y… Oh. Era como en sus primeros tiempos de autoestop. Algo nostálgico; repugnante; Era Ooooh.

¡Filósofos, poetas, pintores y eruditos, debatid cuanto queráis sobre la naturaleza de lo bello!

Ciruelas tropicales. Vino tinto en una barca de remos. Nubes, niños y budas, pareciéndose todos. Timbres de bicicletas. Madreselvas. Paracaídas, Estrellas fugaces a través de cortinas de encaje. Una radio de plata que atrae mariposas. Han-shan escribió, tras un momento de éxtasis: «¡Este lugar es mejor que el sitio en que vivo!»

La lengua de Marie recorrió los labios de Sissy, luego la lengua de Howard, luego el pezón de Marie, luego el de Howard… luego el de Howard… el de Howard… ¡¡¡Uno a uno, como apartamentos de una elegante casa nueva, fueron llenándose los orificios!!!

Se unió el ánima al ánimo. Era Marie quien escalaba por ella, quien se deslizaba rodeándola, bajándose sus propias bragas con mano frenética. Marie hocicaba las pantorrillas de Sissy, luego los muslos. La boca de Marie, espumeando cálida saliva, tenía claramente un destino. Pero antes de que pudiese alcanzarlo, Howard penetró a su mujer por retaguardia.

¡Ah, señor pene, viejo aguafiestas! Robando otro primer papel en la escena al ídolo tuerto. Marie no pudo chupar, sólo pudo gemir.

Como un disquero de «Paradise», Howard dio la vuelta a Marie y tocó su cara. Cada tanto, se estiraba hacia Sissy, intentando incluirla, pero ciertas leyes físicas imponían obediencia. Aunque Marie pronunciase de cuando en cuando el nombre de Sissy, tenía los ojos semicerrados y sus caricias eran torpes y ciegas.

Los Barth triunfaban. Haría falta la producción de un día de la fábrica de La Condesa para sofocar el hedor que iba llenando aquella habitación. Marie aullaba, pero sus aullidos eran tan gatunos que el perro que estaba en la cocina empezó a gruñir. Dios sabe lo que pensarían los pájaros en su jaula.

– Así que es de este modo -pensó Sissy. Fascinada, se acodó para observar. Había imaginado muchas veces el acto, pero nunca estaba del todo segura de sí imaginaba correctamente, ni siquiera tras aquella tarde del abrazo de Kerouac en un maizal de Colorado. «Así que es realmente de este modo.» El Gran Secreto podía volver a su botella. Ya no hacían falta transformaciones perceptivas. Esto era verdaderamente educativo.

En verdad a Sissy le resultó más interesante que las carreras de canoas de LaConner, Washington, más interesante que el San Andreas Fault o las cataratas del Niágara, o el Parque Estatal Bonnie & Clyde o el Tapioca State Pudding… por supuesto, Sissy nunca fue amiga del turismo. Le pareció incluso más interesante que el Festival del Tabaco, aunque no un desafío tan notable a la habilidad de sus pulgares.

Pero antes de que la representación concluyera, y para decepción de Howard y Marie, Sissy dio un salto bastante meritorio y se largó. Se dirigió al sofá del salón y se coló allí bajo la manta con Julián. Y estuvo allí tres días.

25

TENÍAN MUCHO de que hablar.

Julián aún llevaba los pantalones de etiqueta, faja incluida, mientras que Sissy estaba desnuda como siempre había estado, y embadurnada además con aquellos jugos femeninos, tanto suyos como de Marie, que hacían arrugar la nariz a La Condesa… Pero los compañeros de sofá no permitieron que tales diferencias se interpusieran en su camino. Tenían mucho de qué hablar y había diferencias mucho mayores que el vestido.

Daba la sensación de que Julián Hitche había tratado con el mundo, combinando pigmento con agua en viscosidades variables y extendiéndolo, aplastándolo, vertiéndolo, chafándolo, pulverizándolo o empapando con él el formato de papel elegido con tonos, matices, volúmenes, formas y líneas selectos. Sissy Hankshaw había tratado con el mundo haciendo autoestop con una dedicación, un enfoque y un estilo como jamás el mundo había contemplado. Era tan desconcertante para Sissy que un indio se pasase la vida pintando delicadas acuarelas en un medio burgués, como incomprensible para Julián que una joven inteligente, linda, pese a su pequeño defecto, con una prometedora carrera como modelo, pasase la suya haciendo autoestop perpetuamente,