Выбрать главу

Aquella mujer no venía para quedarse. No se proponía dejar más huella en las colinas de Dakota que una chinche acuática en un martini doble. Viajó sin esfuerzo, haciendo girar sus pulgares como hulahups del Cielo. Se proponía marchar del mismo modo.

Pero una cosa son los planes y otra el destino.

Cuando coinciden, se produce el éxito. Sin embargo, no debe considerarse éxito lo absoluto. Es dudoso, en realidad, que el éxito sea una solución adecuada para la vida. El éxito puede eliminar tantas opciones como el fracaso. Hasta cierto punto… Así como había vaqueras políticamente concienciadas que ponían objecciones a la foto en brillo 3 X 10 de Dale Evans del retrete del Rosa de Goma, basándose en que la señorita Evans era una revisionista, una «llaga de silla» (así decían ellas) en la larga galopada del progreso de las vaqueras, había partes interesadas opuestas a que se identificase a Sissy Hankshaw con el Rosa de Goma, considerando que Sissy no era una auténtica vaquera y que, pese a su amistad con Bonanza Jellybean etc., pese a su presencia durante la revuelta, sólo había participado de forma fugaz y periférica en los acontecimientos que tuvieron lugar en aquellos 160 acres de claro de luna y lápiz labial criminales. Su argumento no carece de peso. Nuestra comprensión de las vidas ajenas está determinada por lo que encontramos de memorable en ellas, y ellas, y esto a su vez lo determinan, no una visión general potencialmente exacta de la personalidad del prójimo, sino más bien la tensión y el equilibrio que existan en nuestras relaciones diarias. Es evidente que el eje en que giraban los intereses cotidianos de Sissy era resultado de su condición física, y así mismo que cualquier impacto memorable o epifánico que esta mujer singular nos ha causado, se produjo en un contexto muy distinto del Rosa de Goma… o al menos, de cómo las propias vaqueras veían el Rosa de Goma. Sin embargo, no se puede negar que Sissy Hankshaw no visitó una vez sino dos el rancho, y aquel lugar que, por allí producirse una medición y una transvaloración simultánea del tiempo, nos vemos obligados a denominar maquinarias de relojería. Estuvo en estaciones distintas y en distintas circunstancias. Pero las dos veces llegó en autoestop.

5

EL RECUERDO MÁS ANTIGUO de Sissy era de un día en que ella tendría tres o cuatro años. Era una tarde de domingo y había estado durmiendo la siesta bajo sábanas de tebeos en un sofá de pelo de caballo del salón. Creyendo que aún seguía dormida, pues no albergaban mala intención, su papá y un tío que estaba de visita, la contemplaban, considerando sus jóvenes pulgares.

– Bueno -dijo al cabo de un rato el tío-, tienes suerte de que no se los chupe.

– No podría -dijo el papá de Sissy exagerando-. Para eso tendría que tener la boca como una pecera.

El tío cabeceó, aprobatoriamente.

– Tal vez la pobrecita tenga problemas para conseguir marido. Pero ya que está en el mundo, es una auténtica bendición que sea una niña. Nunca podría ser un buen mecánico.

– Ya. Ni tampoco neurocirujano -dijo el papá de Sissy-. Claro que podría ser una magnífica carnicera. Podría retirarse en dos años sólo con los recargos.

Riendo, salieron los dos hombres hacia la cocina a llenar otra vez los vasos.

– Otra cosa -oyó decir Sissy a su tío a lo lejos-. Esta jovencita sería una maravilla para el autoestop…

¿Autoestop? La palabra sorprendió a Sissy. La palabra tintineó en su cabeza con un eco sobrenatural, congelada en misterio, haciéndola estremecerse y agitar los tebeos, con lo cual no pudo oír el final de la frase de su tio:

– …si fuera varón, claro,

6

LO SORPRENDENTE de Sissy Hankshaw fue que al crecer no se convirtió en un desastre neurótico. Si se es muchachita de un suburbio de bajos ingresos en Richmond, Virginia, como lo era Sissy, los otros chicos se ríen de tus manos, y tus propios hermanos te llaman por el mote del barrio («Pulgarcita») y tu propio papá a veces hace chistes diciendo que eres «todo pulgares», o te endureces o te derrumbas. No te limitas a recubrir con piel de rinoceronte tu linda epidermis, pues eso neutralizaría tanto el placer como el dolor, y no permites que tu ser apeste dentro de una cascara; lo que haces es envolverte en la dureza de los sueños.

Es tu única preocupación. Cuando los demás muchachos juegan, tú te vas sola a un bosque cercano. No hay coches en los bosques, claro, pero no importa. Los hay en tus sueños.

Haces autoestop. Con timidez al principio, sin mover apenas el puño, inclinándolo casi imperceptiblemente en dirección a tu destino imaginario. Corre una ardilla por la rama de un árbol. Haces autoestop a la ardilla. Pasa volando un grajo. Le indicas que baje. No eres entonces la famosa Sissy, sino sólo una tímida niña sureña en el linde de un bosquecillo, observando cómo se mueve hacia delante tu pulgar, estudiando cómo se comportan los pulgares a distintas velocidades y ángulos de giro. Haces señas a abejas, serpientes, nubes, flores.

En la escuela, aprendes que es el pulgar lo que diferencia a los seres humanos de los primates inferiores. El pulgar es un triunfo de la evolución. Por sus pulgares puede el hombre utilizar herramientas. Por poder utilizar herramientas puede ampliar sus sentidos, controlar su medio y crecer en poder y perfección. ¡El pulgar es piedra angular de la civilización! Tú eres una niña ignorante. Crees que la civilización es algo bueno.

Por sus pulgares puede el hombre utilizar herramientas, etc., etc. Pero tú no puedes utilizar herramientas. No bien. Tus pulgares son demasiado inmensos. Los pulgares separan a los humanos de los demás primates. Tus pulgares te separan a ti de los demás humanos. Y empiezas a sentir una presencia alrededor de tus pulgares. Te preguntas si no habrá allí algo mágico.

La primera vez… Nunca lo olvidarás. Es una mañana gélida; llena la nieve fina las grietas del viento. No tienes ánimos para caminar las cinco manzanas que te separan de la escuela. Por encima del hombro ves (¡oh, apenas puedes hablar de ello ahora!) una ranchera Pontiac que se acerca a moderada velocidad. Cuánto sufrimiento te producen esas falsas arrancadas antes de que tu mano tome impulso. La vesícula amenaza con desbordarse. El giro de tu flaco brazo parece durar un minuto. Y aun así el coche pasa de largo. Pero no: ¡Luces de freno! El Pontiac patina levemente sobre la nieve. Corres, sudando realmente, hasta él. Atisbas el interior. Tu rostro, bajo el gorro con orejeras, es como un tomate. Pero el conductor hace señas para que entres…

A partir de entonces, no volverás a pie a la escuela. Ni siquiera con buen tiempo. Vas en autoestop al cine los sábados por la tarde (tu primer encuentro con vaqueras); vas en autoestop al centro de Richmond sólo por practicar. Te asombra la precisión natural, instintiva casi, con que tus pulgares surcan el aire. Te maravilla la gracia de los gordos apéndices. En tu treceavo verano, recorres en autoestop casi 150 kms.: hasta las playas de Virginia, para ver el océano.

Por alguna razón, buscas «pulgar» en el diccionario. Dice: «el dedo corto y grueso, primero o más preaxial de la mano humana, que se diferencia de los demás dedos por tener dos falanges y mayor libertad de movimiento».

Eso te gusta: Mayor libertad de movimiento.

7

Y SIGUIERON creciendo, los primeros dedos o más preaxiales de la mano de Sissy. Crecieron mientras ella comía sus gachas y su pan globo; crecieron mientras sorbía ella sus copos de trigo con leche. Crecieron mientras ella estudiaba historia («Cómo los colonos avanzaban constantemente hacia el Oeste, se veían amenazados constantemente por hordas de indios salvajes»); crecieron mientras estudiaba aritmética («Si una gallina y media suele poner un huevo y medio en día y medio, ¿cuánto tardará un mono que tiene una pata de palo en sacar de un pisotón las semillas de un pepino en salmuera?») Crecieron en la habitación de olor acre en que dormía con sus dos hermanos; crecieron en el bosquecillo donde jugaba sola. Crecieron en verano, cuando crecían otras cosas. Crecieron en invierno, cuando casi todo crecimiento cesaba. Crecían cuando reía; crecían cuando lloraba. Y cuando inspiraba y expiraba, crecían.