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El problema de poseer un juguete tan seductor es que también quieren jugar con él otros individuos. A veces, prefieren jugar con el tuyo que con el suyo. O protestan si tú juegas con el tuyo diferente a como juegan ellos con el suyo. El resultado es que hay unos cuantos juegos de una sección de posibilidades que se repiten universal e interminablemente. Si no juegas el juego de ciertas personas, dicen que tu juguete «ha perdido un tornillo», no reconociendo que, si bien no hay duda de que las damas chinas son un pasatiempo magnífico, uno puede jugar también al dominó, al ajedrez, al póquer, al parchís, a la boca o a la ruleta rusa con su cerebro.

Un juego cerebral que se practica amplia, aunque pobremente, es el llamado «pensamiento racional». Aunque sus ancestros no tenían conocimiento alguno de ese juego, y probablemente no lo hubiesen jugado si lo hubiesen tenido, a Julián Hitche le encantaba. Intentó enseñárselo a su esposa, cuyo enfoque de la vida con los pulgares primero le parecía inquietantemente irracional y frivolo (¡viva la segunda falange!). Sissy hizo una prueba. Estaba sedienta de diversiones en aquel apartamento de la Calle Diez… y tras sobrevivir nueve meses de matrimonio, ¿como podía tener miedo alguno al «pensamiento racional»? Aprendió los rudimentos de la lógica y, con el aliento de Julián, decidió aplicarlos en su viaje al Rosa de Goma. Así, cuando, próxima a su destino, se sentó a descansar en un tronco petrificado (todo multicolor y como una hogaza empaquetada de pan de molde prehistórico), en vez de dejar que su mente pasara corriendo sobre los placeres y posibilidades del autoestop, saboreando sus entonaciones inarticuladas, sus ritmos y sus tensiones espaciales, se recordó a sí misma sus propósitos pragmáticos e intentó delinearlos, como podría haber hecho un griego de la edad de oro.

(1) Posaría para los camarógrafos contratados por La Condesa, desplegando toda su habilidad.

(2) Mezclándose con las vaqueras, las especialistas de belleza y las clientes, intentaría determinar la situación existente en el rancho.

(3) Saldría del Rosa de Goma en cuanto pudiese. ¡Así! Los objetivos primarios. Ahora, los dividiría en (1a), (1b), etc. En realidad, la lógica era una cosa divertida.

Ay, el cerebro es un juguete que juega por su cuenta. Su juego favorito es el juego Una-cosa-lleva-a-la-otra. Ya lo conoces. Funciona así: Cuando Sissy pensaba en forma sintética, esa la llevaba a pensar en que Julián le había enseñado a pensar así. Lo cual la llevaba a pensar en el propio Julián, lo cual la llevaba a pensar en Julián amándola, lo cual la llevaba a pensar en el amor. Una cosa lleva a la otra. Con los ojos firmemente cerrados bajo el panel azul pálido del cielo de Dakota, olas de hierba susurrando su nombre, pajarillos derramando pródigos sus cánticos sobre ella, empezó Sissy a culebrear y agitarse sobre la caliente piedra. Abrió la cremallera del mono por la bragueta y, como si buscase Eros en las Páginas Amarillas, dejó que sus dedos iniciaran un íntimo paseo por esos contornos.

Vosotros y vosotras, queridos y queridas, que sólo habéis abusado de vosotros mismos en la cama o en el retrete, permitid que Sissy os diga que en medio de una pradera vacía es muy superior: un océano de hierba iluminado por el sol, cielo por todas partes, brisas que tejen los perfumados besos de la tierra. Sissy, sin saberlo, seguía las huellas dactilares de gran número de damitas que cabalgaban aquellas tierras. Hasta las vaqueras se ponen a tocar el blues.

Desgraciadamente, cuando Sissy sólo había pasado unas cuantas páginas la interrumpió una limosina Cadillac que surgió del agujero de un perrillo de la pradera.

39

NO. NO no no. Por supuesto que no. El Cadillac no había salido del cubil de ningún perrillo de la pradera. Había bajado por la misma ruta polvorienta que había recorrido Sissy. Sólo que apareció tan de pronto (pese a que uno podía ver más de treinta kilómetros en todas direcciones) que Sissy apenas tuvo tiempo de subirse la cremallera, y se dijo: «¿De dónde salió ese coche, del agujero de un perrillo de la pradera?»

Era la primera vez en su experiencia de autoestopista que lamentaba ver llegar un coche.

Al volante del Cadillac iba una joven de sombrero Stetson. Fue la puerta trasera del coche, sin embargo, la que se abrió, y una voz fina de matrona la que dijo:

– ¿Eres por casualidad Sissy Hankshaw?

– Sí, lo soy -dijo Sissy Hitche. ¿Quién podría ser si no?

Salió del coche una señora muy elegante de mediana edad.

– Pero por Dios. ¿Cómo no llamaste por teléfono? Habría ido alguien a Mottburg a buscarte. Soy la señorita Adrián, del rancho. La Condesa escribió diciéndome que venías. Sube, ancla. Debes estar agotada. Hoy hace mucho calor… Gloria, ayuda a la señorita Hankshaw con su equipaje.

Gloria saludó con un gesto amistoso a Sissy, pero no hizo el menor ademán de ayudarla. Sissy metió su mochila en el espacioso vehículo. Empezó a seguirla, pero retrocedió lo suficiente para agitar furtivamente un pulgar. (Mejor hacer señas a un coche que ha parado ya que no hacerlas en absoluto.) Luego entró y se sentó junto a la inmaculada y pulcrísima señorita Adrián. Aquella mujer le recordaba el piano blanco de Julián. En su mente, Sissy colocó un jarrón de rosas sobre la señorita Adrián. Quedaba muy bien.

En cuanto Sissy cerró la puerta, la vaquera chófer pisó a fondo el acelerador del Cadillac y éste partió bamboleándose en una monótona película de polvo desenfocado. Las rosas cayeron del piano. El piano enseñó los dientes.

– Idiota -el tono era bajo y profundo: fa agudo do medio.

Luego la señorita Adrián recuperó su compostura.

– ¿Cómo no llamaste por teléfono? Siento mucho que hayas tenido que andar tanto por estas soledades. No intentaste ponerte en contacto conmigo, ¿verdad? Precisamente venimos ahora de Mottburg; fuimos a acompañar a unas clientes al tren de la tarde.

Y dicho esto suspiró. Un suspiro irritado.

– Más clientes que se van antes de terminar el tratamiento. Hoy se fueron tres. Decidieron pasar al Gran Oportunidad de Elizabeth Arden que queda en Phoenix, Arizona. El Elizabeth Arden cuesta mil dólares por semana. El Rosa de Goma setecientos, y aún menos si la estancia es de un mes. ¿Por qué se van entonces nuestras clientes al Elizabeth Arden?

La señorita Adrián hizo una pausa. Presionó un botón, movilizando un cristal de separación que aislaba el compartimento de pasajeros del asiento del conductor, A través del cristal, Sissy pudo ver aunque no oír, reírse a Gloria.

– Te diré por qué -prosiguió la señorita Adrián-. Por esta peste de vaqueras.

»Señorita Hankshaw, no puedo esperar a que venga La Condesa para resolver este lío. No puedes imaginarte, es algo horrible. Al principio, cuando las cosas estaban en su sitio, todo iba bien. He de admitir que hacían las tareas del rancho prácticamente igual que los hombres. Pero poco a poco han ido infiltrándose en todos los sectores de nuestro programa. Esa que se llama Debbíe se considera especialista en ejercicio y dieta. Con permiso de Bonanza Jellybean, y contra mis órdenes explícitas, ha estado obligando a las clientes a hacer algo llamado yoga kundalini. ¿Sabes lo que es? Permíteme que te informe. Es intentar obligar mentalmente a una culebra de fuego a subir por la columna vertebral de una. Señorita Hankshaw, nuestras clientes no pueden entender el yoga kundalini, no digamos ya practicarlo. Y Debbie se ha hecho cargo completo del menú. Nos ha tenido un mes sólo a arroz integral, luego empezó una llamada dieta antimoco y después otra cosa parecida. Ayer, precisamente, pidió un nuevo libro de cocina de un negro tibetano que se titula El tercer ojo en la cocina: comida «soul» himalaya. Sabe Dios lo que será eso. Hasta las otras vaqueras se quejan.

»Señorita Hankshaw, estoy orgullosa del Rosa de Goma. Ofrecemos básicamente el mismo programa que el rancho de belleza de Elizabeth Arden: ejercicios de colchoneta, natación, sauna, baño de vapor, baño de cera y parafina, masaje, tratamientos faciales, baño de remolino, tratamiento de cuero cabelludo, formación dietética, manicura, pedicura, peluquería artística, clases de maquillaje. Pero además el ambiente es más divertido. El Gran Oportunidad de Arden es muy fino y elegante. Nosotros ofrecemos una atmósfera de rancho informal, rústica, con cabalgadas, acampadas y demás. Sin embargo, lo que realmente nos diferencia del Gran Oportunidad y de todos los demás de belleza es nuestro programa de acondicionamiento íntimo. Señorita Hankshaw, las dos somos mujeres adultas; podemos hablar con franqueza sobre estas cosas. Cuando una mujer va a un rancho de belleza, es con el fin de hacerse más atractiva sexualmente a los hombres. Ése es en definitiva el asunto. Suele haber otras consideraciones, por supuesto, pero básicamente nuestra cliente es un ave sin pareja que necesita emperejilarse.