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La alusión ornitológica hizo pensar a Sissy en antiguos periquitos y futuras grullas chilladoras.

– Otros rancho reconocen esto, pero no van más allá. ¿Qué utilidad tiene atraer a un hombre a la cama, y perdóneme la franqueza, si luego se le ofende o se le desilusiona allí? Por eso, en el Rosa de Goma insistimos en la higiene femenina, en los ejercicios de fortalecimiento de vagina, etc. Pues bien, esta semana, las vaqueras invadieron la sala de recondicionamiento sexual y mi lengua se niega a describir los disparates que propusieron. Algo absolutamente increíble. Esas salvajes están destruyendo todo lo que yo he construido, burlándose de todo lo que significa la empresa. Cuando venga La Condesa… hasta ahora me daba miedo quejarme. Jellybean ladra más que muerde, y la mayoría de las chicas, pese a todas sus malas maneras, no matarían una mosca. Pero hay una nueva, una a la que ellas llaman Del Ruby. Ésa tiene la bondad de un escorpión; ¡oh, si vieras cómo me mira! En fin, he considerado prudente evitar un enfrentamiento que pudiese molestar a las clientes. Pero ahora que casi ha terminado la temporada (trabajamos de abril a septiembre) y que por fin va a venir La Condesa…

Estaban ya en las colinas. El sol se hundía. Llevándose con él su pandereta, el viento se fue a casa a cenar. La hierba perdió el ritmo y se quedó quieta. Una soledad norteamericana, que es una soledad como no hay otra en el mundo, fue extendiéndose alrededor del Cadillac, brotando del suelo que iba ya enfriándose, del aire mismo; con un olor dulzón y colorado como los destrozados pies de un fatigado viajante, con un sabor a sudor y a cerveza y a patatas fritas, hechizada por sueños infantiles y por los espectros de los indios. Era un anochecer solitario que se enroscaba como humeante culebra, salida de la reventada maleta del continente. Y la limosina atravesaba el silencio como torno de dentista.

Dentro del vehículo, la señorita Adrián seguía hablando. Evidentemente, estaba aturdida. Sissy no decía nada. Quizá Sissy no escuchase siquiera. ¿Cómo saberlo? Sissy iba sentada como suele sentarse, sus pulgares posados afectuosamente en las piernas cruzadas… y sonriendo. Con la dulce e invencible sonrisa que algunos asocian a la locura, que… otros atribuyen a profundidad espiritual, y que es sólo en realidad la sonrisa que brota del corazón secreto de la más íntima experiencia,

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¡BANG! ¡BANG bang bang! Bang al cuadro y bang al cubo. Bang conjugado y bang cocacolado.

Llegaron al rancho y al tiroteo.

– ¡Ay Dios mío! -gritó la señorita Adrián-. ¡Están asesinando a las clientes!

La casa, el barracón, los establos y los cobertizos estaban desiertos. No había por allí más que dos tipos de casimetas hollywood, haraganeando por el corral. Más tiros.

La señorita Adrián, histérica, corrió a uno de los hombres y le agarró por los hombros.

– ¿Dónde están las clientes? -chilló.

El hombre pareció enfadarse.

– Calma, señorita -dijo-. Se fueron con las vaqueras a cabalgar un poco. Fueron más allá de aquella colina. Usted es la señorita Adrián, ¿verdad? Tenemos que hablar con usted de la película.

– Ahora no, idiota, ahora no. Esas zorras chifladas se han llevado a mujeres inocentes y en este momento están matándolas. Nos matarán a todos. ¡Oh! ¡Ohhhh!

El otro cámara escupió un trozo de chicle, en una trayectoria que lo hizo pasar por encima de la valla del corral,

– Hay matanza en marcha, sí, pero no es de las gordas. Sus peones están matando el ganado. -Miró con aire culpable el mascado pedazo de chicle color rosa, que yacía ahora entre cagadas de caballo y terrones de barro-. Supongo que no pasará nada si lo pisa un jamelgo. El chicle lo hacen precisamente de cascos de caballo. Todas las cosas tienen instinto casero, hasta el Destino.

A la media luz, el cutis de la señorita Adrián parecía una cuchara de plata olvidada una noche entera en un plato de mahonesa.

– ¿El ganado? ¿Están matando a las vacas? ¿A todas?

– Eso dijeron, señorita Adrián. Invitaron a las clientes a acompañarlas para que viesen cómo es de verdad la vida del rancho. Invitaron también al personal. Ya es casi de noche. Enseguida vendrán… Ahí vienen.

Cuando el grupo se hizo visible, la señorita Adrián contó las clientes. No faltaba ninguna. Contó al personal. La manicura y la masajista estaban pasándolo como nunca. Era la primera vez que les dejaban participar en una excursión del Rosa de Goma. Si la señorita Adrián hubiese seguido y hubiese contado a las vaqueras, habría descubierto cuatro desapariciones: tres quedaban detrás guardando las reses sacrificadas… y Debbie, que, como vegetariana, no había querido participar en la matanza y estaba ahora sobre el lago Siwash, en el parapeto, con un cineasta, haciendo amor, no carne de vacuno.

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RECETA DE ESTOFADO de También las vaqueras sienten melancolía.

Pele unas cebollas. Pele patatas y zanahorias. Corte la carne en bocaditos. Échela en agua hirviendo. Espolvoree perejil, salvia, romero, simón y garfunkle. Aviso: no use en ningún caso carne del rancho Rosa de Goma.

El rebaño del Rosa de Goma sería uno de los más grandes espectáculos de la tierra para un veterinario.

¿Oxiuros? Las vacas del Rosa de Goma tenían tantos oxiuros en los tubos bronquiales que tosían del anochecer al alba como un fumadero de opio lleno de Julianes Hitche. ¿Bolas de pelo? Tenían aquellas vacas bolas de pelo que rivalizaban con las ágiles plantas rodadoras. Tenían fiebres y fístulas y gases y zancudos. Tenían hernias del rumen y hernias del cuajo. Todo el rebaño padecía viruela, que desplegaba sus erupciones pustalares sintomáticas por ubres y tetos. La actinomicosis, que los ganaderos conocen como «quijada grande» o «lengua de madera» asolaba los dientes de aquellos bovinos. Una ojeada a sus gargantas nos hubiese mostrado pruebas de parotitis, por no mencionar los pólipos faríngeos, grandes como moras. Había algunos casos de pata chula, párpado invertido y oreja casposa, y uno de los toros, tan afligido se veía por la orquitis que andaba espatarrado para que sus testículos color geráneo no repicaran, en doloroso gong contra sus patas.

Según Bonanza Jellybean, el rebaño del Rosa de Goma era indicativo de los valores de La Condesa. Para empezar, La Condesa había comprado un ganado débil y barato; después, según Jelly, a ello se habían sumado los cuidados impropios de peones sin ningún interés por su trabajo. Tras intentar en vano restaurar la salud del rebaño, Jelly decidió librarlo de su miseria. En realidad, había sido idea de Delores. Debbie, incapaz de hacer daño a un ser vivo, para quien la naturaleza debía seguir su curso, se opuso a la eutanasia. Naturalmente, la señorita Adrián también se opuso. Estaba furiosa.

– ¡Qué atrevimiento, matar el ganado de La Condesa! ¡Verás cuando te ponga las manos encima! ¿Qué es un rancho sin vacas? -y así sucesivamente.