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Jelly rascaba las orejas a su caballo. El animal se llamaba Lucas, por Tad.

– Sí, desde luego, supongo que los hombres necesitan a las mujeres -dijo-. Igual que las mujeres creen que necesitan marido.

– Julián necesitaba algo más que una esposa -dijo Sissy-. En líneas generales, yo ni siquiera soy una buena esposa. A un nivel consciente, Julián no me aprecia ni me entiende más que los demás, pero en alguna parte de él, sabe que necesita lo que sólo alguien como yo puede ofrecer. Julián es un indio mohaw deformado por la sociedad. Niega ser mohaw, niega que esto puede significar cualquier ventaja posible, física o psíquica. Necesita que le amen de un modo que le ponga en relación con su sangre. Y de ese modo intento amarle yo.

Jelly montó parsimoniosamente.

– Eso parece tener bastante sentido -dijo-. Si el amor no puede recrear a los amantes, ¿de qué sirve? Pero permíteme un consejo, Sissy, amiga mía: el amor es droga, no sopa de pollo.

Al ver que Sissy no hacía más que mirarla desconcertada, Jelly añadió:

– Quiero decir que el amor es algo que debe darse libremente, no administrarse a cucharadas por su propio bien por una madre dominante que se lo cocine todo sola.

Con esto, Jelly se inclinó por la grupa de Lucas, imitando una acrobacia que la homónima del caballo había ejecutado una vez a gran velocidad, y besó a Sissy, mitad en la boca, mitad en la barbilla. Luego volvió a erguirse y se alejó al galope.

Aquella tarde, en el barracón, cuando Gloria comparó los pulgares de Sissy con el jorobado de Notre Dame, Bonanza Jellybean la abofeteó.

47

«LA POLCA de la salchicha polaca» fue interrumpida por un boletín de noticias sobre la situación internacional que, como pronto supieron las oyentes del barracón, era desesperada como siempre. Y hablando de desesperación, la había sin duda en la expresión de Big Red cuando, sin llamar, abrió la puerta de la sala principal de ejercicios.

Clientes y personal se pusieron rígidos al ver entrar a Big Red, pues todas estaban por entonces un poco asustadas con las vaqueras, y Big Red, la llameante torre de pecas, parecía la más peligrosa de todas. No había motivo de alarma, sin embargo. Big Red estaba enterada de que la señorita Adrián había anunciado que aquel día celebraría el último pesaje. Al día siguiente, en la barbacoa baja en calorías que señalaría el término oficial de la temporada del rancho, se entregarían premios a las mujeres que hubiesen eliminado el mayor tonelaje de grasas en el aire seco de Dakota. Big Red no anhelaba ningún premio, no era además candidata elegible a ninguno, y, francamente, ninguno merecía, pero quería consultar la báscula. Ataviada con su traje de baño verde bosque de una pieza, se situó en cola ante el oráculo. Tras obtener fácilmente el permiso de las clientes, la señorita Adrián condujo a Big Red a la cabeza de la cola.

La inmensa vaquera se pesó, pestañeó, gruñó y, para alivio de todas, salió por donde había venido. En el camino de vuelta al barracón, mientras el veranillo de San Martín presentaba sus respetos a la carne que rebosaba por los bordes de su traje de baño, Big Red tuvo un fogonazo, una visión mental quizá no menos intensa que las visiones primera y segunda de Delores del Ruby. Presa de la inspiración, Big Red pensó: «Sería maravilloso, desde luego, que hubiese una máquina que pudiese conectarse al plato de comida y extrajese de él los sabores. Después de comer todo cuanto tu estómago pudiese manejar cómodamente, podrías meterte un tubo de plástico en la boca, accionar la maquinita, y los sabores continuarían llegando mientras quisieses, sin que al estómago fuese nada que lo hiciese más grande y más gordo. Mmmmm, señor, señor; jamón, pastel de cebolla y queso, chiles, pastel de arroz, señor.

En la sala principal de ejercicios del Rosa de Goma, había un mercado inmediato para tal artilugio y, sin duda podrían contarse por decenas de millones las ventas en todo el mundo, pese a la situación internacional. Significaría además un beneficio sin precedentes para el género humano, que apartaría a tantas personas de las calles como la televisión y ahorraría más vidas que una cura del cáncer.

En consecuencia, en interés público, También las vaqueras sienten melancolía ofrece esta idea de Big Red completamnete gratis a cualquier inventor capaz de hacerla realidad.

48

– JULIÁN, TENGO una amiga.

– ¿Una amiga dices, querida? -se oía pasablemente-. Magnífico. Las nuevas amistades siempre son agradables.

– No me entiendes. Te digo que tengo una amiga. Y hasta ahora no la había tenido nunca.

– Vamos, querida, exageras. ¿No es Marie amiga tuya?

– Marie es amiga tuya. Yo sólo le intereso como coño exótico.

– ¡Sissy! ¡Estamos hablando por teléfono!

– Perdona. Sólo quería hablarte de Jelly, pero da igual.

– Jelly es esa alborotadora a la que tenías que vigilar por encargo de La Condesa, ¿no? ¿Cómo van las cosas con esas vaqueras? Espero que todo esté tranquilo ahí. Me tienes muy preocupado.

– No tienes que preocuparte por mí. Llevo encima, en las manos, mis ángeles guardianes.

– Sissy, no deberías burlarte así de ti misma; no es saludable. En fin, querida, mi preocupación por ti no me ha impedido del todo divertirme. He ido mucho a comer por ahí. Elaine's, La Grenouille, La Carabelle. Estuve bailando el sábado por la noche en Kenny's Castaways con los Kright y los Sabol. Howard tenía trabajo hasta tarde, así que Marie vino con, como se llama… Colacello. Bailar al cachetito es una moda que está haciendo furor en Nueva York estos días. Yo no lo sabía. Espero poder ir contigo cuando vuelvas. Te encantará si pruebas. Esta noche vienen aquí unos cuantos a cenar. Una cena íntima. Estoy instalando una mesa de chaquete. Cuánto me gustaría que estuvieses aquí. Ah, hoy compré una muñeca deliciosa en la tienda de regalos del museo de Brooklyn… arte popular. Ya verás, ya verás. Estoy acabando el cuadro que empecé el día antes de irte tú, el grande, el que tú creías que iba a ser una tienda india: No es nada de eso, claro; es…

– Julián, ¿qué ruido es ése?

– ¿Ruido? Ah, sí. Una sorpresa, querida. Es… ¿No lo supones? Es Butty. Carla y Rupert están otra vez juntos. Dios mío, sí, se me olvidaba decírtelo. Carla volvió a la ciudad y no puede seguir con Butty en su piso. Así que nuestro viejo amigo está otra vez aquí. Si te fastidia mucho, siempre puedo venderlo. Los perros como Butty hacen furor en Nueva York ahora; todos los que dirigen la moda, los que marcan las nuevas tendencias, tienen dos por lo menos. Andy Warhool llevó su dachshund miniatura, Archiel, a Kenny's Castaways la otra noche, imagínate. Bueno, Sissy, respecto a esas vaqueras con quienes estás, ten mucho cuidado, ¿de acuerdo?

Los cables larga distancia hicieron esos ruidos que son en parte gorgoteos y en parte gemidos. Los rumores que podría hacer un bebé robot en su cuna. Intercambiaron cariños y Julián colgó… sin tener ni idea de que la conversación que habían sostenido la había hecho posible Bonanza Jellybean, que, como prueba de amistad había pospuesto el corte de los hilos telefónicos del Rosa de Goma.