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Como ya dije, la alegría navideña puso fin a su discordia. Un día, estando de compras en East Village, salió Sissy del estupor en que había estado durante semanas. Cogió una ramita de muérdago entre el dedo segundo y el tercero, se la colocó a Julián en la cabeza y le besó en la calle. Y volvió a casa tarareando un villancico. Durante las fiestas estuvo alegre y oplimista con sólo una expresión ausente muy de tarde en tarde.

Luego, el 31 de diciembre, unas horas antes de que los Hitche fueran a reunirse con los Barth para la fiesta de Año Viejo en Kenny's Castaways, llegó la noticia de que varios hospitales de América y de Dinamarca habían seguido por propia iniciativa la política de dejar morir a los niños deformes. Un médico dijo en el noticiario de la CBS: «Si un niño es demasiado deforme para que pueda amársele, su vida resultará un infierno. La muerte es un favor para aquéllos a quienes resulta imposible amar.» Esta noticia hundió a Sissy en una mazmorra de depresión de la que no empezó a salir hasta mediados de febrero, en que por casualidad se encontró con esta noticia en el Times:

manila, Filipinas (AP) – Un periódico de Manila informaba ayer del nacimiento de un niño con seis dedos en cada mano y en cada pie. «Esto traerá buena suerte a la familia», dijo entusiasmada la madre del niño.

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SALTANDO UNAS VECES y resbalando y tropezando otras, abrumada, bajó Sissy el Sendero Siwash después de tres días en la fábrica del tiempo. Encontró a un grupo de vaqueras trabajando, dirigidas por Delores. Estaban quitando secadoras de peluquería y Exercibles del ala dañada de la casa principal, mientras un segundo grupo, dirigido por Big Red, reparaba afanosamente el viejo retrete del rancho. Bonanza Jellybean no aparecía por ningún sitio. Kym le reveló que Jelly y Debbie habían ido a llevar un par de sacos de arroz moreno al Lago Siwash en el carro. Se proponían alimentar a las grullas, que estaban ya instaladas allí, para ver si las aves prolongaban su estancia en el rancho.

Los cineastas no estaban ya en el lago. Se habían ido al noroeste del Pacífico a filmar una nueva película a lo Walt Disney, Las Charcas de Cieno Vivientes, Se pasarían mucho tiempo asomando sus lentes de ángulo ancho bajo húmedas rocas.

Sissy dudaba si esperar o no el regreso de la vaquera jefe. Hizo el equipaje lentamente, pero cuando terminó de cerrar la mochila, Jellybean aún no había aparecido. Kym sugirió que quizá Jelly y Debbie se hubiesen parado a divertirse un poco. Esto resolvió sus dudas. Se echó la mochila al hombro y se alejó del rancho. No había caminado cinco kilómetros cuando llegó a su lado la limosina Cadillac roída por las cabras (que resultó estar a nombre del Rosa de Goma). Kym asomó por la ventanilla del conductor.

– Bueno -dijo-. ¿No vas a intentar pararme?

Kym, que había desafiado a Delores para ayudar a Sissy, la dejó en la autopista principal. Se abrazaron.

– Siempre serás bien recibida -dijo. Tras el hombro de la vaquera se extendían kilómetros de temblorosa hierba, como la cepillada cabellera de una gopi. Cerros violetas y colinas de un ocre quemado descansaban en sus sedes quietas como novelas de Zane Grey en una estantería. El sol, que en aquellas zonas parece un mestizo (su padre fuego de la pradera, su madre mordisco de lobo) champuaba en sangre al Cerro Siwash. De modo que parecía una cabeza de trampero recién escalpelada. Aquello era el Oeste. Dakota.

De vuelta de Manhattan… Sissy, mirando sobre el borde primordial… batidores… sartenes… copas de coñac. Sissy escuchando el medio galope del tráfico por la Calle Décima. Sissy contemplando al perrito de aguas, Sissy, la vez siguiente que Marie la abordó, sorprendiendo a ambas al tomar la ofensiva, y después, al vestirse, sintiendo que había sido un error y jurando apartarse de las mujeres para siempre. Sissy extrayendo de Julián ideas, datos, opiniones… Interrumpiendo nuevamente las lecciones de ésta para soltar entre dientes, «ja ja jo jo ji ji». Sissy pintándose las uñas como si fuesen una ventisca de pastillas para la tos color cereza, mientras hacía autoestop de habitación en habitación. Sissy introspectiva, Sissy cavilosa, Sissy tranquila como siempre, salvo que su serenidad de siempre parecía ahora frágil y quebradiza, dando a los demás la inquietante impresión de que en cualquier momento podría lanzarse en una dirección inesperada.

Julián se negaba a deshacerse de ella.

– Es inmadura y poco disciplinada -explicaba-. Son características que pueden superarse.

El mohawk creía que su mujer había nacido en una familia normal del modo normal, y que si no se hubiese quebrado un cromosoma por alguna presión, si no hubiese resbalado un cromosoma y caído de culo, podría haberse convertido en una mujer normal como cualquier otra.

– Es encantadora y muy inteligente. Sólo necesita que la enseñen a superar su desgracia en vez de complacerse en ella.

– Es muy probable que tenga usted razón -convino el doctor Goldman-. Ya sabe que hay desviados sociales y de la conducta que desarrollan subculturas que, como los ghettos étnicos y raciales, constituyen refugios donde los individuos pueden vivir con libertad y apoyo mutuo, e insisten en que son tan correctos como cualquier otro. Los desviados sociales, los homosexuales y los drogadictos, por ejemplo, pueden agruparse en clanes o vivir en comunidades reducidas y aseguran que no son sólo tan buenos, sino mejores en realidad que los «normales», y que la vida que llevan es superior a la que lleva la mayoría. El individuo socialmente estigmatizado, al entrar en una subcultura, acepta su alienación de la otra sociedad más amplia y, al identificarse con almas similares, pretende ser absolutamente «normal» o incluso superior como ser humano y que los disminuidos son los demás. Este tipo de ajuste es mucho más fácil para minorías étnicas, como los judíos, los arnishes o los panteras negras, y para ios marginados sociales estigmatizados como jipis, drogadictos y homosexuales, que para los ciegos, los sordos y los mermados ortopédicamente. En cuanto a su mujer, quizás haya elegido hacer una subcultura de sí misma, como si dijésemos.

»Dice usted que frecuentemente hace esfuerzos sinceros para funcionar como una esposa normal de un hogar normal; en fin, todo no conformista cree en secreto que podría vivir una vida normal si lo decidiera, y sin duda su esposa pretende demostrar que, dentro de sus limitaciones funcionales, puede adaptarse a voluntad. Sin embargo, como usted dice, mientras no considere su detecto como tal y se complazca en él y en la vida fantástica que ha construido a su alrededor, no es probable que lo logre.

»De momento no creo aconsejable, sin embargo, obligarla a venir a la clínica contra su voluntad.

– No, no, yo no quiero eso -dijo Julián.

Pero aquella noche, cuando regresó a casa y vio lo que había hecho Sissy, telefoneó al doctor Goldman.

– Voy a llevarla -gimió.

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– HAY DOS TIPOS DE LOCOS -dijo el doctor Goldman. Dijo esto en privado, a amigos íntimos, y sin la menor intención de que le citasen-. Primero, los de instintos primitivos, agresivos y sexuales, desviados, deformados, obstruidos o alterados a edad temprana por razones ambientales y/o biológicas, y que ya no pueden controlarlos. Pocos pueden recuperar completa y permanentemente ese equilibrio que llamamos «cordura», pero se les puede hacer afrontar el origen de su mal, compensarlo, reducir sus sustituciones negativas y que se adapten hasta el punto de poder abordar la mayoría de las necesidades sociales sin una dificultad dolorosa. Mi mayor satisfacción en esta vida es ayudar a tales personas a adaptarse.