Выбрать главу

El doctor Robbins, terminando el vino, deseó saber si el Chink compartía las ideas del Pueblo Reloj.

La respuesta era, y es, no, nunca estuvo por completo de acuerdo con los puntos de vista y las suposiciones del Pueblo Reloj, y con el paso de los años, lo estuvo aún menos y no más. Sin embargo, cayó en manos del Pueblo Reloj en un momento en que la mayoría de los habitantes del mundo se daban cabezazos por vagas e insustanciales manías como la expansión económica y la geopolítica etnocéntrica, y sus propios pueblos, el japonés y el norteamericano, figuraban entre los más fanáticos perseguidores de la victoria y rezaban a las deidades de la bala y enseñaban a sus hijos a andar sobre el filo de la navaja. Así que, cuando conoció a las trece familias de la Gran Madriguera y aprendió las razones y procesos de las máquinas del tiempo, el Chink lanzó un largo «ja ja jo jo ji ji». Y dijo: «Es tranquilizador ver signos de vida inteligente en el planeta.»

– Exactamente lo que pienso yo -musitó el doctor Robbins, mientras contemplaba las sombras de los pulgares de Sissy que saltaban como delfines por el muro clel jardín.

63

ENTRE LOS miembros del Pueblo Reloj, que nunca habían saboreado un ñame ni visto una grulla chilladora, que no estaban familiarizados con la práctica del autoestop, que se habrían quedado pasmados ante una lata de Yoni Yum y que no eran capaces de creer en chifladuras de la imaginación norteamericana como las vaqueras, habitó el Chink veintiséis años.

Durante los ocho primeros, vivió prácticamente como un miembro más del Pueblo Reloj, un miembro honorario de la Familia de la Treceava Madriguera, compartiendo sus alimentos, su vivienda y sus mujeres. (Al ser una sociedad anarquista o, más exactamente, pluralista, algunos de los miembros del Pueblo Reloj eran monógamos. Otros, quizá la mayoría, practicaban el amor libre. En una sociedad pluralista, el amor muestra en seguida todos sus embadurnados y sonrientes rostros, y debe advertirse que el término familia sólo impórtaba a efectos del ritual de los relojes, fuera del cual predominaba el entremezclamiento sin inhibiciones. Por ejemplo, un hombre de la Familia de la Quinta Madriguera, podía dejar embarazada a una dama de la Onceava Madriguera, y el niño resultante, una vez crecido, asignarse a la Familia de la Novena Madriguera,)

En 1951, cuando la guerra era sólo un brillo en los ojos saltones de la Legión Americana, se trasladó el Chink a una cabaña que había construido unos quince o diecisiés kilómetros al oeste de la Gran Madriguera. Se alzaba la cabaña estratégicamente en la estrecha entrada del valle, que, con un arroyo como pista de carreras, totalizaba contra la base de la loma llena de toneles. En la otra dirección, a un par de kilómetros más allá de la cabaña, había un camino que llevaba a una polvorienta carretera que llevaba a su vez a una autopista por la que se llegaba a una combinación de almacén general, café y gasolinera. El Chink empezó a acudir a aquel establecimiento en autoestop cada quincena, y compraba allí periódicos, revistas y otras provisiones. Se los leía a los miembros interesados del Pueblo Reloj (todos hablaban inglés pero había muy pocos que supiesen leerlo); eran sobre todo los jóvenes, pues los viejos consideraban las «noticias» no relacionadas con terremotos, huracanes; inundaciones y otras triquiñuelas geofísicas trivialidades sin importancia. El erupto de la civilización, le llamaban. Quizá los indios mayores tuvieran razón. Recuerda, lector, que eran los años Eisenhower y las noticias parecían coladas por los calcetines de golf de un comandante de oficina del Pentágono.

El Chink también ligaba a los indios mayores con el resto del mundo de otro modo. El Pueblo Reloj había mantenido misteriosamente durante décadas periódicos contactos con ciertos indios del exterior. Estos contactos exteriores eran brujos o hechiceros, pero el Chink nunca llegó a determinar su relación exacta con el ritual de los relojes y la leyenda de la Eternidad del Gozo, Sin embargo, a mediados de los cincuenta, uno o más de estos desconocidos empezaron a aparecer en aquel almacén de la Sierra exactamente a las horas de las visitas imprevistas del Chink. Bebían una cerveza con él y le transmitían unas cuantas noticias en apariencia insignificantes, que él consideraba obligado transmitir cuando volvía a la Gran Madriguera. Oficiaba así de médium, lo mismo que el aire es el médium del repique del tambor, relacionando al Pueblo Reloj, a jóvenes y viejos, con tambores lejanos. Actuaba también como agente desviador. Cuando entraban en la zona cazadores, autoestopistas o prospectores, utilizaba el Chink sus habilidades para apartarles de las proximidades de la Gran Madriguera. Solía bastar para desviar a los intrusos insinuar cosas sobre caza, bellas cataratas o depósitos de minerales, pero de cuando en cuando se deslizaba una pequeña roca o había que prever algún otro accidente. Aun así, unos cuantos intrusos, sobre todo rangers del servicio forestal norteamericano se colaban por la red del Chink. A los que se acercaban demasiado el Pueblo Reloj los liquidaba. De 1965 a 1969, fueron siete los intrusos que acabaron con una flecha en el pecho y enterrados en la Gran Madriguera.

Fueron estas ejecuciones fuente de discordia entre el Chink y el Pueblo Reloj, cuyos miembros las consideraban lamentables pero necesarias como medida de protección, mientras que el Chink decía: «Hay muchas cosas por las que merece la pena vivir, unas cuantas por las que merece la pena morir, pero nada por lo que merezca la pena matar.» El Chink intento convencer al Pueblo Reloj de que con el aumento del tráfico aéreo sobre las montañas, y con la mucha gente que la civilización estaba arrojando a las zonas deshabitadas era sólo cuestión de «tiempo» el que fuese descubierta su cultura. ¿Qué harían entonces? Evidentemente, el Sistema no sería lo bastante generoso como para dejarles en paz. «Nos esconderemos en los túneles», respondían algunos de mediana edad. «Nos defenderemos hasta la muerte», contestaban algunos jóvenes. «Los movimientos de la tierra se cuidarán de todo eso», contestaban los viejos, sonriendo enigmáticamente.

Aunque los asesinatos le inquietaren, aceptaba el Chink con facilidad otras contradicciones en la filosofís del Pueblo Reloj, Y cuando se enfrentaba con una contradicción, como se veía enfrentado, como nos vemos todos, todos los días y hasta todas las horas, le parecía que no había más solución que aceptar los dos puntos de vista.

Sin embargo, le impacientaban cada vez más las ideas del Pueblo Reloj, y hacia el final de su estancia en la Sierra solía brotar con frecuencia el ratón de su risa burlona.

Pero también algunos jóvenes de la Gran Madriguera habían perdido la paciencia. Por las transmisiones de noticias del Chink, se habían enterado de la militancia creciente de los indios norteamericanos. Supieron del Poder Rojo y de reservas cuyos orgullosos residentes se habían pintado los colores de guerra… y se habían armado hasta los dientes. A principios de la primavera de 1969, cuatro jóvenes salieron furtivamente de la Gran Madriguera, aventurándose en el extraño mundo exterior, situado más allá de las nevadas montañas, para ver con sus propios ojos. Un par de meses después regresaron, emocionados, emplumados, llenos de abalorios, zumbando revolución. Dos camaradas se unieron a ellos y todos desertaron del Pueblo Reloj para ir a enfrentarse al hombre blanco en sus propios términos… y en su propio tiempo. De camino montaña abajo fueron los jóvenes hasta la cabaña del Chink.

– Estás tan harto como nosotros de esperar sentado ese terremoto de mierda -dijeron en un idioma de reciente adopción-. Eres fuerte y listo y nos has enseñado muchas cosas. Ven con nosotros y únete al movimiento.

– ¿Tiene consignas ese movimiento vuestro? -preguntó el Chink.

– ¡Claro! -gritaron. Y le citaron algunas.