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– ¿Qué es lo que hay entre tú y las vaqueras? -le preguntó un día Sissy. Estaban encaramadas encima justo del Rosa de Goma. Parecía desde allí un rancho de juguete, una miniatura que pudiese haber moldeado Norman, el pastelero jefe, si hubiese tenido tiempo y pulgares suficientes-. ¿Por qué no eres más cordial con ellas?

El Chink se limitó a encogerse de hombros. Tenía la mirada fija en el Lago Siwash, donde varias bandadas más de chilladoras se habían incorporado a las anteriores.

– Evidentemente estás de acuerdo con Jellybean, esa culebrilla revoltosa. Y la pobre Debbie piensa que eres una especie de dios. Pero la mayoría de las chicas coinciden con Delores. Delores dice que tú eres un dios, de acuerdo, que estás sentado aquí arriba tan alto y poderoso como nuestro gran dios papi macho: paranoico, colérico y totalmente chiflado.

El astroso nipón rió entre dientes.

– Delores tiene razón en lo de dios -dijo-. Se le conoce mejor por su ausencia. La cultura judeocristiana debe su éxito al hecho de que Jehová nunca enseña su rostro. ¿Qué mejor medio de controlar a las masas que por el temor a una fuerza omnipotente cuya autoridad jamás puede desafiarse porque nunca es directa?

– Pero tú no eres así.

– Claro que no. Soy un hombre, no un dios. Y si fuese un dios, no sería Jehová. La única similitud entre Jehová y yo es que somos solteros. Jehová es casi el único de los dioses antiguos que nunca se casó. Ni siquiera tuvo una cita. No es raro que fuese un pijo tan neurótico y autoritario.

– ¿Pero y tú? -insistió Sissy-. Viene gente de todas partes a pedirte ayuda y no les dejas acercarse ni a cuarenta metros.

– ¿Qué te hace pensar que yo tenga algo valioso que darles?

Sissy se giró, volviendo su flexible espalda hacia las colinas y la pradera.

– Me has dicho muchas cosas maravillosas. ¡No seas quisquilloso! Quizá no seas un oráculo, no sé, pero eres lo bastante sabio para ayudar a esas personas que te buscan, si quisieras hacerlo.

– Pues bien, no quiero.

– ¿Por qué no? -tan encharcada estaba por entonces Sissy de semen del Chink que creía tener derecho a sondear la personalidad de éste.

Suspiró el viejo ermitaño, pero no abandonó sus labios la sonrisa.

– Mira -dijo-, esos jóvenes que me buscan se equivocan respecto a mí. Me miran a través de filtros que distorsionan lo que soy. Oyen que vivo en una cueva sobre un cerro y saltan a la conclusión de que llevo una vida simple. Pues bien, no la llevo ni la llevaré ni la he llevado. ¡La simplicidad es para los simples!

El Chink subrayó este comentario tirando un trozo de caliza de buen tamaño por el despeñadero. ¡Cuidado ratones ciervo! ¡Ratones de prado! ¡Ratones de campo! ¡Ratones de bolsillo! ¡Ratas canguro! ¡Cuidado allá abajo!

– La vida no es simple; es abrumadoramente compleja. El amor a la simplicidad es una droga escapista, como el alcohol. Es una actitud antivida. Esa gente «simple» que se sienta en lúgubres cuartos con ropas grises a sorber té y pipermín a la luz de una vela se burlan de la vida. Están involuntariamente del lado de la muerte. La muerte es simple pero la vida es rica. Yo abrazo esa riqueza, cuanto más complicada, mejor. Me recreo en el desorden y…

– ¡Pero tu cueva no está desordenada! -protestó Sissy-. Está limpia y bien.

– No soy desaliñado, si te refieres a eso. Los desaliñados no aman el desorden. Son gente ineficaz que vive en el desorden porque no pueden evitarlo. No es lo mismo. Yo mantengo en orden mi cueva sabiendo que el desorden de la vida la desordenará otra vez. Eso es hermoso, eso es justo, eso es parte de la paradoja. La belleza de la simplicidad es la complejidad que arrastra…

– ¿La belleza de la simplicidad, dices? Entonces ¿te parece valiosa la simplicidad? Te contradices -Julián había enseñado a Sissy a olfatear contradicciones.

– Claro que me contradigo. Siempre lo hago. Sólo los cretinos y los lógicos no se contradicen. Y en su coherencia, contradicen la vida.

Hmmmmm. Sissy no conseguía llegar a ninguna parte. Quizá debiese retroceder y enfocarlo desde un ángulo distinto. Aquí los pulgares no le servían de nada.

– ¿En qué otro sentido te interpretan mal los peregrinos? -fue la mejor pregunta que pudo ocurrírsele de momento.

– Bueno, como he vivido en la soledad la mayor parte de mi vida adulta, dedujeron automáticamente que me chifla la Naturaleza. En fin, «Naturaleza» es una palabra inmensa y poderosa, una de esas palabras esponja tan empapadas de significados que puedes extraer de ellas cubos de interpretaciones. Y, ni que decir tiene que la Naturaleza, en varios niveles, es mi querida, porque la Naturaleza, en varios niveles es la querida. Tuve la suficiente suerte de redescubrir a una edad bastante temprana lo que la mayoría de las culturas olvidaron hace mucho: que cada áster del campo tiene una identidad tan fuerte como la mía. Créaslo o no, eso cambió mi vida. Pero la Naturaleza no es infalible. La Naturaleza comete errores. En eso consiste la evolución: crecimiento por tanteos y pruebas. La Naturaleza puede ser estúpida y cruel. ¡Oh sí, y muy cruel! No te quepa duda. Y no hay nada malo en que la Naturaleza sea torpe y fea porque es simultánea y paradójicamente inteligente y soberbia. Pero adorar la natural con exclusión de lo no natural es practicar el Fascismo Orgánico… que es lo que practican muchos de mis peregrinos. Y en la mejor tradición del fascismo, son absolutamente intolerantes con los que no comparten sus creencias. Alientan así, los mismos tipos de antagonismos y tensiones que llevan a la guerra, y que ellos, pacifistas todos, afirman rechazar. Pretender que una mujer que se pinta los labios con zumo de moras es en algún sentido superior a la que lo hace con lápiz de labios es un sofisma; es sucia basura verbal. El lápiz de labios es una composición química, pero también lo es el zumo de moras y ambos son eficaces para decorar la cara. Si el lápiz de labios tiene más ventajas que el zumo de moras, alabemos esa parte de la tecnología que produjo el lápiz de labios. El mundo orgánico es maravilloso, pero tampoco es malo el inorgánico. El mundo de plástico y artificio ofrece su cuota de mágica sorpresa.

El Chink recogió su radio transitor de plástico a fajas caramelo y lo besó… no tan apasionadamente como había estado besando poco antes a Sissy, pero casi.

– Una cosa es buena porque es buena -continuó-, no porque sea natural. Una cosa es mala porque es mala, no porque sea artificial. No es mejor que le muerda a uno una cascabel que le alcance una bala. A menos que sea una bala de plata. Ja ja jo jo y ji ji.

– Pero -dijo Sissy- ¿cómo críticas los errores de tus peregrinos si no haces nada por corregirlos? La gente busca ansiosamente la verdad, y tú no les das ni una oportunidad siquiera.

El Chink meneó la cabeza. Aunque exasperado, seguía sonriendo. Sus dientes captaban como espuelas la luz del sol. Moriría con las botas puestas.

– ¿Qué clase de oportunidad me dan ellos a mi? -preguntó-. ¿La oportunidad de ser otro Meher Baba, otro Gurú Maharaj Ji, otro condenado Jesús? Gracias, pero no, gracias. No lo necesito, ellos no lo necesitan, el mundo no lo necesita.

– ¿No necesita el mundo otro Jesús? -Sissy nunca había sentido mucho afán por Jesús, personalmente, pero suponía que para los demás era helado y pastel.

– ¡De ninguna manera! Ni tampoco terapeutas orientales.

Levantándose y estirándose, desenredando algunas de las mañanas de su barba, indicó el Chink con la cabeza:

– ¿Ves aquellos girasoles bajos que crecen allí junto al lago? Son aguaturmas. Convenientemente preparadas, sus raíces saben parecido a los ñames. -Chasqueó los labios. Evidentemente, estaba harto de aquella conversación.

A Sissy, sin embargo, le picaba la curiosidad. Insistió: