»Pero las jóvenes de ahí, de ese rancho… -el viejo apartó una mano de la piel de serpiente y señaló el Rosa de Goma-. Esas jóvenes quedaron impregnadas de los acontecimientos de nuestra época, cubiertas hasta la cabeza. Tú naciste con tu trauma y lo sobreviviste magníficamente, pero ellas han ido de trauma en trauma durante la mayor parte de sus jóvenes vidas. Les falló la cultura de sus padres y luego les falló su propia cultura. Para ellas no resultaron ni las drogas ni el ocultismo; ni la política tradicional ni la política revolucionaría respondieron a sus esperanzas. Han mordisqueado todas el festín de filosofías y les ha parecido insípido. Muchas de sus compañeras se han rendido: han vuelto con el alma rota al Sistema Competitivo o se han metido en un cuenco de gachas privado… vuelo permanente, le llaman, aunque quizá fuese más exacto llamarle «catatonía ambulatoria».
»Esas damas, sin embargo, están intentándolo otra vez honradamente. Están intentando encauzar de nuevo sus propias vidas. Jellybean… ja ja jo jo y ji ji… sí, esa incomparable Bonanza Jellybean ha cogido una ficción y la ha convertido en realidad. Ha dado forma a un sueño infantil perdido hacía mucho. Esto las alimenta. Y por eso las observo con tanto interés. Para ver adonde las lleva y si son libres y felices allí.
»Por supuesto, también me agrada ver cómo sus sabrosos traseros se ajustan a las culeras de sus pantalones. Y hablando de eso, mi querida Sissy, ¿cómo va la convalecencia de tu dulce y marrón agujero?
Ignoró Sissy tan poco delicada pregunta.
– ¿Y no podrías hacer algo por ayudarlas? -preguntó.
– ¿Ayudarlas? Ja ja jo jo y ji ji. Vuelves a lo mismo. Ayudarlas; vamos. En primer lugar, han conseguido ayudarse a sí mismas. Con eso quiero decir que cada una de ellas ha logrado ayudarse a sí misma. En segundo creo haber dejado claro que no puedo ayudar a nadie.
– Pero…
– No hay peros que valgan. Espiritualmente soy un hombre rico. Debido a mi ascendencia asiática he heredado cierta cuantía de riqueza espiritual. Pero tú y Debbie y los peregrinos y los posibles peregrinos tenéis que entenderlo: ¡No puedo compartir esta riqueza! ¿Por qué? Porque la moneda espiritual de Oriente sencillamente no es negociable en vuestra cultura occidental. Sería como mandar billetes de dólar a los pigmeos. En la selva africana no sirven de nada los billetes de dólar. Lo más provechoso que podrían hacer los pigmeos con los dólares sería encender hogueras. Veo por todo el mundo occidental a las gentes acuclilladas alrededor de pequeñas hogueras, calentándose con budismo, hunduísmo, taoísmo, zen. Y eso es lo más que pueden hacer con tales filosofías. Calentarse los pies y las manos. No pueden utilizar plenamente el hunduísmo porque no son hindúes; no pueden aprovechar realmente el Tao porque no son chinos. El zen les abandonará al cabo de un rato (se apagará su fuego) porque no son japoneses como yo. Acudir a las filosofías religiosas del Oriente puede iluminarles un tiempo la experiencia, pero en último término es inútil, porque están negando su propia historia, mienten sobre su herencia. Se puede enganchar un arcoiris a una visión tonta (eso está haciendo Jellybean) pero no puedes enganchar un arcoiris a una mentira.
» Vosotros los occidentales sois espiritualmente pobres. Vuestras filosofías religiosas están empobrecidas. Pues bien, ¿y qué? Probablemente estén empobrecidas por muy buenas razones. ¿Por qué no descubrirlas? Sin duda es mejor que afeitarse el coco o enrollarse en abalorios y túnicas de tradición que sólo parcialmente puedes llegar a comprender. Admite, en primer lugar, tu pobreza espiritual. Confiésala. Ése es el punto de partida. Si no tienes el valor de empezar ahí, desnudo en tu pobreza y sin vergüenza, nunca encontrarás tu camino para salir de las madrigueras. Los atavíos orientales prestados no ocultarán tu fingimiento; sólo aumentarán tu soledad en la mentira.
Acodóse Sissy, manteniendo su compás anal enfilado hacia el sol.
– Pero, ¿qué puede hacer entonces un occidental en su pobreza?
– Soportarla con sinceridad, humor y gracia.
– ¿Quieres decir entonces que no hay esperanza?
– No. He indicado ya que la desolación espiritual de Occidente probablemente tenga significado y que ese significado puede explorarse provechosamente. El occidental que busque una conciencia superior y más plena podría empezar excavando en la historia religiosa de su pueblo. No es tarea fácil, sin embargo, porque el cristianismo se interpone en el camino, bloqueando todas las rutas de regreso como una montaña con ruedas.
El esfínter de Sissy era un puñito que golpeaba la mesa del amor. Por el momento, el golpeteo se acompasaba con su humor.
– No lo entiendo. Creía que el cristianismo era nuestra herencia religiosa. ¿Cómo es posible que bloquee…?
– Oh, Sissy, esto resulta aburrido. El cristianismo, tontuela, es una religión oriental. Hay algunas verdades sublimes en sus enseñanzas, como las hay en el budismo y en el hinduísmo. Verdades que son universales, es decir, verdades que pueden hablar al corazón y al espíritu de todos los seres humanos de todas partes. Pero el cristianismo vino de Oriente, sus orígenes son altamente sospechosos, su dogma estaba ya groseramente corrompido cuando se asentó en Occidente. ¿Crees que no había una deidad suprema en Occidente antes del ajeno y oriental Jehová? La había. Desde los días primeros del Neolítico, veneraban los pueblos de Inglaterra y Europa (los anglos y los sajones y los latinos) a una deidad. El Cornudo. El Viejo Dios. Un lascivo cabrito que proporcionaba ricas cosechas y niños alegres. Una deidad alegre y peluda que amaba la música y la danza y la buena mesa; dios de los campos y los bosques y la carne; proveedor fecundo al que podía invocarse tanto por la fornicación como por la meditación, que escuchaba igual la canción que la oración; un dios muy amado porque amaba, porque anteponía el placer al ascetismo, porque no incluía en su carácter los celos ni la venganza. Las principales fiestas de este dios eran la noche de Walpurgis (13 de abril), Cantlemas (2 de febrero), Lammas (1.° de agosto) y Halloween (31 de octubre). La fiesta que tú llamas ahora Navidad fue en principio una juerga invernal del Viejo Dios (según todos los datos históricos, Jesús debió de nacer en julio). Estas fiestas se celebraron durante milenios. Y el culto al Viejo Dios, disfrazado a veces de Jack-in-the-Green o Robin Goodfellow, continuó en secreto mucho después de que el cristianismo asentase su garra congelada en Occidente. Pero los poderes del cristianismo eran ante todo taimados. La iglesia se dedicó a transformar hábilmente la imagen de Lucifer, que el Antiguo Testamento nos describe como un ángel resplandeciente, uno de los principales lugartenientes de Dios. La iglesia empezó a enseñar que Lucifer tenía cuernos, que llevaba las pezuñas hendidas de la cabra lujuriosa. En otras palabras, los caudillos de la conquista cristiana dieron a Lucifer los rasgos físicos (y parte de la personalidad) del Viejo Dios. Convirtieron habilidosamente tu Viejo Dios en el Demonio. Fue éste el libelo más cruel, la mayor calumnia, la distorsión maliciosa más perversa de la historia humana. El presidente de los Estados Unidos es un inofensivo charlatán de feria comparado con los primeros papas.