Cuando Sissy se enteró de que era una dieciseisava parte siwash, pensó que quizá sus pulgares fuesen la parte siwash, que los espíritus de los antiguos indios le habían enviado sus pulgares como señal de que ella no estaba hecha de material Richmond Sur, que habría en su pasado y en su futuro circunstancias más gloriosas y heroicas.
Esto era ingenuo, claro está. Pero ya no estaba segura de que aquellas escasas células siwash significasen alguna diferencia. Bastaba mirar a Julián… era indio puro, y en fin. Sin embargo, seguía causándole curiosidad, y al encontrarse en terreno sagrado de los siwash, en compañía de un hombre, que, por muy japonés que fuese, era brujo oficial de los siwash, había estado esperando únicamente que llegase el momento justo para iniciar su investigación. Aquel momento le pareció tan bueno como el que más.
Antes de que pudiese hablar, sin embargo, se oyó un ruido tan súbito y fuerte que le hizo incorporarse sin pensar lo más mínimo en su trasero. Ha de decirse que también el Chink se sobresaltó, escapándosele la aguja por la piel de serpiente y pasando a la suya. Pero rápidamente se tranquilizó y rió entre dientes, «ja ja jo jo y ji ji». Y comprendió Sissy que los relojes habían repicado… ¡otra vez volvían!
¡Bonk! Seguían los relojes, y luego ¡poink! y a diferencia del repiqueteo de un reloj regular, que anuncia, programado, el paso (lineal e indefectible) de otra hora en la marcha inexorable hacia la muerte, el repiqueteo de los artefactos vino repicando del campo izquierdo, saltando en una bota de tenis, sin preocuparse de si era pronto o tarde, no admitiendo ni fin ni principio, venturosamente ajeno a cualquier noción de avance o desarrollo, pestañeando, ondulándose, y volviéndose al fin sobre sí mismo y quedando tendido y tranquilo, tras lanzar una ansiosa y veleidosa señal en vez del firme tic y toc, una señal que, descifrada, decía: «Toma nota, persona querida, de tu posición inmediata, hazte por un segundo exactamente idéntico a ti mismo, mírate al margen de los fatuos hábitos de progreso y de las trágicas implicaciones del destino y ve, por el contrario, que eres una criatura eterna fijada sobre la amplia sonrisa del horizonte; y tras experimentar, así, lo que es estar conectado al universo infinito, vuelve al mundo temporal luminoso y alegre de corazón, sabiendo que todo el arte y la ciencia del siglo xx no pueden impedir a este reloj sonar de nuevo, y que ningún mecanismo de precisión hecho en Suiza puede sobrepasar la realidad de esta clase de tiempo. ¡Poink!
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…Bonk!
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SE FILTRABA en sus poros aceite de ñame, los poros de sus pulgares, esta vez. El Chink los ungía. Agitaba a su alrededor ramitas ardientes de junípero. Repicaba ante ellos una campanita. Les colgaba guirnaldas de varas de San José. Les cantaba serenatas… era su instrumento una caja de puros a cuyo través ató muy tensa un solo alambre, que tocaba furiosamente. Resultaba la peor música que Sissy hubiese oído en su vida. Le hacía desear volver a la radio toda polca.
Estaban en la cámara de entrada de la cueva, y les protegía de la tierra la colchoneta japonesa. Justo fuera, una pequeña hoguera chispeaba su tercera y última noche juntos.
Al amanecer, el Chink bajaría a las colinas y llanuras a recolectar. Tenía que recoger alimentos y añadirlos a la reserva que ya tenía almacenada en el nivel interior de la cueva, donde invernaría.
Sissy había de irse antes de que terminase el día. Tenía un marido esperando. Tenía que ver a una vaquera, aplacar a una condesa. Tenía que responder preguntas y quizá formularlas. Por ejemplo: «¿De dónde vino toda esta lujuria?»
Es importante creer en el amor. Eso todo el mundo lo sabe. ¿Pero es posible creer en la lujuria?
Sissy no estaba segura de creer ya. Una vez había resultado simple. Había creído en el autoestop.
Preguntó al Chink qué creía él. Justo esto. Interrumpió la adoración de pulgares, separó los carnosos telones de lujuria, le miró a los dientes y preguntó:
– ¿En qué crees tú? Quiero decir, en que crees realmente…
– Ja ja jo jo y ji ji -se reía de ella, sin decir nada. Su risa y su silencio la hicieron llorar. Pero no apagaron las lágrimas su lujuria. La lujuria duró mucho, y cuando a media mañana se despertó, el Chink se había ido.
Galopaban rayos de sol por la boca de la cueva, siguiendo la misma ruta que había seguido la luz de la hoguera. Algo había cambiado en la cueva. El intentar determinar qué era le hizo despertar del todo. Y con la ayuda del sol vio una inscripción recién trazada con tinta sumi en la pared de la derecha. Luego algo arrastró sus ojos a la pared de la izquierda donde aun goteaba otro grafismo:
En la pared de la derecha estaba escrito:
CREO EN TODO, NADA ES SAGRADO.
Y en la de la izquierda:
NO CREO EN NADA, TODO ES SAGRADO.
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EL DOCTOR Goldman se encontró con el doctor Robbins poco después de que el interno presentase un informe solicitando que se diera de alta inmediatamente a Sissy Hankshaw Hitche. El enfrentamiento de los dos psiquiatras llegó a conocerse en los círculos de psicología como el Duelo a tiros en el corral yo tengo razór tú tienes razón.
– ¿Debo entender -preguntó el doctor Goldman- que consideras a la señora Hitche una personalidad estabilizada sin necesidad de tratamiento? -había en su voz un tono incrédulo. El doctor Robbins farfulló entre las revueltas varillas de su bigote.
– Estabilizada schmabilizada -dijo-. ¿De qué podrían tratarla en esta clínica?
– Sí claro, de qué -resopló el doctor Goldman-. Tenemos una mujer de más de treinta años de edad que, aunque excepcionalmente inteligente y de agradable aspecto, no ha logrado superar una leve, aunque extraña, deformidad congénita…
Ahora le tocaba resoplar al doctor Robbins. Aunque más joven, y menos experto en resoplidos, el doctor Robbins resopló con una bravura que suplía la falta de firmeza y podía rivalizar con la de su colega más viejo.
– Superar dices. ¡Vaya palabra más pomposa! La idea misma de superar algo huele a jerarquía y a conciencia de clase; la idea de la «movilidad hacia arriba» con la que este país atrae codiciosos emigrantes y castiga a sus pobres. ¡Por Dios, Goldman! ¡El asunto no es superar las cosas, sino transformarlas! No degradarlas ni negarlas (y eso es lo que significa superarlas) sino revelarlas más plenamente, elevar su realidad, buscar su significado latente. No consigo detectar un solo impulso saludable en la cobarde tentativa de superar el mundo físico. Por otra parte, transformar una entidad física cambiando el clima que la rodea con el enfoque que uno le puede dar es una empresa maravillosa, creadora y valiente. Y eso ha hecho Sissy desde la niñez. Borrando normas aceptadas de percepción, trasformó sus pulgares afirmándolos. En su afirmación, intensificó la viveza y la fecundidad de las asociaciones que podían despertar. Parafraseando un comentario que ella hizo, se los presentó a la poesía. Yo creo más bien que Sissy es un ejemplo para toda persona afligida por algún tipo de deformidad, es decir, Doctor, un ejemplo para todos nosotros.