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No sin cierta aprensión, Madame Zoé sostuvo las manos de Sissy al tiempo que, con los ojos cerrados, parecía entrar en trance. En realidad, intentaba desesperadamente recordar todo cuanto sus maestros y libros le habían enseñado sobre los pulgares. De joven, en Brooklyn, había estudiado con seriedad la quiromancia, pero con el paso del tiempo, al igual que esos críticos literarios que se ven obligados a leer tantos libros que empiezan a leer con apresuramiento… superficialmente, y con soterrado resentimiento, fue sintiéndose cada vez más ajena y desligada de su ciencia. Y como esos mismos embrutecidos críticos de libros, estaba resentida con aquella ciencia que no le permitía utilizar seriamente sus valores personales, que se revelaba lentamente o que no lo hacía nunca de modo predecible. Por fortuna para su impaciencia, las manos que le presentaban los rústicos de Richmond tenían fácil lectura: Sus propietarios quedaban satisfechos con las revelaciones más vulgares, y eso recibían. Pero ahora tenía ante sí a una flaca muchacha quinceañera que agitaba ante su rostro dos pulgares que no aceptarían «Tienes una voluntad fuerte» como análisis.

– Tienes una voluntad fuerte -murmuró Madame Zoé. Luego, cayó en «trance».

Y asió los descomunales miembros, con timidez primero, con firmeza después, como si fueran los manillares de una moto de carne en la que hubiese de retroceder por el país de la memoria. Los alzó hacia la luz para examinar sus músculos rechonchos. Se colocó el derecho sobre el corazón para registrar sus vibraciones. Fue entonces cuando Sissy, que no había tocado hasta entonces un pecho de mujer (y las mamas cuarentonas de Madame Zoé eran firmes y estaban bien formadas) perdió el control de la situación. Enrojeció y retrocedió a la torpeza adolescente, permitiendo que la iluminada Madame Zoé, capaz de percibir una tendencia latente con la misma facilidad con que podía identificar una línea de la vida rota, recuperara parte de la gélida compostura tras la cual acostumbraba a escuchar condescendiente a aquellas patéticas palmas proletarias cuyas historias insignificantes ansiaban siempre ser contadas.

Aun así, Madame Zoé estaba sobrecogida por los niños ciegos que sostenían en sus manos, y Sissy, pese al aturdimiento, duplicado por el temor a que su mamá lo advirtiera, habría de abandonar la casa-remolque en una especie de triunfo.

La quiromántica comenzó vacilante:

– Como escribió d'Arpentigny: «El animal superior se revela en la mano, pero el hombre se muestra en el pulgar.» No puede llamarse al pulgar dedo, porque es infinitamente más. Es el punto de apoyo sobre el que han de girar los demás dedos, y en proporción a su fuerza o debilidad sustentará o no la fuerza de carácter de su propietario.

La sopa de serpiente de la memoria hervía al fin. Casi podía olerse por sobre coliflor e incienso.

– La fuerza de voluntad y la decisión vienen indicadas por la primera falange -continuó-. La segunda falange indica razón y lógica. Evidentemente, posees ambas en abundancia. ¿Cómo te llamas, querida?

– Sissy.

– Mmmmrn. Bien, Sissy; cuando nacemos, no tenemos voluntad; estamos totalmente bajo control ajeno. Durante las primeras semanas de su vida, se pasa el ser humano dormido el noventa por ciento del día. En este período, el pulgar está encerrado en la mano, tapado por los demás dedos. En otras palabras, la voluntad, a la que el pulgar representa, está dormida: No ha comenzado aún a afirmarse. Cuando el ser humano madura, empieza a dormir menos, a tener algunas ideas propias e incluso a mostrar un carácter. Cuando esto sucede, Sissy, el pulgar sale de su lugar oculto en la palma, los dedos ya no se cierran sobre él, la voluntad empieza a ejercitarse, y cuando lo hace, el pulgar, su indicador, aparece. Sin embargo, los idiotas o los paranoicos nunca salen de este estadio de pulgar plegado o vuelven a él en situaciones de tensión. Los epilépticos tapan sus pulgares durante los ataques. Cuando veas que una persona tiene por hábito doblar el pulgar bajo los otros dedos, piensa que ha de estar o muy alterada o muy enferma; la enfermedad o la debilidad han desplazado la voluntad. En cuanto a ti, Sissy, estás sana, sin duda. Y en fin, estoy segura de que incluso de niña…

La tostadora eléctrica, que compartía la mesa con los codos y manos de la quiromántica y de su cliente, y cuyo resplandeciente cromo estaba empolvado con las migajas de las tostadas de la mañana como lo están las catedrales con las migajas de las palomas de la eternidad, la tostadora eléctrica, fabricada en Indiana (pues en aquellos tiempos aún el Japón estaba tendido en su tatami), la tostadora eléctrica, cuya función era hacer al pan lo que está previsto que las instituciones sociales hagan al espíritu humano, la tostadora eléctrica, en fin, reflejaba (como cínica encarnación de la bola de cristal que Sissy pensaba debía estar allí y no estaba) los estremecimientos que recorrían la pequeña escena.

– Ahora, en cuanto a la forma de tu pulgar, lamento decirlo, es bastante primitiva. Su anchura en ambas falanges es prueba de gran decisión, lo cual puede ser bueno. La piel es suave, lo cual demuestra cierta gracia. Y, además, su punta es cónica y la uña brillante y rosada, por lo que diría que posees un carácter inteligente y bondadoso y que tienes ciertas inclinaciones artísticas. Sin embargo, Sissy, sin embargo, la segunda falange, la falange de la lógica, posee características que indican cierta tendencia a la conducta disparatada y cómica, una negativa a aceptar responsabilidades o a tomarse las cosas en serio y la inclinación a no respetar a quienes lo hacen. Tu mamá me dice que eres una chica bastante dócil y tímida, pero yo veo aquí indicios de irracionalidad. ¿De acuerdo?

– ¿Qué son indicios de irracionalidad? -preguntó Sissy, bastante racionalmente.

Por causas sólo de ella conocidas, Madama Zoé decidió no ampliar. Se llevó una vez más el pulgar de la muchacha al pecho, respirando con alivio mientras Sissy sudaba y tragaba saliva, incapaz de continuar con sus preguntas. La casa-remolque de la quiromántica no era ni ancha ni alta, pero oh, era rica en aromas aquel día.

– Tus pulgares son sorprendentemente ágiles, flexibles…

– Los ejercito mucho.

– Sí, bueno. El pulgar flexible indica extravagancia y extremismo. Las personas que lo poseen nunca son concienzudas y tenaces sino que logran sus objetivos en brillantes impulsos. Son indiferentes al dinero y siempre están dispuestas a correr riesgos. Tú, sin embargo, tienes un monte de Saturno bastante apreciable y, aquí, déjame ver tu línea de la vida. Mmmmm, sí, no está del todo mal. Una línea de la vida larga y marcada y un Monte de Saturno bien desarrollado (el Monte de Saturno es la pequeña almohadilla de carne que hay en la base del dedo medio). Suelen actuar como influencia moderadora del pulgar flexible. En tu caso, sin embargo, no estoy del todo segura.

«Supongo que el aspecto más importante de tus pulgares es el, ejem, tamaño desmedido. En fin, a qué se debe, cuál es el motivo…

– (No se sabe; no lo saben los médicos -dijo la señora Hankshaw desde el sofá, donde había estado escuchando.