Cuando el doctor Dreyfus volvió, con aire un tanto bovino, al salón, Sissy se lanzó a abrazarle. Era la primera vez que sonreía en más de veinticuatro horas.
– ¡Oh doctor -gritó-. Tiene usted que hacerlo. A usted y sólo a usted puedo permitirle eliminar mi don!
91
AH EL PULGAR -musitó el doctor Dreyfus guiñando sus ojillos para que pudiesen apreciar en toda su amplitud y tamaño los prodigiosos apéndices de Sissy-. El pulgar, sí. El pulgar el pulgar el pulgar el pulgar el pulgar el pulgar. Uno de los inventos más ingeniosos de la evolución; una herramienta congénita sensible al tacto, al contorno y a la temperatura: palanca alquímica; clave secreta de la tecnología; enlace entre la inteligencia y el arte; instrumento humanizador. El tití y el lémur carecen de pulgares; ninguno de los monos del Nuevo Mundo tiene pulgares oponibles; los pulgares están ausentes o quedan reducidos a un pequeño tubérculo en el mono araña. Los pulgares del potro están dispuestos en un ángulo de ciento ochenta grados respecto a los otros dedos, con lo que sólo son utilizables como pinzas; el orangután, que es humanoide hasta el punto de que se le llama «hombre de los bosques», tiene un pulgar tan pequeño en relación a sus otros dedos, extremadamente largos y curvados, que su manipulación es sólo nominal; el pulgar del chimpancé se opone a los dedos doblados de forma muy torpe y el gorila no puede agarrar con la suficiente precisión para sostener objetos pequeños; el babuino se aproxima más (sus pulgares son plenamente oponibles y puede agarrar con bastante precisión) pero si alguna vez has observado el pulgar del babuino, sabrás lo tosco y aplastado y grotesco que es; no, sólo hay un auténtico pulgar en este planeta, y es el del homo sapiens.
Pausa.
– ¿Así que pides ahora, al fin, el privilegio de los pulgares que malévolamente te ha negado la naturaleza?
– Sólo quiero ser normal -dijo Sissy-. Déme esa anticuada normalidad. Fue bastante buena para Caballo Loco y es bastante buena para mí.
– ¡Bien, bien -dijo el doctor Dreyfus sonriendo débilmente, como un pato en agua de lavar, demasiado confuso para graznar-. Muy bien, queridita. Haremos lo siguiente:
«La absoluta normalidad, sea eso lo que sea, queda descartada. Si el hueso de tu pulgar (en realidad, dos falanges metacarpianas), si los huesos de tus pulgares fuesen de tamaño normal, no tendríamos más que cortar el tejido que sobra y mantenerte el pulgar cosido al pecho durante un tiempo. Un injerto cutáneo, ¿comprendes? Entonces tendrías pulgares normales, en apariencia y en funcionamiento. Sin embargo, si no recuerdo mal, los huesos de tus pulgares son grandes, proporcionados al conjunto. Eso complica más las cosas. Eso exige policerización. Un cirujano jamás puede reducir el volumen de los huesos. El hueso puede acortarse pero no reducirse de tamaño. En fin. En la policerización, el dedo índice se convierte en pulgar. Acortamos el hueso del dedo índice, alteramos su ángulo y lo desplazamos. Al cabo de un tiempo, se convierte en un pulgar plenamente aceptable. Pero tus manos, comprendes, aún no serán completamente normales, porque tendrás sólo cuatro dedos en cada una. En cuanto a tus pulgares actuales, (tienen, desde luego, un brillo peculiar) habría que amputarlos, claro.
¿¿¿Qué??? Mareos. Oooh. Vértigos. Pupa en la barriguita. Sobresalto de peces en mares del abdomen. Una gruesa toxina negra vomita desde el corazón y entumece los dientes. A Sissy le falta la respiración. Los propios dedos del autor tiemblan sobre las teclas. Amputación. Palabra de plomo. Palabra de eco congénito y dolor congénito. Palabra salida del banco de trabajo del doctor Guillotine. Un grumo en la salsa de Dios. ¿Pueden los pulgares comprender la palabra «amputar» lo mismo que las grullas chilladoras comprenden la palabra «extinción»?
Félix Dreyfus ofreció a la temblorosa Sissy un vaso de jerez: Ella lo rechazó. Probablemente no hubiese ni una dracma de Ripple en todo West End. Así pues, en lugar de estimulante alcohólico, el buen doctor administró el tónico de la conspiración.
– Será una operación arriesgada -confió-, pero soy viejo ya y puedo permitirme correr riesgos. No volveré a huir de los nazis. Mi cuñado es cirujano. ¡Ja! Vaya cirujano. No sería capaz ni de extraerle el pimiento a una aceituna rellena. Tiene que colocar una bandera a la puerta de su consultorio. Es empleado de la Asociación de Veteranos. Sólo el gobierno contrata idiotas así. En fin, para suerte nuestra, es residente del hospital de veteranos de O'Dwyre, Richmond Sur, haré que te ingrese allí para operarte. Me debe miles de dólares; hará lo que le diga. Luego apareceré yo para «ayudar» en las operaciones. Utilizaré un nombre falso. En el O'Dwyre nadie se dará cuenta. Andan escasos de personal y además son anticuados y corruptos. El resto del trabajo puedo hacerlo aquí en casa. ¿Qué te parece? ¿Ingenioso, eh? Contra todas las normas, pero, como dijo el pintor Delacroix: «No hay normas para las almas grandes: las normas son sólo para los que no tienen más talento que el que puede adquirirse.» Pero no creo que esto signifique mucho para ti.
92
UN DÍA, En el hospital ingresó una joven y ningún pájaro cantó.
Un día, se analizó sangre en un laboratorio y ningún pájaro cantó.
Un día, poderosas lámparas iluminaron una sala de operaciones y ningún pájaro cantó.
Un día, se insertaron IV tubos en venas y ningún pájaro cantó.
Un día, una joven fue llevada sobre ruedas a cirugía y ningún pájaro cantó.
Un día, un anestesista clavó una aguja en un redondo y cremoso trasero y ningún pájaro cantó.
Un día, un anestesista clavó agujas en un largo y grácil cuello y ningún pájaro cantó.
Un día, una enfermera restregó un brazo durante diez minutos completos y ningún pájaro cantó.
Un día, un cuerpo y una mesa fueron envueltos en sábanas para crear un campo estéril y ningún pájaro cantó.
Un día, se colocó un torniquete en un esbelto brazo derecho y ningún pájaro cantó.
Un día, se aplicó una venda elástica de goma tan prieta que exprimió la mayor parte de la sangre de un brazo y ningún pájaro cantó.
Un día, se hinchó un torniquete y no se oyó ni un sólo pitito ornitológico.
Un día, un cirujano perfiló con yodo una incisión alrededor de la base de un pulgar y aún ningún pájaro cantó.
Un día, se cortó pálida y suave piel a lo largo de una línea ya trazada y se seccionó hasta el hueso, mientras imperaba el silencio en nidos y copas de árboles.
Un día, arterias y venas se dividieron, y se separó un nervio y se le permitió contraerse en herida, sin acompañamiento de trinos, silbidos y gorjeos.
Un día, se abrió una articulación y ninguno de nuestros delicados amigos emplumados cantó.
Un día, se cortaron tendones, se ataron y se les permitió encogerse como tiras de goma, sonido que tuvo que resultar inconfundible para un sabanero o un tordo.
Un día, se fracturó con una sierra un metacarpio, tarea que, debido al insólito tamaño de aquel hueso concreto, exigió tal esfuerzo del cirujano que, de haber cantado los pájaros (que no lo hicieron), no los habría oído.
Un día, se colocó un drenaje en una herida y ni siquiera un gorrión abrió la boca.
Un día, se cosió carne de mujer en una sutura de nylon 4.0, y debieron quedar cosidos también los picos de los pájarps,
Un día, se aplicó una venda de presión a una mano, pero no hubo presión que indujera a los pájaros a cantar.