En la medida en que este mundo entrega su riqueza y diversidad, entrega su poesía. En la medida en que abandona su capacidad de sorpresa, abandona su magia. En la medida en que pierde su capacidad para tolerar excepciones ridiculas e incluso peligrosas, pierde su gracia. Cuando sus opciones (por muy absurdas e insólitas que sean) disminuyen, disminuyen sus posibilidades de futuro.
Sissy, el mundo necesita esos dedos tuyos, tan poco halagadores, esas desconcertantes serpientes globo, esos toscos calabacines, esos puntos de admiración que terminan con tal fuerza las modestas frases de tus brazos; necesita tus pulgares (¡uno de ellos ya desaparecido!) igual que necesita el rinoceronte, el leopardo de las nieves, el panda, el lobo y, sí, la grulla chilladora; lo mismo que necesita cazadores de cabezas e indios «salvajes» y auténticos gitanos de carromatos tirados por caballos. Igual que necesita un poco de tierra sin acceso por carretera ni por aire, tierra con grandes bosques que se dejen allí para siempre y petróleo bajo ella para completar sin interferencias su destino fósil. Igual que necesita borrachos y lunáticos y viejos de sucios hábitos; igual que necesita los espejos, las alucinaciones y las metamorfosis del arte.
Si necesitas el solaz de la normalidad más de lo que necesitas tus poderes únicos, es una cuestión personal que sólo tú puedes decidir. Pero, Sissy, no permitas que personas como Julián Hitche influyan en tu decisión. Julián necesita tus pulgares, rumorosos e inmensos como bocas de ríos inexplorados (exactamente como los hizo la naturaleza) aunque no sea lo bastante sabio para comprender esa necesidad.
Jamás hubo en la historia pulgares comparables a los tuyos, ni en tamaño ni en hechos. Responde a esto: ¿Qué puede reemplazarlos? Vale, si, están los niños que profetizó Madame Zoé, pero eso es un juego, como el Cielo, la Eternidad del Gozo o la economía en equilibrio permanente. Sissy, los mastodontes desaparecieron todos; también las amazonas. Tomboctú es hoy un zoo de carretera y nadie consiguió jamás encontrar Eldorado.
¿Recuerdas cómo veneraba el Chink esos pulgares? ¿No sería beneficioso para muchos otros hacer lo mismo? Tus pulgares no eran metáforas ni símbolos; eran reales. Ese que queda, aún canta en el terror y el éxtasis de la carne. Tu pulgar nos desorienta, Sissy, y para quien sea lo bastante valiente para verlo, la desorientación conduce siempre al amor.
No nos prives de la oportunidad de amar sin egoísmo aquello que, como Cristo cuando vivía, es difícil amar. No destruyas nuestro gozo.
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LA CENA FUE buena aquella noche y el doctor Robbins estaba de nuevo asombrado por la col lombarda, cuyo color le hacía preguntarse dónde estaría la comida azul. Cuando se permitía un suave erupto, sonó el teléfono.
– Yo contestaré -dijo, cosa extraña pues había cenado solo. Quizás hablase con su bigote.
Era Sissy Hankshaw Hitche. Llegaba su llamada con dos meses de retraso.
– Siento haberte dado este plantón.
– Oh, no te preocupes -contestó el doctor Robbins-. Soy muy comprensivo cuando estoy loco.
Sissy telefoneaba desde el Hospital de Veteranos O'Dwyre. Su segunda operación estaba programada para la mañana siguiente muy temprano, y el doctor Dreyfus le había hecho ingresar la noche antes para que tuviese una buena noche de sueño. La gente aún usaba esa frase, «una buena noche de sueño». Probablemente fuese una expresión muy antigua, aunque pareciese sugerir los Años Eisenhower. Antes de que los sesenta nos despertaran.
Con frecuencia, los gritos de socorro son inaudibles. Algunas personas, incluso cuando están ahogándose, son demasiado tímidas o se sienten demasiado avergonzadas para gritar. Sissy necesitaba hablar de un asunto con el doctor Robbins, pero no conseguía hacerlo. Así pues, en lugar de taladrar sus tímpanos con una palabra extremecedora como amputación, se vio de pronto preguntando:
– Bueno, doctor, ¿qué piensas de las grullas chilladoras?
– Bueno, yo soy pro-grullas -dijo él-. Van de maravilla con mi cielo azul.
– No, lo que quiero decir es, ¿cómo te explicas su tenacidad? ¿Por qué aguantan de este modo? Quiero decir, están completamente fuera de lugar en el mundo civilizado moderno. Si van a seguir negándose a adaptarse a otras condiciones, ¿no sería mucho más razonable seguir adelante, extinguirse y evitar el ocaso y el sufrimiento? ¿Qué intentan demostrar?
– Quizá -dijo el doctor Robbins muy lentamente-, quizás estén esperando que nos vayamos nosotros.
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CUANDO LOS CIRUJANOS entraron, las cuchillas riendo entre dientes en sus estuches, para un examen preliminar a la mañana siguiente, Sissy, les sorprendió:
– Bueno, adelante y que hoy sea mi dedo índice derecho -dijo-. Creo que seguiré viviendo con mi pulgar izquierdo una temporada.
El cuñado se sintió vejado, pero el doctor Dreyfus comprendió:
– Como contestó el escultor Alexander Calder cuando le preguntaron si quería hacer una escultura móvil de oro macizo para el Museo Guggenheim: «Claro, ¿por qué no? Y luego la pintaré de negro.» Aunque no creo que esto signifique mucho para ti.
Acortar el hueso del dedo, girarlo, aumentar su ángulo, fue trabajo de precisión rutinario, que exigió intensa concentración, pero, a lo largo de todo el proceso de policerización, los cirujanos pudieron darse cuenta de que los pájaros cantaban.
Tras la operación, se hizo una incisión en el abdomen de la paciente y se cosió a ella el nuevo casi pulgar para iniciar el proceso de injerto. Al día siguiente, cuando el doctor Dreyfus entró en la habitación de Sissy, encontró a ésta de pie ante un espejo de cuerpo entero, con sólo las bragas, echándose un detenido vistazo.
– Bueno, ¿qué te parece? -preguntó aquel cirujano plástico, aquel artista probable deudor de tres millones de dólares de indemnización.
– Terrible -dijo Sissy-. Parece como si hubiese tenido tanta prisa por masturbarme que me hubiese equivocado de agujero por unos centímetros.
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ACABEMOS DE UNA vez por todas con ese rumor: Richmond, Virginia, no está enamorado de Inglaterra, no se espera ningún niño, ni hay boda a la vista. La internacionalmente famosa Inglaterra, por su parte, apenas si tiene idea de la existencia de Richmond, Virginia, y además, tiene un Richmond propio viviendo bajo su techo en Surrey Norte. En cuanto al próspero, conservador y prometedor Richmond, Virginia, lo que siente por Inglaterra (mucho más vieja que él) no es pasión romántica sino envidia. Admira los siglos de respetabilidad de Inglaterra y le gustaría que fuesen suyos. Anhela llevar los calzones de Inglaterra, no meterse en ellos. Acuérdate, lo leíste aquí primero.
Una forma que tiene Richmond de demostrar su admiración y su envidia es la imitación (¿no lo hacemos todos?). Por ejemplo, Richmond ha reproducido toneladas de arquitectura inglesa, dejándolas a la intemperie, permitiendo que la ocupen personas cuyos acentos moverían a un inglés respetable a llenarse los oídos de papas de maíz. En el West End, el tipo de edificación más popular es la versión ampliada de la casa de campo tradicional inglesa, con viejas vigas y tejados de libro de cuentos, pero normalmente engalanados con añadidos tan poco ingleses como piscinas, patios y porches cerrados con cristal térmico.
Fue precisamente en una de estas elegantes casas donde esperó Sissy a que su nuevo pulgar saliese del horno.
Entretanto, experimentaba un renovado placer con el viejo pulgar, el monstruoso izquierdo, el que hizo saltar la banca de Monte Extraño. Lo aceitaba y perfumaba, lo ponía al sol, lo abanicaba, lo flexionaba, lo giraba, trazaba con él asombrosas sombras ovoides en techos y paredes, lo enfocaba hacia estrellas y planetas, lo hacía chapotear en la bañera, lo hacía rodar por sus partes erógenas, lo agitaba hacia veloces vehículos en las Autopistas del Corazón y hablaba con él de los viejos tiempos. Fue como una segunda luna de miel. La única ocasión en que el reconciliado apéndice no la emocionaba ni la alegraba era cuando se ponía a pensar en cómo golpeaba cráneos. Entonces se estremecía como el basurero que tenía que recoger la basura del castillo de Frankenstein.