Выбрать главу

Sexta Parte

Para vivir fuera de la ley hay que ser honrado.

Bob Dylan

104

HAY UN BRILLO ultraterreno. Viene de una dimensión que no comprendemos aún. Y en esta aurora sobrenatural hay dos cosas animadas. Acostumbrándonos progresivamente a la luz, que es substancia de este «paisaje», reconocemos una de las cosas como un cerebro humano. La otra resulta ser un pulgar.

El Cerebro descansa plácidamente. El Pulgar, que ha aparecido en escena hace muy poco, produce la sensación opuesta. Parece agitado.

– ¿Por qué tan triste, amigo? -pregunta el Cerebro.

– Creí que no ibas a preguntarlo nunca -replica el Pulgar-. Sencillamente me siento enfermo y cansado de todo esto. Nada más.

– ¿Enfermo y cansado de qué?

– De cargar con la vergüenza. De que me llamen «la piedra básica de la civilización». De que un escritor chiflado me trate como si fuese una puerca metáfora de la civilización. No tengo nada que ver con eso.

– Vamos, vamos, yo no me atrevería a decir tanto. El proceso civilizador se produjo como resultado de los avances tecnológicos. Hasta que el hombre no tuvo herramientas, herramientas que le ahorraran trabajo y le permitieran desarrollar su instinto predatorio con otros animales, no dispuso del ocio necesario para crear el idioma ni para perfeccionar sus cualidades psíquicas y físicas. Tú, Pulgar, diste al hombre la posibilidad de utilizar herramientas. Con eso, le iniciaste en el camino de la civilización. ¿Y no estuviste además con él, ayudándole, paso a paso, en todas las etapas del camino?

– Sí, estuve, pero era inocente. No tenía ningún control. Quería ayudarle a retirar piedrecillas, a recolectar frutos, a coger flores, a construir cuencos y cestos, a hacer música, a tejer; quería ayudarle a eliminar astillas y a acariciar la carne de los seres queridos. No quería participar en ese otro asunto: esa quincallería, ese matar y mutilar, ese súperdesarrollo, ese sometimiento de la naturaleza y esas tentativas de alzar monumentos contra la muerte. Nada de eso quería yo, pero contribuí a ello porque tú me obligaste, tú, so pijo.

El Cerebro lanza una breve y burlona carcajada que ondula sus pliegues.

– El Pijo tuvo mucho que ver con la civilización, desde luego. Pero eso tendrás que tratarlo con él. Yo soy el Cerebro. ¿Recuerdas?

– Cómo podría uno olvidarlo.

– Vamos, vamos -movió su tallo el Cerebro-. Estás portándote de un modo bastante irracional, ¿no crees? ¿Me acusas de verdad a de la civilización?

– Exactamente. Esa fea y arrugada superficie superior tuya, esa corteza cerebral, apenas sí existe en los animales inferiores, pero en cuanto tú te hiciste cargo del desarrollo evolutivo y saboreaste los presuntuosos pensamientos abstractos que podías elaborar con ese córtex, lo ampliaste y lo ampliaste hasta que llegó a ser el ochenta por ciento de tu volumen. Entonces empezaste a soltar ideas sutiles a la mayor velocidad posible y a lanzar órdenes a apéndices desvalidos como yo, obligándonos a poner en práctica esas ideas, a darles forma. Así vino la civilización. Le diste el ser porque con ese córtex tan desmesurado y desproporcionado, perdiste la base común con los demás animales, y sobre todo con las plantas; perdiste el contacto, te convertiste en civilización alienada u organizada basada en la compensación. Y nada pudimos hacer ya los demás. Tú estabas encerrado ahí en tu sólido fortín óseo, rodeado de un foso cerebroespinal, utilizando más del veinte por ciento del suministro de oxígeno del organismo y trasegando una cuota desproporcionada de nutrientes, tú, cabrón codicioso; tú tenías el control de los conmutadores motrices musculares y nada podíamos hacer para controlarte e impedir que destrozaras la belleza del mundo.

La uña del Pulgar estaba encarnada de rabia.

Moviendo lentamente su perfil de profundas fisuras y amplias protuberancias, el Cerebro lanzó un suspiro y dijo:

– Sí, sí, hay cierta verdad en lo que dices. Soy el órgano favorecido del cuerpo, pero eso se debe a que mi carga de trabajo es muy pesada y además vital. Y contribuí enormemente a la civilización, igual que tú. No podría haberse dado sin mí, lo mismo que no podría haberse dado sin ti, pero al mismo tiempo soy tan inocente como tú.

– ¿Cómo ibas a serlo? Tú expresabas los deseos, tú formulabas los modelos. Emitías las órdenes, estabas al mando.

Suspiró el Cerebro una vez más. Era el tipo de suspiro que podría esperarse en un sujeto gordo y más bien pomposo: gris y húmedo y burlón.

– No me entiendes, ya lo veo. Crees conocerme (toda esa chachara semiculta sobre la evolución del córtex cerebral lo indica) pero en realidad no me conoces. Sí, por supuesto, estoy seguro de que sabes que tengo una red electroquímica de trece mil millones de células nerviosas, y quizá sepas que en algunos de mis rincones y hendiduras (tú eres afortunado y tienes una estructura lisa y holística), esos cuerpos celulares están tan densamente agrupados que caben cien millones en una pulgada cúbica, y cada uno de esos malditos ronronea, palpita y parpadea sin que haya ni dos exactamente iguales; sí, quizás sepas eso, pero nunca podrás saber de veras lo duro que es ser electroquímico, ser, y no presumo la cosa más complicada y eficaz de la naturaleza…,

El Pulgar hizo un gesto, como si estuviese tocando un violín.

– Es la historia más triste que he oído en mi vida -dijo con sarcasmo.

– No pretendo congraciarme contigo; sólo quiero que entiendas. Atiende, y, si me desvío, recuerda que no estoy tan firmemente centrado como tú. Calla y escucha. Hay una lucha constante de palpitaciones eléctricas penetrando en mí y martilleándome como la lluvia un techo tropical. Estoy sometido a un chaparrón interminable de señales que hacen que mis células nerviosas (neuronas, si prefieres) se activen sucesivamente, como una traca. Durante cada una de esas pulsaciones, se alteran las cargas eléctricas, se expulsan sustancias químicas, se abren y se cierran hendiduras, los iones desertan de una neurona e invaden otra; es increíblemente complicado y, sin embargo, el ciclo completo se produce en aproximadamente una milésima de segundo… Una milésima de segundo… y el hombre cree tener una concepción del tiempo… ¡ja!

– Si fuese la boca, bostezaría -dijo el Pulgar-. Vete al grano antes de que me quede rígido de aburrimiento.

– A nadie le gusta un Pulgar rígido, ¿verdad? -se burló el Cerebro-. Bueno, la cuestión es en parte ésta: la información que me activa, que produce una reacción en cadena de mis neuronas, es sensitiva y me llega enviada por otras partes del cuerpo, entre ellas tú. Mi reacción al mundo externo es en parte resultado del tipo de datos que me envías cuando sondeas el entorno.

– Eso es tendencioso -objeta el Pulgar-. En primer lugar, los datos que yo te doy son completamente objetivos. Yo puedo decirte si un cuchillo está afilado, pero no puedo aconsejarte que lo claves en otro cuerpo (yo nunca lo haría) y, en segundo lugar, recibes un suministro de información tan infinitamente superior de los Ojos, por ejemplo, que no hay comparación posible.

– Puede que no -acepta el Cerebro-, pero contribuyes. Y mi argumento es que las órdenes que te doy a ti y que doy al resto del organismo son más que nada mis reacciones naturales ante el material sensible con el que me alimentáis constantemente. Más que nada, aunque no totalmente. Porque la verdad es que mis neuronas se activan a veces de modo espontáneo sin que haya ninguna señal estimulante. Estoy sometido a un notable número de corrientes que se generan al azar. No hay aquí tanto orden como tú te imaginas. Muchas veces, la mayoría de las veces estoy a merced de fuerzas impredecibles.

A la extraña luz de la indefinible dimensión, el Pulgar vacila. Dice al fin: