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– Pretendes decirme que no eres tú quien controlas.

– ¡Exactamente! Demonios, creí que nunca lo entenderías.

– Bueno, si tú no controlas, ¿quién lo hace?

– No lo sé -dice el Cerebro, suave, solemne. La masa parece realmente triste.

– Oh, vamos. De esos trece mil millones de células que hierven en ti, no usas más que un diez por ciento. El noventa por ciento de tus recursos están siempre dormidos. Sólo con que te molestases en poner a trabajar esa inmensa masa, si no fueses tan cochinamente conservador (¡demonios, no es raro que seas gris!) y dejases de preocuparte constantemente por la supervivencia; si empezases a recorrer las vastas regiones no exploradas de tu pegajoso ser, descubrirías muy pronto dónde está localizado el Control Central. Estoy seguro, y hallarías las respuestas a los interrogantes filosóficos y espirituales que están volviéndote loco, y volviéndonos locos a todos, debido a que se les ha dado una respuesta errónea (lo ha hecho ese diez por ciento tuyo que trabaja), que ha sido el origen de las peores características de la civilización. Te niegas a trabajar, eso es todo.

– Pulgar, viejo camarada, tú no eres capaz de distinguir el Culo del Codo. Claro, soy un poco conservador; tengo que serlo. Mi misión es preservar a perpetuar la especie…

– ¿Y quién te ha encomendado tal misión?

– El ADN, por supuesto. Pero no me preguntes quién le da órdenes al ADN, porque sinceramente no lo sé. Aunque la razón de que no lo sepa nada tiene que ver con el hecho de que aproximadamente un noventa por ciento de mí esté dormido. Está dormido porque lo inhibo. Y lo inhibo porque si no lo hiciera quedaría sumergido en información intrascendente. Tendría que reaccionar a tantas señales del mundo externo, que no podría pensar en absoluto. Y cada vez que los humanos abrieran los ojos, les daría algo así como un ataque epiléptico. En realidad, no hay nada en esa porción dormida que no esté ya en el resto de mí. Es sólo más igual, nada más. Más de lo mismo. No hay respuesta a los Grandes Misterios ocultos ahí, ningún sistema secreto superior para valorar la experiencia; se trata de una cuestión cuantitativa, no cualitativa. Reduzco el flujo de entrada para que no nos ahoguemos en excitaciones, eso es todo.

Tras esto, el Pulgar se balancea largo rato.

– Entonces no hay esperanza -dice, por fin.

– ¿Qué quieres decir?

– Bueno, si no tienes las respuestas a la Gran Pregunta y no sabes quién las tiene, si no eres tú quien controla y no sabes quién controla, entonces estamos donde al principio, y no existe la menor esperanza; jamás sabremos qué es Qué y nunca descubriremos una forma de revisar la civilización.

– No desesperes. Es una mala solución.

Alteraciones sinápticas hacen vibrar suavemente al Cerebro. Parece éste la ensalada de gelatina de un banquete de gnomos.

– Sospecho -continúa- que quizás haya otras posibilidades. Si te fijas, yo soy una especie de herramienta, un instrumento, un aparato como tú. Puedo ser utilizado. Utilizado para pensar. En fin, he sido utilizado sobre todo torpemente y de forma esporádica. No es que los humanos no hayan pensado conmigo profundos pensamientos; lo han hecho y siguen haciéndolo. Probablemente no queden ya en mí pensamientos más profundos y mayores. Los mejores han sido ya pensados y repensados varías veces. Pero quizá sea necesario no pensar más, ni siquiera pensar mejor, sino iniciar un tipo distinto de pensamiento. A lo largo de los siglos, ha habido un puñado de humanos (poetas, locos, artistas, monjes, ermitaños, compositores, yoguis, brujos, excéntricos, magos, anarquistas, hechiceras y miembros de raras y extrañas subculturas corno los gnósticos y el Pueblo Reloj) que han utilizado mi maquinaria pensante de formas insólitas e impredecibles, con interesantes resultados. Quizá si se desarrollasen más tipos de pensamiento de este género, pudiese ser yo más útil al Universo.

– Hmmmm -murmura el Pulgar.

– Y mira, me paso casi tanto tiempo soñando como pensando, y sin embargo, ¿cuántos aplican de forma iluminadora o práctica sus sueños? Poquísimos, te lo aseguro. Dormir/soñar quizá sea lo que mejor hago. Quizá sea mi verdadera vocación, y el tiempo que he de pasar cuidando de la supervivencia pura tarea rutinaria; sacar la basura, como si dijésemos.

El Pulgar parece desconcertado.

– Sabes, Cerebro, lo que me asombra es que tú te conoces a ti mismo y al mismo tiempo no te conoces a ti mismo, y sabes que te conoces a ti mismo y sabes que no te conoces… oh, esto resulta ridículo.

– Es la vieja paradoja -dice el Cerebro, sonriendo por sus diversos pliegues y hendiduras.

– ¿Pero cuál es la fuerza paradójica que te permite hacer eso? -pregunta el Pulgar-. ¿Qué es lo que te permite pensar sobre el pensamiento y sentir sobre el sentimiento?

– La Conciencia.

– Vale, de acuerdo, muy bien. Si tienes toda esa Conciencia y la Conciencia es tan todopoderosamente poderosa, por qué no puedes arreglar las cosas, equilibrarlas…

– Querido Pulgarcete, porque no tengo «toda esa» Conciencia. Tengo una cuantía notable. Pero desde luego no tengo el monopolio de ella. Todos suponen que la Conciencia es propiedad exclusiva del Cerebro. ¡Qué error! Yo tengo mi parte de ella, desde luego, pero no suficiente para reclamar privilegios especiales. La Rodilla tiene Conciencia y el Mundo tiene Conciencia. Hay Conciencia en el Hígado, en la Lengua, en el Pijo, en ti, Pulgar. Corre a través de ti, también, y tú la expresas. Cada uno de vosotros sois una parte de ella. Además, hay Conciencia en mariposas y plantas y vientos y aguA. ¡No existe ningún Control Central! Está en todas partes. Así pues, si lo que se necesita es Conciencia…

– Empiezo a comprender -dice el Pulgar.

¡Ay! En cuanto el Pulgar se reconoce como agente de Conciencia, varias piezas del Rompecabezas empiezan a encajar, y aunque la imagen que forman posee escaso sentido lógico o literal, contiene un sentimiento ajustado y hermoso.

– ¡Oh! -grita el Pulgar-. Todo parece mucho más luminoso y mejor. Ay si las demás partes del cuerpo comprendiesen que son manifestaciones de la Conciencia absoluta… Entonces…

– Quizá podamos despertarlas -sugiere el Cerebro-. Sólo que habríamos de hacerlo de forma lenta y gradual, para no poner en peligro la supervivencia.

El Pulgar ignora las cautas matizaciones del Cerebro.

– Despertémoslas -dice con vehemencia-. Vamos. ¿Dónde está el Pijo?

– Oh, probablemente correteando tras el Coño, como siempre. ¿Echamos un vistazo?

En el reino de la luz corpórea, hay movimiento, y eso es lo máximo que puede decirse al respecto, porque nada más se puede decir.

105

LA RADIO EMITÍA «La polca del pastel de manzana de ayer». Kym cruzaba el corral con la radio. La llevaba como si fuese una maleta llena de piojos de mofeta. Era material ofensivo, pero Kym no estaba dispuesta a dejarlo. En cualquier momento, podría interrumpirse la canción y el locutor decir algo sobre el asedio del Rosa de Goma.

– Es la música más estúpida que he oído en mi vida -decía Kym-. Esta radio debería estar en el retrete, que es donde le corresponde.

Pero Kym ató la radio al arzón de su silla y se dispuso a darle una galopada por las colinas de Dakota, mientras ratones, sabaneros y otras criaturas auditivamente sensibles huían ante ella bajo la claridad del sol.

Kym llevaba la radio al Lago Siwash. Horas antes, las vaqueras habían abandonado los edificios del rancho y se habían retirado a la charca. Allí, donde la ondulante yerba se fundía con cañas marismeñas, habían alzado sus barricadas y se disponían a resistir. Salvo Debbie, todas llevaban armas. Salvo Big Red, todas se sentían muertas de miedo. Pero todas sin excepción estaban decididas. A sus espaldas quedaban las últimas sesenta grullas chilladoras del mundo.

La tregua había terminado. La Asociación Norteamericana de Libertades Civiles había solicitado una prórroga que, según los comentaristas, sería otorgada, puesto que el gobierno, aunque no podía permitir que le desafiasen impunemente, no deseaba en modo alguno el género de publicidad que podría proporcionarle otro tiroteo. El gobierno sabía que sus guardias y agentes estaban deseosos de descorchar la botella de sangre. No estaba del todo seguro el gobierno de poder contener a sus guardias y agentes. El gobierno ponderaba el asunto; guardias y agentes palpitaban con la lunática lujuria de la ley; las vaqueras enviaron a Kym al rancho a por su radio para poder sintonizar con su destino.