Era medianoche. El sol saldría hacia las siete de la mañana. De algún modo tenía que encontrar fuerzas para olvidar aquella sed insoportable y el agotamiento. Dormir no era una opción.
Al día siguiente quizá se colara algún rayo de luz por las paredes. Aquel lugar estaba abandonado, prácticamente en ruinas. Habría algún agujero en algún sitio por el que podría colarse. Aunque fuera en el techo.
Capítulo 115
A pesar de la enérgica protesta del abogado del taxista, Ken Acott, Grace se había negado a dejar en libertad a John Kerridge -Yac-, y había solicitado al juzgado una extensión de treinta y seis horas que le habían concedido enseguida, ya que, debido a la exigencia del abogado de contar con la presencia de un médico especialista, aún no habían podido empezar a interrogar a su defendido.
A Grace aún no le hacía ninguna gracia aquel sospechoso, aunque tenía que admitir que las pruebas contra Kerridge no parecían decisivas, al menos de momento. Del teléfono móvil de aquel hombre no habían sacado nada. Solo tenía cinco números en la agenda. Uno pertenecía al dueño del taxi; otro era de la compañía de taxis; dos eran de los dueños del barco en el que vivía, que estaban en Goa -una línea móvil y otra fija-, y el otro era de un terapeuta al que no había visto desde hacía más de un año.
Su ordenador tampoco había revelado nada de interés. Solo innumerables visitas a páginas web sobre calzado de señora -más relacionadas con la moda que con el fetichismo-, visitas a eBay, así como montones a páginas de perfumería o a otras relacionadas con váteres Victorianos de época y de cartografía.
Una experta estaba de camino: era una psicóloga especializada en pacientes con el síndrome de Asperger. Cuando llegara, si daba su consentimiento, Acott accedería a que se interrogara a su cliente. Entonces quizá pudieran sacarle algo más.
En el momento en que volvía a su despacho tras la reunión de la mañana, sonó su teléfono móvil.
– Roy Grace -respondió.
Era una técnica del laboratorio forense que conocía. Parecía muy satisfecha consigo misma:
– ¡Roy, tengo vuestros resultados de ADN!
– ¿De lo que os enviamos anoche? -respondió, sorprendido.
– Es una maquinaria nueva; aún está en pruebas y no es fiable del todo para presentar pruebas en el juzgado. Pero las dos muestras de ADN eran tan buenas que decidimos hacer el experimento, al ser conscientes de la prisa que corría.
– Bueno, ¿y?
– Tenemos dos coincidencias, una por cada muestra. Una es completa, al cien por cien; la otra es parcial, una coincidencia de parentesco. La coincidencia completa es del folículo capilar del cadáver. Se llama Rachael Ryan. Desapareció en 1997. ¿Te ayuda eso?
– ¿Estáis seguros?
– La «máquina» está segura. Aún estamos haciendo las pruebas convencionales con el resto de su ADN, y tendremos ese resultado dentro de unas horas. Pero estoy bastante segura.
Roy se concedió un par de segundos para asimilar aquello. Era lo que se esperaba, pero aun así le resultaba duro. Era una confirmación de su fracaso en el intento por salvar la vida de aquella joven. Tomó nota mental de que tenía que ponerse en contacto con sus padres, si es que continuaban vivos y seguían viviendo juntos.
– ¿Y la coincidencia de parentesco?
Grace sabía que «de parentesco» significaba una coincidencia parcial, no exacta. Normalmente era entre hermanos, o entre padres e hijos.
– Es del semen del condón que se encontró en el interior del cadáver de Rachael Ryan (ahora que sabemos que es ella). Se trata de una mujer, la señora Elizabeth Wyman-Bentham.
Grace apuntó el nombre, repitiendo letra por letra para no equivocarse, tan nervioso que la mano le temblaba. Luego la técnica le dio la dirección.
– ¿Sabemos por qué está en la base de datos?
– Por conducir bajo los efectos del alcohol.
Le dio las gracias y, en cuanto colgó el teléfono, llamó a Información Telefónica, dio el nombre de Elizabeth Wyman-Bentham y su dirección.
Un momento más tarde ya tenía el número y lo marcó.
Le saltó el buzón de voz. Dejó un mensaje con su nombre y su rango, pidiéndole que le llamara urgentemente a su teléfono móvil. Entonces se sentó y buscó su nombre en Google para ver si había algo sobre ella, en particular dónde trabajaba. Eran las 9.15 de la mañana. Si trabajaba, era muy probable que estuviera ya en su puesto, o de camino.
Un momento más tarde en su pantalla aparecieron las palabras sobre «Lizzie Wyman-Bentham, presidenta y directora general de WB Public Relations».
Seleccionó la página y casi de inmediato se encontró con una fotografía de una mujer sonriente con una gran melena rizada, junto con una serie de vínculos con más información sobre la empresa. En el momento en que seleccionaba «Contacto», sonó su teléfono.
Respondió y se encontró con una voz femenina agitada y efusiva:
– Lo siento, no he llegado a tiempo de atender su llamada; he oído el móvil justo cuando salía de casa. ¿En qué puedo ayudarle?
– Puede que la pregunta le parezca algo rara -dijo Roy-. ¿Tiene usted un hermano o un hijo?
– Un hermano -respondió, y de pronto su voz adquirió un tono de pánico-. ¿Le ha pasado algo? ¿Ha tenido un accidente?
– No, por lo que sabemos está bien. Necesito hablar con él en relación con una investigación policial.
– Caray, por un momento me ha asustado.
– ¿Puede decirme dónde puedo encontrarle?
– ¿Una investigación, dice? Ah, claro, ahora entiendo. Será algo de su trabajo. ¡Qué tonta! Creo que trabaja con ustedes. Es Garry Starling. Su empresa (bueno, tiene dos, Sussex Security Systems y Sussex Remote Monitoring Services) están en el mismo edificio, en Lewes.
Grace tomó nota de los nombres y del teléfono del despacho de Starling.
– No entiendo muy bien por qué… ¿Por qué han contactado conmigo?
– Es un poco complicado -respondió Grace.
– No se habrá metido en problemas Garry, ¿verdad? Quiero decir que es un empresario muy respetable… Es muy conocido en la ciudad.
Grace no quiso desvelar más información, así que le dijo que no, que su hermano no se había metido en problemas. Puso fin a la conversación y llamó al despacho de Starling. Al teléfono respondió una mujer de voz agradable. Grace no reveló su identidad; se limitó a preguntar por Garry Starling.
– Aún no ha llegado-dijo ella-, pero estoy segura de que llegará enseguida. Normalmente a esta hora ya está aquí. Soy su secretaria. ¿Quiere que le deje algún mensaje?
– Volveré a llamar -contestó Grace, haciendo un esfuerzo para mantener un tono de voz tranquilo.
En cuanto colgó, se fue directamente a la SR-1, dando forma a su plan mientras corría por el pasillo.
Capítulo 116
Había menos luz de la que Jessie se había imaginado, lo cual, en cierto modo, podía ser bueno. Si iba con mucho, mucho cuidado, procurando no hacer ningún ruido, podía recorrer de puntillas la pasarela con suelo de reja y ver la furgoneta allá abajo.
Ahí estaba: era de color crema, algo mugrienta. Tenía la puerta lateral abierta. Era de aquellas furgonetas que habían sido símbolo de la era hippy: «flower power; nucleares no, gracias…», todo aquello que recordaba haber leído de los años sesenta y setenta.
Aquel tipo no parecía para nada un hippy.
En aquel momento estaba dentro de la furgoneta. ¿Habría dormido algo? Lo dudaba. Ella se había quedado traspuesta una o dos veces durante la noche, y en una ocasión casi se le escapa un grito, cuando algún animal le había rozado el brazo. Luego, un rato después, con la llegada de la tenue luz del amanecer, una rata se le había acercado y se le había quedado mirando.