Выбрать главу

Cuando te has pasado la vida intentando que no te metan en chirona, desarrollas una especie de sexto sentido y tienes siempre las antenas conectadas en busca de policías de paisano y sus vehículos. Los ojos se le fueron a las cuatro antenas cortas en el tejado del Ford.

«Mierda.»

El miedo se apoderó de él. Por un momento se planteó si debía dar media vuelta, salir corriendo y luego vaciar los bolsillos. Pero se lo había pensado demasiado. El agente que esperaba en la puerta, un tipo corpulento, negro y calvo, ya le había visto. Spicer decidió que tendría que intentar soltarles alguna trola.

«Mierda», pensó otra vez, olvidándose de pronto de sus sueños y del polvo del día siguiente con Tia. Las lúgubres paredes verdes de la cárcel de Lewes iban materializándose en su mente.

– Hola, Darren -le saludó el sargento Branson, con una gran sonrisa-. ¿Qué tal va?

Spicer le miró, desconfiado.

– Bien. Sí.

– Me preguntaba si podríamos charlar un momento -dijo, señalando a la puerta-. Nos dejan usar esa sala de entrevistas. ¿Te parece bien?

– Sí. -Se encogió de hombros-. ¿De qué se trata?

– Es solo una charla. Tengo que decirte algo que a lo mejor te interesa.

Spicer se sentó, agitado, muy incómodo. No se le ocurría nada que pudiera decirle el sargento Branson y que le pudiera interesar.

Branson cerró la puerta y luego se sentó al otro lado de la mesa, frente a él.

– ¿Recuerdas cuando hablamos y me diste aquella pista sobre el garaje de Mandalay Court? ¿De la furgoneta que había dentro?

Spicer le miró, escéptico.

– Te mencioné que había una recompensa, ¿verdad? Cincuenta mil libras. Por cualquier información que condujera a la detención y procesamiento del hombre que intentó atacar a la señora Dee Burchmore. ¿Te suena? La ofrecía su marido.

– Sí. ¿Y?

– Bueno, tengo buenas noticias para ti. Parece que tienes posibilidades.

Spicer sonrió de pronto, aliviado de golpe. Increíblemente aliviado.

– ¿Se está quedando conmigo?

Branson negó con la cabeza.

– No. En realidad, el mismo superintendente Grace, el oficial al cargo, ha dado tu nombre. Gracias a ti hemos pillado a nuestro sospechoso. Ha sido detenido y procesado.

– ¿Y cuándo me darán el dinero?

– Cuando le condenen. Creo que se ha fijado la fecha del juicio para el próximo otoño; puedo informarte cuando tenga la información exacta. Pero parece poco probable que el acusado no sea el culpable. -Branson sonrió-. Bueno, campeón, ¿qué vas a hacer con toda esa pasta? Metértela por la nariz, como siempre. ¿Verdad?

– Nah -dijo Spicer-. Voy a comprarme un pisito, ya sabe, como inversión para el futuro. Usaré el dinero para la entrada. ¡Genial!

Branson sacudió la cabeza.

– No te lo crees ni tú. Te lo gastarás en drogas.

– ¡No, señor! ¡Esta vez no! No voy a volver a ir a chirona. Voy a comprarme un pisito y a portarme bien. ¡Sí!

– ¿Sabes qué? Invítanos a la fiesta de inauguración. Para demostrarnos que has cambiado, ¿te parece?

Spicer sonrió..

– Sí, bueno, eso puede ser complicado. Si es una fiesta, ya sabe… Puede que haya material. Ya sabe, material de fiesta. Podría resultarle incómodo, siendo un poli, y eso…

– No es fácil ponerme incómodo.

Spicer se encogió de hombros.

– Cincuenta de los grandes. ¡Increíble! ¡Joder!

El sargento se lo quedó mirando.

– ¿Sabes qué? He oído que no se han molestado en cambiar las sábanas de tu celda. Saben que vas a volver.

– Esta vez no.

– Estaré esperando la invitación. El director de la cárcel de Lewes sabrá dónde enviármela.

– Muy gracioso -respondió Spicer, con una mueca. -Es la verdad, campeón.

Branson dejó la sala y salió a la calle, donde Grace le esperaba en el coche. No veía la hora de ir a tomarse una cerveza con su colega para ponerle el punto final a la semana.

Capítulo 123

He empezado a hablar. Solo por un motivo: para vengarme de usted, engreído superintendente Roy Grace.

La vida aquí, en el ala de custodia preventiva, no es ningún lujo. Aquí no les gustan los tipos como yo. Los pervertidos, como nos llaman. Me corté la lengua con un trozo de cuchilla que me habían puesto en el estofado. He oído rumores de que hay quien se mea en mi sopa. Uno de estos tíos ha amenazado con sacarme el otro ojo.

Me han dicho que las cosas mejorarán tras el juicio. Luego, si tengo suerte -¡ja!- me pondrán en lo que se conoce como el ala de los pervertidos. Todos los pervertidos juntos. ¡Eso será fantástico! ¡Fiesta, fiesta, fiesta!

Algunas noches no duermo nada. Tengo toda esta rabia por todas partes -a mí alrededor, en este lugar, y en lo más profundo de mi ser-. Estoy cabreado con quienquiera que cometiera aquella violación en el Tren Fantasma. Eso provocó que el muelle se llenara de policía después, lo que arruinó completamente mis planes. Todo iba de maravilla hasta entonces. Y a partir de ese momento las cosas se estropearon.

Estoy cabreado porque aquella zorra se librara de la humillación que supondría que el mundo la reconociera como mi mujer. Ahí ha pasado algo raro. Aunque en realidad no me importa, y no creo que le importe a nadie.

Pero lo que más me cabrea de todo es usted, superintendente Grace. Se cree muy listo, hablándole a todo el mundo sobre el tamaño de mi polla. No puedo permitir que eso se quede así.

Por eso hablo en este momento. Voy a confesar todas las violaciones y diré que me llevé todos esos zapatos. En particular, en el Tren Fantasma. No podrá pillarme con ninguna pregunta-trampa: parece que ha corrido la voz sobre todos los delitos perpetrados por el Hombre del Zapato -los recientes-, todos los detalles de lo que les hizo a las diferentes mujeres. Incluidos los de lo ocurrido en el Tren Fantasma.

Estoy preparado.

No entendió por qué cambié de modus operandi, por qué dejé de llevarme un zapato y las braguitas y empecé a llevarme los dos zapatos. No se trataba de que lo entendiera, ¿sabe? No iba a facilitarle el trabajo repitiendo lo mismo una y otra vez. En la variedad está el gusto, ¿no?

¡Soy su hombre, perfecto! Lo único que espero es que el maníaco que violó a aquella mujer en el Tren Fantasma vuelva a atacar.

Se va a cubrir de mierda, superintendente Grace.

Y yo voy a disfrutar como un enano.

¿Y quién será entonces el que la tiene pequeña?

Capítulo 124

Domingo, 23 de enero de 2010

– ¡Qué gusto verte tan relajado, cariño! -dijo Cleo.

Ya había anochecido. Habían pasado la tarde juntos, Roy con una copa de vino tinto en la mano, viendo The Antiques Road Show, un programa sobre antigüedades que le gustaba en especial. Lo que más le gustaba era ver a la gente cuando les daban la tasación de sus preciados -o no tan preciados- tesoros familiares. La cara de asombro cuando se enteraban de que un viejo cuenco que usaban para que comiera el perro valía miles de libras, o la de decepción cuando les decían que alguna pintura espléndida custodiada por la familia durante generaciones era una falsificación y no valía más que un puñado de libras.

– ¡Pues sí! -Sonrió.

Pero no estaba relajado. La duda seguía corroyéndole por dentro, a pesar de haber atrapado al Hombre del Zapato. Y aún quedaban flecos pendientes del suicidio de la esposa de Starling. Había oído la grabación de la cárcel, en la que decía que se iría a casa y se suicidaría. Parecía una amenaza sin fundamento. Pero al final resultó que se fue a casa y lo hizo. Ni una nota, nada.