– Quiero decir -matizó ella, apartando a Humphrey y acurrucándose con él en el sofá-, todo lo relajado que puedes estar.
Roy se encogió de hombros y asintió:
– Por lo menos el Hombre del Zapato ha recibido lo suyo. Ha quedado ciego de un ojo para siempre.
– Poco es eso. La lástima es que esa chica no le castrara, ya puestos -replicó Cleo-. Todas sus víctimas han sufrido secuelas, y una está muerta.
– Ojalá supiera quiénes son, todas, quiero decir. Está entre rejas, pero no creo que nos lo esté contando todo. Es uno de los monstruos más asquerosos que me he encontrado nunca. Sus ordenadores, en casa y en la oficina, están llenos de cosas de lo más retorcido. Todo tipo de páginas web y chats de fetichismo de pies y zapatos, muchos de ellos sádicos. Y en la nevera de su despacho tiene todo un botiquín de somníferos y otras drogas para someter a las chicas.
– ¿Se va a declarar culpable? Al menos así evitaría a sus víctimas tener que pasar el mal trago de declarar.
– No lo sé. Depende de su abogado, nuestro amigo Ken Acott otra vez. Tenemos pruebas a montones en su contra. El garaje está a su nombre. Hemos encontrado las páginas que faltaban del dosier del Hombre del Zapato de 1997 en una caja fuerte en su oficina. En su ordenador y en su iPhone hay vínculos a las páginas de Facebook y Twitter de algunas de sus víctimas recientes. Y tenemos el ADN obtenido del cuerpo de Rachael Ryan.
Dio un sorbo al vino.
– Pero vamos a tener que esperar al examen psiquiátrico, que determinará si está capacitado para afrontar el juicio. ¡Espléndido! Garry Starling está capacitado para dirigir una de las mayores empresas de la ciudad, para ser segundo capitán de su club de golf y tesorero del Rotary Club, pero quizá no sea apto para el juicio. Nuestro sistema judicial es una mierda.
Cleo sonrió, comprensiva. Entendía su frustración ante esos procedimientos.
– A Jessie Sheldon deberían darle una medalla. ¿Cómo se encuentra? ¿Se ha repuesto bien de aquel infierno?
– Bastante bien. He ido a verla a su casa esta tarde. La han operado del tobillo y parece que se repondrá a tiempo. De hecho, parecía estar muy animada, pese a todo. Espera casarse este verano.
– ¿Estaba prometida?
– Parece que sí. Me dijo que había sido la determinación por casarse lo que la ayudó a seguir adelante.
– Bueno, pues no te sientas mal por el ojo de ese tipo.
– No, no es eso. Es que no me parece que lo hayamos dejado todo bien cerrado. No del todo.
– ¿Por esos otros zapatos?
– No me preocupan demasiado. Si podemos hacer que hable más, al final también los encontraremos.
Bebió un poco más y echó un vistazo al televisor.
– ¿Es la del Tren Fantasma la que te preocupa? ¿Cómo se llama?
– Mandy Thorpe. Sí. No creo que fuera el Hombre del Zapato quien la violó. Aunque diga que lo hizo. Sigo convencido de que el psicólogo forense se equivoca.
– ¿Quieres decir que el culpable sigue libre?
– Sí, ese es exactamente el problema. Si Proudfoot se equivoca, sigue en la calle. Y podría volver a atacar.
– Si está en la calle, tú lo pillarás. Algún día.
– Querría pillarlo antes de que vuelva a atacar.
Cleo frunció los labios, bromeando:
– Es usted mi héroe, superintendente Grace. Siempre acaba pillándolos.
– Eso no te lo crees ni tú.
– Sí, sí que me lo creo. Soy realista. -Se dio una palmadita en el vientre-. Dentro de unos cuatro meses nacerá nuestro pequeño bultito. Yo me fío de ti, y sé que harás que el mundo sea más seguro para él… o para ella.
La besó.
– Siempre quedarán tipos malos en el mundo.
– ¡Y chicas malas!
– También. El mundo es un lugar peligroso. Nunca conseguiremos encerrarlos a todos. Siempre habrá gente malvada que se salga con la suya.
– ¿Y gente buena que acabe entre rejas?
– Los límites son siempre difusos. Hay mucha gente buena y mucha gente mala. La vida no es diáfana, y pocas veces es justa. No quiero que nuestro hijo crezca creyendo que sí lo es. A veces llegan días de mierda.
– «Llegaban» días de mierda -replicó Cleo, sondándole- Dejaron de llegar el día en que te conocí. ¡Eres el mejor!
Roy también sonrió.
– Cariño, eres estupenda. A veces me pregunto por qué me quieres.
– ¿De verdad, superintendente Grace? Yo no. No, hasta el momento. Y no creo que me lo pregunte nunca. Me haces sentir segura. Lo has hecho desde el día en que te conocí, y siempre lo harás.
– Qué fácil es contentarte -dijo él, sonriente.
– Sí, y salgo baratita. Ni siquiera tengo unos zapatos de diseño.
– ¿Quieres que te compre un par?
Ella se lo quedó mirando, socarrona.
Él le devolvió la mirada y sonrió abiertamente:
– ¡Para usarlos como se debe, claro!
Epílogo del autor
Las violaciones a cargo de extraños son, en realidad, muy poco frecuentes. Por fortuna, en Sussex, el condado donde se desarrolla Tan muerto como tú, las agresiones como las descritas en la obra son muy raras. De hecho, la triste realidad es que prácticamente todas las violaciones son obra de hombres que conocían a la víctima. La gran mayoría de las supervivientes de violaciones explican que han sido atacadas por algún amigo o por alguien con quien tenían una relación larga. Ello supone que sienten traicionada su confianza, lo que puede socavar su capacidad para establecer nuevas relaciones a partir de entonces.
Es imposible generalizar a la hora de hablar de las reacciones de las víctimas de una violación, porque no existe una reacción «normal» a un acto tan anormal. El trauma se puede manifestar de muchos modos diferentes y existen organizaciones especializadas, como Rape Crisis, creadas específicamente para dar apoyo a las víctimas. En Sussex hay una, The Lifecentre, que busca la «reconstrucción» de las supervivientes a una violación. He decidido apoyarlos porque tengo la sensación de que aportan un servicio esencial que, por increíble que parezca, no está subvencionado por el Gobierno, así que agradecen cualquier donativo. Quien desee contribuir puede visitar su página web: www.lifecentre.uk.com. Gracias.
Agradecimientos
Como siempre, hay mucha gente a la que tengo que dar las gracias por ayudarme en mi investigación para esta novela.
Mi primer agradecimiento es para Martin Richards, comandante de Policía en Sussex, que me ha dado acceso al mundo del cuerpo, algo realmente impagable.
Mi buen amigo, el ex superintendente David Gaylor, ha sido, como siempre, una piedra angular, una fuente de sabiduría, y algunas veces me ha controlado más incluso que mis editores, ayudándome así a cumplir los plazos.
Como siempre, son muchos los agentes de la Policía de Sussex que me han brindado su tiempo y su sabiduría y han soportado mi presencia, respondiendo a mis interminables preguntas. Me es casi imposible mencionarlos a todos, pero voy a intentarlo, y espero que me perdonen cualquier omisión: el superintendente en jefe Kevin Moore; el superintendente en jefe Graham Barlett; el superintendente en jefe Chris Ambler; el inspector jefe Trevor Bowles, que ha sido un pilar y una luz de guía; el inspector jefe Stephen Curry; inspector jefe Paul Furnell; Brian Cook, director de la División de Apoyo Científico; Stuart Leonard; Tony Case; el inspector William Warner; el inspector jefe Nick Sloan; el inspector Jason Tingley; el inspector jefe Steve Brookman; el inspector Andrew Kundert; el inspector Roy Apps; el sargento Phil Taylor; Ray Packham y Dave Reed, de la Unidad de Delitos Tecnológicos; Lex Westwood; el sargento James Bowes; la agente Georgie Edge; el inspector Rob Leet; el inspector Phil Clarke; el sargento Mel Doyle; el agente Tony Omotoso; el agente Ian Upperton; el agente Andrew King; el sargento Sean McDonald; el agente Steve Cheesman; el sargento Andy McMahon; el sargento Justin Hambloch; Chris Heaver; Martin Bloomfield; Ron King; Robin Wood; Sue Heard, jefa de prensa y relaciones públicas; Louise Leonard y James Gartrell.