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– ¿Preguntarte qué cosas? -replicó Bella.

Grace tenía los ojos clavados en Potting. Casi no se creía lo que estaba oyendo. Estaba tan enfadado que se sintió tentado de apartar a aquel hombre del caso de inmediato. Empezaba a pensar que había cometido un error metiendo a un tipo de tan poco tacto en un caso tan sensible. Potting era un buen policía, con una serie de virtudes como investigador que, desgraciadamente, no iban acompañadas de unas habilidades sociales que estuvieran al mismo nivel. La inteligencia emocional era uno de los principales activos de un buen investigador. Y en ese campo, en una escala de uno a cien, Potting habría dado un resultado próximo a cero. Sin embargo, podía llegar a ser tremendamente efectivo, sobre todo en investigaciones de calle. A veces.

– ¿Quieres seguir en este caso, Norman? -le preguntó Grace.

– Sí, jefe, sí quiero. Creo que podría contribuir a su resolución.

– ¿De verdad? -replicó Grace-. Bueno, pues entonces dejemos algo claro, desde el principio -puntualizó, mientras paseaba la mirada por todos los presentes-. Yo odio a los violadores tanto como odio a los asesinos. Los violadores destruyen las vidas de sus víctimas. Sea una violación cometida por un extraño, por la pareja o por alguien conocido y de confianza para la víctima. Y no hay ninguna diferencia entre un caso y el otro, tanto si la víctima es mujer como si es hombre. ¿De acuerdo? Pero en este momento resulta que nos enfrentamos a agresiones a mujeres, que son más frecuentes.

Se quedó mirando fijamente a Potting, y prosiguió:

– Sufrir una violación es como sufrir un grave accidente de tráfico que te deje tullido de por vida. En un momento, la mujer pasa de su vida normal y plácida a encontrarse hecha trizas, una piltrafa. Se enfrenta a años de terapia, a años de pánico, de pesadillas, de desconfianza. Por mucha ayuda que reciba, nunca volverá a ser la misma. Nunca volverá a llevar lo que conocemos como una vida «normal». ¿Entiendes lo que digo, Norman? Algunas mujeres violadas acaban autolesionándose. Se frotan la vagina con estropajos de metal y lejía porque sienten una necesidad imperiosa de quitarse de encima lo que han vivido. Eso es solo una pequeña parte de las consecuencias que puede tener una violación sobre la víctima. ¿Lo entiendes? -Miró a todos los presentes-. ¿Lo entendéis?

– Sí, jefe -masculló Potting-. Lo siento, no pretendía parecer insensible.

– ¿Es que un hombre con cuatro matrimonios fallidos a sus espaldas puede conocer el significado de la palabra «insensible»? -preguntó Bella, que agarró con rabia un Malteser de la caja, se lo metió en la boca y lo aplastó entre los dientes.

– Bueno, Bella, ya está bien -intervino Grace-. Creo que Norman sabe de lo que hablamos.

Potting fijó la mirada en su cuaderno, con el rostro rojo como un tomate, y asintió, sumiso.

Grace volvió a mirar sus notas.

– Tenemos otro asunto algo delicado. En Nochevieja, el comisario jefe, el subcomisario jefe y también dos de los otros cuatro comisarios de la división estaban en la misma cena del hotel Metropole que Nicola Taylor, la primera víctima de violación.

Se produjo un momento de silencio.

– ¿Estás diciendo que eso los convierte en sospechosos, jefe? -preguntó el agente Foreman.

– Todo el que estuviera en el hotel es un sospechoso potencial, pero creo que de momento preferiría llamarlos «testigos materiales a la espera de investigación para ser descartados» -respondió Grace-. Vamos a tener que interrogarlos, como a todos los demás. ¿Algún voluntario?

Nadie levantó la mano. Roy hizo una mueca.

– Parece que voy a tener que asignar esa tarea a uno de vosotros personalmente. Podría ser una buena ocasión para ganar puntos de cara a un ascenso… o para joderos la carrera de una vez por todas.

En la sala hubo unas cuantas sonrisas incómodas.

– Yo recomendaría a nuestro maestro en delicadeza y tacto: Norman Potting -propuso Bella.

Aquello provocó unas cuantas risas apagadas.

– No me importaría hacerme cargo de eso -dijo él.

Grace decidió que Potting era la última persona de aquella sala a quien le asignaría aquella tarea; hizo una anotación en su cuaderno de actuaciones y luego estudió sus notas durante un momento.

– Tenemos dos violaciones a manos de extraños en ocho días, con un modus operandi lo suficientemente parecido como para suponer, de momento, que se trata del mismo agresor -prosiguió-. El muy animal obligó a ambas víctimas a que ejecutaran maniobras sexuales con sus zapatos y luego las penetró por el ano con los tacones de esos mismos zapatos. Después las violó él mismo. Por lo que hemos podido saber (y la segunda víctima hasta ahora solo nos ha dado una información limitada), le costaba mantener la erección. Eso pudo ser debido a una eyaculación prematura o a una disfunción sexual. Hay una diferencia significativa en su modus operandi. En 1997, el Hombre del Zapato se llevaba solo un zapato y las medias de sus víctimas. En la violación de Nicola Taylor, en el Metropole, se llevó toda su ropa, incluidos ambos zapatos. En el caso de Roxy Pearce, solo se llevó los zapatos.

Hizo una pausa para volver a repasar sus apuntes, mientras varios de los miembros de su equipo tomaban notas.

– Nuestro agresor parece ser un tipo meticuloso en cuanto a evitar dejar rastros. En ambos casos llevaba un pasamontañas negro y guantes quirúrgicos, y usó condón. O se afeitó el vello corporal, o tenía poco por naturaleza. Lo han descrito como un tipo de altura media a baja, delgado y educado al hablar, con un acento neutro.

Potting levantó la mano y Grace asintió.

– Jefe, tú y yo participamos en la Operación Crepúsculo, la desaparición de una mujer en 1997 que podría guardar relación con un caso similar de la época, el del Hombre del Zapato: la Operación Houdini. ¿Crees que puede haber algún vínculo?

– Aparte de las diferencias en cuanto a los trofeos que se llevó, el modus operandi del Hombre del Zapato es muy similar al de este agresor. -Grace hizo un gesto con la cabeza en dirección a la analista-. Ese es uno de los motivos por los que he hecho venir a Ellen.

El D.I.C. de Sussex tenía cuarenta analistas. Todos, salvo dos, eran mujeres, la mayoría con formación en sociología. Los analistas varones eran tan poco frecuentes que eran objeto de todo tipo de bromas. Ellen Zoratti era una mujer brillante de veintiocho años, con el cabello oscuro a la altura de los hombros y con un corte moderno; iba elegantemente vestida con una blusa blanca, falda negra y unas medias de cebra.

Junto con otra analista, trabajarían día y noche, a turnos alternos: podían tener un papel crucial en los días siguientes. Entre las dos elaborarían perfiles personales de las dos víctimas, proporcionando al equipo información sobre su pasado familiar, su estilo de vida y sus amistades. Las investigarían tan a fondo y con tanto detalle como si fueran agresores.

También aportaría información, posiblemente crucial, la Unidad de Investigación Tecnológica, de la planta baja, que había iniciado el proceso de análisis de los teléfonos móviles y los ordenadores de ambas víctimas. Estudiarían todas las llamadas y mensajes electrónicos enviados y recibidos por las dos mujeres, a partir de los datos recabados de sus teléfonos y de las operadoras. Analizarían los correos electrónicos y los chats en los que hubieran podido tomar parte. Sus agendas de direcciones. Las páginas web que visitaban. Si tenían algún secreto electrónico, el equipo de investigación de Grace muy pronto lo sabría.

Además, la Unidad de Investigación Tecnológica había destinado un analista cibernético oculto para que se conectara a los chats para fetichistas de los zapatos y de los pies, para que estableciera relaciones con otros visitantes, con la esperanza de descubrir nuevos enfoques extremos.

– ¿Crees que podría tratarse de un imitador, Ellen? -le preguntó Foreman-. ¿O del mismo agresor de 1997?