Hundió la mano en el gran paquete de patatas fritas Kettle que tenía junto al panel de control de su puesto, se metió un puñado en la boca y las acompañó con un trago de Coca-Cola.
Tenía ganas de ir al lavabo, pero decidió esperar un poco. Podía desconectarse del sistema para hacer lo que llamaban una «pausa», pero llamaría la atención. Solo hacía una hora y media que había empezado el turno; tenía que esperar un poco más si quería quedar bien con el jefe.
Una voz a sus espaldas le sorprendió.
– Me alegro de ver que la línea de The Droveway ya funciona.
Dunstan se giró y vio a su jefe, Garry Starling, propietario de la empresa, mirando por encima de su hombro.
Starling tenía la costumbre de hacer aquello. Siempre pillaba a sus empleados por sorpresa. Se acercaba con sigilo por detrás, fuera en ropa de trabajo -camisa blanca, vaqueros y deportivas- o vestido con un traje perfectamente planchado. Pero siempre con sigilo, sin hacer ruido al pisar, como un asaltante furtivo. Sus grandes ojos de búho escrutaban la batería de pantallas.
– Sí, señor Starling. Ya funcionaba al empezar el turno.
– ¿Se sabe ya qué le pasaba?
– Aún no he hablado con Tony.
Tony era el ingeniero jefe de la empresa.
Starling observó la actividad de la casa de los Pearce unos momentos, asintiendo.
– No pinta bien, ¿verdad, señor? -dijo Christmas.
– Es increíble -dijo Starling-. Lo peor que ha ocurrido nunca en las propiedades que vigilamos, y el jodido sistema va y se estropea. ¡Increíble!
– Ya podía haber sido en otro momento…
– Desde luego.
Christmas accionó un interruptor del panel y enfocó a un miembro de la Policía Científica, que estaba embolsando algo interesante, pero demasiado pequeño para poder verlo a aquella distancia.
– Es curioso lo meticulosos que son estos tipos -observó.
Su jefe no respondió.
– Es como ver CSI.
Tampoco respondió esta vez.
Giró la cabeza y, para su asombro, descubrió que Garry Starling había abandonado la habitación.
Capítulo 56
Poneros zapatos caros de tacón alto os hace sentir sexis, ¿verdad? Creéis que gastar dinero en esas cosas es como una inversión, ¿no? Todo forma parte de vuestra trampa. ¡Sois como plantas atrapamoscas! Eso es lo que sois.
¿Alguna vez habéis mirado de cerca las hojas de una planta atrapamoscas? Son rosadas por dentro. ¿No os recuerdan nada? Yo os diré qué es lo que me recuerdan: vaginas con dientes. Que es exactamente lo que son. Con atroces colmillos alrededor, como barrotes de una celda.
En el momento en que un insecto entra y toca uno de los minúsculos pelitos de aquellos labios rosados, sugerentes y sensuales, la trampa se cierra de golpe, dejando al insecto sin aire. Igual que hacéis vosotras. Entonces actúan los jugos digestivos, matando lentamente a la presa, si no ha tenido la suerte de ahogarse antes. ¡Igual que vosotras! Las partes internas del insecto, más blandas, se disuelven, pero no la parte dura del exterior, el exoesqueleto. Al final del proceso digestivo, tras varios días, a veces un par de semanas, la trampa reabsorbe el fluido digestivo y luego vuelve a abrirse. Los restos del insecto se los llevan el viento o la lluvia.
Por eso os ponéis esos zapatos, ¿verdad? Para atraparnos, para sorbernos todos los fluidos y luego excretar nuestros restos.
Bueno, pues tengo noticias para vosotras
Capítulo 57
La SR-1 tenía capacidad para albergar a la vez hasta tres investigaciones de casos graves. Pero el equipo de Grace estaba creciendo cada vez más, y la Operación Pez Espada requería toda la sala. Afortunadamente, siempre había mantenido buena relación con el agente al mando de la sección de infraestructuras, Tony Case, que controlaba las cuatro salas de reuniones para casos graves del condado.
La importancia del caso había obligado a trasladar el otro caso importante que se investigaba en la Sussex House en aquel momento -el asesinato en plena noche de un hombre aún no identificado en la calle- a la SR-2, más pequeña, situada en el otro extremo del pasillo.
Aunque Grace ya había convocado dos reuniones el día anterior, había sido sin gran parte de su equipo, que estaba ocupado en investigaciones diversas. Esta vez había ordenado que asistieran todos sin excepción.
Se sentó en el espacio libre reservado en una de las mesas, con la agenda y el cuaderno de actuaciones delante. A su lado tenía el tercer café del día. Cleo siempre le reprochaba la gran cantidad que consumía, pero después de su agradable pero tensa reunión con el subdirector Rigg aquella mañana, sentía la necesidad de otro chute de cafeína.
Aunque la SR-1 no había sido reformada ni redecorada en años, siempre presentaba un olor algo anodino, a oficina moderna, en claro contraste con las comisarías de antes de la imposición de la ley que impedía fumar en ellas. Casi todas olían a tabaco y flotaba en su interior una neblina permanente. Pero aquello les daba ambiente y, en ciertos aspectos, lo echaba de menos. Todo se estaba volviendo demasiado estéril.
Recibió con un gesto de la cabeza a varios miembros de su equipo a medida que iban entrando en la sala, la mayoría -entre ellos Glenn, que parecía librar otra de sus interminables discusiones con su mujer- enfrascados en conversaciones telefónicas.
– Hola, colega -le saludó cuando acabó la llamada. Se metió el teléfono en el bolsillo, se llevó la mano a lo alto del afeitado cráneo y frunció el ceño.
Grace le respondió con la misma mueca.
– ¿Qué pasa?
– No llevas gomina. ¿Te has olvidado?
– Tenía que ver al nuevo subdirector a primera hora, así que pensé que quizá debería mostrarme algo conservador.
Branson, que había dado un repaso integral a la imagen de Roy meses atrás, sacudió la cabeza.
– ¿Sabes qué? A veces eres decididamente triste. Si yo fuera el nuevo subdirector, querría agentes con algo de gancho, no tipos que me recordaran a mi abuelo.
– ¡Que te jodan! -replicó Grace con una sonrisa burlona. Luego bostezó.
– ¿Lo ves? -remarcó Branson, divertido-. Es la edad. No puedes seguir el ritmo.
– Muy gracioso. Oye, necesito concentrarme unos minutos, ¿vale?
– ¿Sabes a quién me recuerdas? -insistió Branson, haciendo caso omiso.
– ¿A George Clooney? ¿A Daniel Craig?
– No. A Brad Pitt.
Por un momento Grace se quedó bastante satisfecho. Luego el sargento añadió:
– Sí, en Benjamín Button, cuando tiene cien años y aún no ha empezado a rejuvenecer.
Grace sacudió la cabeza, esbozó otra sonrisa burlona y bostezó de nuevo. El lunes era un día temido por la mayoría de la gente normal. Pero la mayoría de la gente «normal» empezaba el día descansada y fresca. Él se había pasado todo el domingo trabajando, primero en el Brighton Pier, visitando la sala de mantenimiento del Tren Fantasma, donde habían violado y herido de gravedad a Mandy Thorpe, y luego visitando el Royal Sussex County Hospital, donde estaba ingresada bajo custodia policial. A pesar de la grave lesión en la cabeza, la joven había podido realizar una declaración completa a la agente asignada, que a su vez le había transmitido la información a él.