Además del trauma causado a aquellas pobres víctimas, Grace sentía otro tipo de trauma propio, generado por la presión recibida para que resolviera el caso y efectuara alguna detención. Para complicar aún más las cosas, el periodista al mando de la sección de sucesos del Argus, Kevin Spinella, le había dejado tres mensajes en el teléfono móviclass="underline" le pedía que le devolviera la llamada lo antes posible. Grace sabía que si quería contar con la cooperación del principal periódico de la ciudad en el caso y evitar un titular sensacionalista en la edición del día siguiente, tendría que manejar a Spinella con cuidado. Eso significaba proporcionarle en exclusiva algún dato no incluido en la conferencia de prensa que daría a mediodía. Y en aquel momento no tenía nada para él. Al menos, nada que quisiera que llegara a la opinión pública.
Hizo una llamada rápida al periodista y se encontró con el buzón de voz. Le dejó un mensaje en el que le dijo que acudiera a su despacho diez minutos antes de la conferencia de prensa. Ya pensaría en algo para él.
Y un día, a no tardar, tenía que pensar en la trampa que iba a tenderle. Alguien de la Policía le pasaba información de forma regular a Spinella. La misma persona, estaba seguro, que le había informado de todos los casos graves el año pasado al joven reportero, a los pocos minutos de que la Policía recibiera la llamada de aviso. Tenía que ser alguien del Centro de Gestión de Llamadas o del Departamento de Información y Telecomunicaciones, alguien que tuviera acceso a los registros actualizados al minuto. Podía ser un agente, pero eso lo dudaba, porque la información filtrada era sobre todos los casos graves, y no había ningún agente que recibiera información al momento sobre casos que no fueran suyos.
Lo bueno era que Spinella era un periodista avispado con quien se podía hacer negocios. Hasta ahora habían tenido suerte, pero quizás un día no estuviera él ahí, y si alguien con menor voluntad de cooperación ocupara su puesto, podía hacer mucho daño.
– Joder con el Albion… Pero ¿qué les pasa? -protestó Foreman mientras entraba, perfectamente vestido, como siempre, y con unos zapatos de cordones de un negro brillante.
En las primeras fases de una investigación, la mayoría de los agentes se ponían traje, pues nunca sabían cuándo tendrían que salir corriendo a entrevistar a alguien -en especial a los familiares próximos de las víctimas, ante quienes debían mostrar una actitud de respeto-. Algunos, como Foreman, iban impecablemente vestidos en todo momento.
– ¡Ese segundo gol! -exclamó el agente Nicholl, que era más bien tímido, pero que ahora charlaba animadamente, agitando los puños al aire-. ¿De qué van? ¡Ni se enteraron!
– Sí, bueno, yo soy del Chelsea -dijo John Black, analista del HOLMES-. Pasé del Albion hace tiempo. El día en que dejaron de jugar en el Goldstone Ground.
– Pero cuando se trasladen al nuevo estadio…, eso va a ser estupendo -vaticinó Foreman-. Dales tiempo para que se sitúen y recuperarán el orgullo.
– El orgullo gay, eso es para lo único que valen -gruñó Potting, que entró en último lugar, sacudiendo la cabeza y apestando a tabaco de pipa.
Se dejó caer en una silla frente a Grace.
– Siento llegar tarde, Roy. ¡Mujeres! Nunca más. No vuelvo a casarme. Hasta aquí hemos llegado. ¡La cuarta y la última!
– La mitad de la población británica se alegrará de oír eso -murmuró Bella, lo suficientemente alto como para que la oyeran todos.
Potting hizo caso omiso y se quedó mirando a Grace con aire melancólico.
– ¿Sabes la charla que tuvimos antes de Navidad, Roy?
Grace asintió; no tenía ningunas ganas de enfrentarse al último de la larga sucesión de desastres sentimentales del sargento.
– Me iría bien algún consejo, en algún momento durante la semana que viene, o cuando sea, si te va bien, Roy. Cuando tengas un minuto.
«Cuando tenga un minuto, lo que quiero es pasarlo durmiendo», pensó Grace, abatido. Pero le hizo un gesto con la cabeza a Potting y le dijo:
– Claro, Norman.
A pesar de que Potting solía ponerle de los nervios, le daba pena aquel tipo. Seguía en el cuerpo después de rebasar la edad a la que podía haber optado por jubilarse, y Grace sospechaba que era porque el trabajo era lo único que daba sentido a su vida.
El último en entrar en la sala fue el doctor Proudfoot, con una bolsa de trabajo de cuero negro colgada del hombro. Era un psicólogo forense -como se llamaban ahora los analistas de la conducta- con experiencia en un gran número de casos graves, que había adquirido durante las últimas dos décadas, entre ellos el del Hombre del Zapato original. Los últimos diez años había disfrutado de cierta fama en los medios y de las ganancias que le había proporcionado un lucrativo contrato editorial. En sus cuatro libros autobiográficos, que relataban su vida profesional hasta la actualidad, alardeaba de sus logros, y se presentaba como un elemento crucial en la búsqueda de los peores criminales del Reino Unido y su puesta a disposición de la justicia.
En privado, unos cuantos agentes veteranos habían manifestado que aquellos libros deberían venderse en las secciones de «ficción» de las librerías. Consideraban que se había atribuido el mérito de varios casos en los que en realidad solo había desempeñado un papel muy pequeño, y no siempre con acierto.
Grace no tenía una opinión muy diferente, pero dado que Proudfoot había participado antes en el caso del Hombre del Zapato, la Operación Houdini, pensaba que tendría algo que aportar a la Pez Espada. El psicólogo había envejecido en los doce años que habían pasado desde su último encuentro, y había engordado considerablemente, pensó, mientras lo presentaba a los miembros de su equipo. Tras aquello, pasó al orden del día.
– En primer lugar, quiero daros las gracias a todos por sacrificar el fin de semana. En segundo lugar, me alegra comunicaros que no tenemos ninguna queja del Departamento de Supervisión de Actuaciones Policiales. Hasta la fecha están satisfechos con todos los aspectos de nuestra investigación. -Bajó la mirada y echó un vistazo a la agenda-. Bueno, son las 8.30 de la mañana del lunes 12 de enero. Esta es nuestra sexta reunión de la Operación Pez Espada, la investigación en torno a la violación de dos personas, la señora Nicola Taylor y la señora Roxy Pearce, y ahora quizá de una tercera víctima, la señorita Mandy Thorpe.
Señaló una de las pizarras blancas, de las que se habían colgado descripciones detalladas de las tres mujeres. Grace había decidido no mostrar sus fotografías públicamente, para proteger su intimidad y por considerarlo una falta de respeto. En vez de aquello, anunció:
– Disponemos de fotografías de las víctimas, para quienes las necesiten.
Proudfoot levantó una mano y empezó a agitar sus dedos regordetes.
– Perdona, Roy, ¿por qué dices que ahora «quizás» haya una tercera víctima? No creo que haya dudas sobre Mandy Thorpe, por el material que yo tengo.
Grace dirigió la mirada hacia la mesa a la que estaba sentado Proudfoot.
– El modus operandi es significativamente diferente -respondió Grace-. Pero ya llegaremos a eso más tarde, si no te importa. Está en el orden del día.
Proudfoot abrió y cerró sus minúsculos labios rosados un par de veces, fijando sus ojos redondos y brillantes en el superintendente, con aspecto contrariado, al ver rechazada su intervención. Grace prosiguió:
– En primer lugar, quiero repasar nuestros progresos en torno a la violación de Nicola Taylor en Nochevieja y a la de Roxy Pearce el jueves pasado. En este momento tenemos seiscientos diecinueve sospechosos potenciales, entre el personal del hotel Metropole y los clientes hospedados aquella noche, así como los asistentes a la fiesta de Nochevieja, entre los que había, como ya sabemos, varios oficiales de Policía. También tenemos nombres proporcionados por la gente, algunos directamente a nosotros y otros a través del programa Crimestoppers. Entre los sospechosos que tenemos de momento están todos los condenados por agresión sexual en la zona de Brighton y Hove. Y dos pervertidos que han estado haciendo molestas llamadas a zapaterías de Brighton y que ya han sido identificados por el Equipo de Investigaciones Exteriores.