Dio un sorbo al café.
– Un sospechoso de la lista es especialmente interesante. Un ladrón de casas reincidente y traficante ocasional de drogas, Darren Spicer. Diría que varios de vosotros lo conocéis.
– ¡Ese desgraciado! -dijo Potting-. Lo trinqué hace veinte años por una serie de robos con allanamiento por Shirley Drive y Woodland Drive.
– Tiene ciento setenta y tres antecedentes -señaló Ellen Zoratti, la analista-. Un encanto. Está en la calle con la provisional. Cumplía condena por acoso a una mujer en una casa de Hill Brow a la que había entrado a robar. Intentó besuquearla.
– Eso, desgraciadamente, es un patrón habitual -observó Grace, mirando hacia Proudfoot-. Hay ladrones de casas que se convierten en violadores.
– Exacto -dijo Proudfoot, aprovechando la ocasión-. Empiezan penetrando en las casas y luego pasan a penetrar a cualquier mujer que encuentren en la casa.
Grace observó las expresiones de varios de sus colegas, que a todas luces pensaban que aquello no era más que palabrería. Pero él sabía que, por desgracia, era cierto.
– Spicer salió de permiso de la prisión de Ford Open el 28 de diciembre. El sargento Branson y el agente Nicholl le interrogaron ayer por la mañana -prosiguió, e hizo un gesto a Glenn.
– Así es, jefe -respondió Branson-. No le sacamos gran cosa; mucho rollo. Es un perro viejo. Afirma que tiene coartada para el momento en que se cometieron los tres delitos, pero no me convence. Le dijimos que queríamos confirmación. Según dice había quedado con una mujer casada el jueves pasado por la noche, y se niega a darnos su nombre.
– ¿Spicer tiene algún antecedente de agresión sexual? -preguntó la sargento Bella Moy-. ¿O de violencia doméstica, o de fetichismo?
– No -respondió la analista.
– ¿No sería más lógico que nuestro violador tuviera algún antecedente en actos de perversión, doctor Proudfoot, si asumimos que los violadores no suelen llevarse zapatos por regla general? -preguntó Moy.
– Llevarse algún tipo de trofeo no es nada raro en agresores en serie -dijo Proudfoot-. Pero tiene razón; es muy poco probable que estas sean sus primeras agresiones.
– Hay algo que podría ser muy significativo -señaló Zoratti-. Anoche estudié la declaración de la víctima, la mujer atacada por Spicer en su casa hace poco más de tres años: la señora Marcie Kallestad. -Miró a Roy Grace-. No entiendo cómo es que nadie ha relacionado una cosa con otra, señor.
– ¿Relacionar? ¿El qué?
– Creo que es mejor que lo lea. Cuando Marcie Kallestad se quitó a Spicer de encima, él la tiró al suelo, le arrancó los zapatos de los pies… y se fue corriendo con ellos. Eran unos Roberto Cavalli de tacón alto que le habían costado trescientas cincuenta libras. Se los acababa de comprar aquel mismo día, en una zapatería de Brighton.
Capítulo 58
El cambio de humor en la sala de reuniones era palpable. Roy sintió el repentino murmullo de excitación. Sucedía cada vez que aparecía un dato potencialmente decisivo en una investigación. Y aun así, en aquel momento él era el menos excitado de todo su equipo.
– Lástima que no lo supiéramos ayer -observó Branson-. Podríamos haberlo cazado con eso.
Nicholl asintió.
– Ahora ya tenemos suficiente para detenerlo, jefe, ¿no? -preguntó Foreman.
Grace miró a Ellen.
– ¿Sabemos dónde aparecieron después los zapatos?
– No, me temo que no -respondió ella-. No tengo esa información.
– ¿Tendrían algún valor económico para él? -preguntó Nicholl.
– Por supuesto -dijo Bella Moy-. Unos Roberto Cavalli nuevos como esos… En la ciudad hay montones de tiendas de ropa de segunda mano que los comprarían a precio de saldo. Yo a veces les compro cosas. Puedes encontrar gangas estupendas.
Grace se la quedó mirando un momento. Bella tenía poco más de treinta años, era soltera y vivía en casa con su anciana madre. Le daba un poco de pena, porque no es que no fuera atractiva, pero daba la impresión de que no tenía una vida real, aparte de su trabajo.
– ¿El diez por ciento de su precio, Bella? -preguntó.
– No lo sé. Pero no pagarían mucho. Veinte libras, quizá. Como mucho.
Grace pensó. Aquel dato nuevo sin duda justificaría el arresto de Darren Spicer. Y aun así… no le parecía bien. Era un sospechoso casi demasiado obvio. Sí, el tipo había salido a tiempo para cometer la primera violación, el día de Año Nuevo. Y, por si fuera poco, trabajaba en el hotel Metropole, donde había tenido lugar. Y ahora se acababan de enterar de que en su último allanamiento con agresión se había llevado los zapatos de su víctima. Pero a Grace le inquietaba algo: ¿era posible realmente que aquel tipo fuera tan tonto?
Aún más significativo era que Spicer siempre se hubiera dedicado a robar casas y a traficar con drogas. Se ganaba la vida, si se podía decir así, metiéndose en la casa de la gente y abriendo cajas fuertes, llevándose joyas, relojes, plata y efectivo. Ni Nicola Taylor ni Roxy Pearce habían denunciado hasta el momento ningún robo aparte del de sus zapatos y, en el caso de Nicola, también su ropa. Lo mismo que en el caso de Mandy Thorpe, el sábado por la noche. Solo habían desaparecido los zapatos. A menos que Spicer hubiera cambiado en prisión -algo que dudaba, dado su historial-, no parecía que aquello fuera su típico modus operandi.
Por otra parte, ¿cómo podía estar seguro de que Spicer no hubiera cometido otros delitos sexuales por los que no hubiera resultado condenado? ¿Podía ser que fuera él el Hombre del Zapato? La información recabada por Ellen mostraba que estaba en la calle en el momento de todos los ataques del Hombre del Zapato. Pero este violaba y atacaba a sus víctimas con agresividad. No se limitaba a intentar besarlas, como había hecho Spicer. Una vez más, el modus operandi no coincidía.
Sí, podrían detenerlo. Los jefazos se pondrían contentos al realizar un arresto tan rápido, pero ese placer podría durar poco. ¿Qué iba a hacer luego con Spicer? ¿Cómo conseguiría las pruebas necesarias para condenarlo? El agresor llevaba máscara y apenas hablaba, así que no contaban con una descripción facial o con una voz a las que agarrarse. Ni siquiera tenían una declaración fiable de la altura del tipo. Lo más seguro es que fuera de altura media y constitución ligera. Con poco vello corporal.
Los exámenes forenses demostraban que el agresor no había dejado semen en ninguna de las tres víctimas. Hasta el momento no había coincidencias de ADN en ninguno de los pelos, las fibras o los rastros de los arañazos, aunque aún era muy pronto. Tardarían un par de semanas en examinarlo todo, y no podían retener a Spicer todo ese tiempo sin acusarle de nada. Estaba claro que la Fiscalía del Estado no consideraría que tuvieran suficientes pruebas para presentar cargos.
Podían interrogarle sobre por qué se llevó los zapatos de Marcie Kallestad, pero si de verdad era el Hombre del Zapato, eso le pondría en guardia. Igual que si pedían una orden de registro para su taquilla en el albergue. Por lo que habían dicho Glenn y Nick, Spicer pensaba que había estado muy listo y que los había dejado satisfechos. Ahora quizá no le preocupara volver a delinquir. Si mostraban demasiado interés en él, quizás aquello frenara sus pasos, o incluso podía ahuyentarlo. Y Grace quería un resultado, no otros doce años de silencio.