Cuando acabó la reunión, Grace le pidió al psicólogo forense que se pasara por su despacho. El policía cerró la puerta. Era un día de tormenta y la lluvia repiqueteaba contra las ventanas tras su mesa.
– No quería discutir con usted delante del equipo, doctor Proudfoot -dijo con voz firme-, pero me preocupa mucho el tercer ataque, el del Tren Fantasma. El modus operandi es completamente diferente.
Proudfoot asintió, sonriendo como lo haría un padre que le sigue la corriente a su niño.
– Dígame cuáles considera que son las principales diferencias, superintendente.
Aquel tono le pareció condescendiente e irritante, pero intentó no caer en la trampa. Levantó un dedo y se limitó a enumerar:
– En primer lugar, a diferencia de las otras víctimas,
Mandy Thorpe no se acababa de comprar los zapatos que llevaba en el momento de la agresión (e incluyo en la cuenta a Rachael Ryan, de quien aún no podemos asegurar nada). Las cinco mujeres agredidas años atrás se acababan de comprar un caro par de zapatos de diseño, horas o días antes del ataque. Igual que las dos primeras víctimas de este caso, Nicola Taylor y Roxy Pearce. Mandy Thorpe era diferente. Se había comprado los zapatos meses atrás, en unas vacaciones en Tailandia.
Levantó otro dedo.
– En segundo lugar, y creo que puede ser algo significativo, Mandy Thorpe llevaba unos zapatos de diseño falsos, unos Jimmy Choo de imitación.
– Con todo el respeto, yo no soy un experto en la materia, pero tenía entendido que el objetivo de las imitaciones era que no pudieran distinguirse de los originales.
Grace sacudió la cabeza.
– No se trata de distinguir los zapatos. Las víctimas las encuentra en las zapaterías. En tercer lugar (y eso es muy importante), no obligó a Mandy Thorpe a masturbarse con los zapatos. Así es como se excita, imponiendo su voluntad sobre las víctimas.
Proudfoot se encogió de hombros, dando a entender que podría estar de acuerdo con Grace… o no.
– La joven estaba inconsciente, así que no sabemos lo que le hizo.
– Las muestras vaginales tomadas demuestran que fue penetrada por alguien que se había puesto un condón. No había ningún indicio de penetración vaginal o anal con un zapato.
– Quizá le interrumpieran y tuviera que marcharse a toda prisa -propuso Proudfoot.
Grace levantó otro dedo y prosiguió.
– Quizá. Cuarto: Mandy Thorpe está rellenita. Gorda, por decirlo llanamente. Obesa. Todas las otras víctimas eran delgadas.
El psicólogo sacudió la cabeza.
– El tipo de las mujeres no es el factor significativo. El agresor va de caza. Lo significativo son los tiempos. Antes, el Hombre del Zapato actuaba a intervalos de dos semanas. Esta vez ha empezado con intervalos de una semana, que ahora se han reducido a dos días. Ninguno de nosotros sabe qué es lo que ha estado haciendo estos doce años de silencio, pero quizá su apetito se haya intensificado, sea por el tiempo de contención, si es que se ha reprimido todo ese tiempo, o por la confianza, si ha seguido delinquiendo sin que le pillaran. De una cosa estoy seguro: cuanto más se sale con la suya un agresor, más invencible se siente y más va a aumentar su deseo.
– Tengo una rueda de prensa a mediodía, doctor Proudfoot. Lo que diga entonces puede pasarnos factura más tarde. Quiero dar una información precisa que nos ayude a atrapar a nuestro hombre y tranquilizar a la población, en la medida de lo posible. Por el bien de su reputación, usted también querrá que dé una información veraz; no querrá que luego le señalen por algún error.
Proudfoot sacudió la cabeza.
– Yo me equivoco muy poco, superintendente. Si me escucha, usted tampoco se equivocará de mucho.
– Es un alivio saberlo -respondió Grace con frialdad.
– Usted es un veterano, como yo -prosiguió Proudfoot-. Sufre presiones de todo tipo; lo sé, les pasa a todos los superintendentes con los que he trabajado. El asunto es este: ¿qué es lo peor para la opinión pública? ¿Que crean que hay un violador suelto por ahí, buscando mujeres a las que atacar, o que hay dos? -El psicólogo se quedó mirando a Grace y levantó las cejas-. Yo sé con qué me quedaría si quisiera proteger la reputación de mi ciudad.
– No voy a dejarme llevar por la política a la hora de tomar una decisión -replicó Grace.
– Roy… ¿Puedo llamarle así?
Grace asintió.
– No nos enfrentamos con alguien cualquiera, Roy. Este tipo es inteligente. Va de caza. En su cabeza hay algo que le lleva a hacer lo mismo que hizo tiempo atrás, pero sabe, porque no es tonto, que tiene que variar su rutina o sus métodos. Se partiría de la risa si pudiera oír esta conversación que estamos teniendo. No disfruta únicamente imponiendo su poder sobre las mujeres; también le gusta sentir que lo hace sobre la Policía. Todo ello forma parte de su juego enfermizo.
Grace se quedó pensando unos momentos. Su formación como oficial de Policía le decía que debía escuchar a los expertos, pero no dejarse influir por ellos, y formarse siempre sus propias opiniones.
– Ya entiendo lo que dice.
– Espero que lo tenga bien claro, Roy. Si tiene alguna duda, repase mi historial en otros casos. Voy a decirle algo de este delincuente: es una persona que necesita una zona cómoda, un poco de rutina. Se está ajustando al mismo patrón de la otra vez. Esa es su zona cómoda. Asaltará a sus víctimas en lugares idénticos o, al menos, similares. Antes de que acabe la semana va a producirse un asalto con violación en un aparcamiento en el centro de esta ciudad, y el agresor se llevará los zapatos de la víctima. Puede decirles eso en la conferencia de prensa, de mi parte.
La petulancia de aquel hombre estaba empezando a irritar increíblemente a Grace. Pero lo necesitaba. En aquel momento precisaba de todos los recursos de los que pudiera disponer.
– No puedo poner en alerta todo el centro de la ciudad: no disponemos de suficientes recursos. Si llenamos de uniformes todo el centro, eso no nos ayudará a cogerle. Simplemente le ahuyentará, y se irá a otro sitio.
– Yo creo que su» hombre es lo bastante listo y osado como para hacerlo ante sus narices. Puede que eso incluso le excite. Puede cubrir la ciudad de policías, y aun así conseguirá a su víctima.
– Muy tranquilizador -dijo Grace-. Así pues, ¿qué sugiere usted?
– Va a tener que hacer alguna apuesta… y confiar en la suerte. O… -Hizo una breve pausa, pensativo-. Estaba dándole vueltas al caso de Dennis Rader, en Estados Unidos: un tipo especialmente retorcido, que firmaba como ATM, iniciales de «Ato, Torturo, Mato». Le cogieron tras doce años de silencio, cuando el periódico del lugar escribió algo sobre él que no le gustó. No era más que una especulación…
– ¿De qué tipo? -preguntó Grace, de pronto muy interesado.
– Creo que era algo que cuestionaba la virilidad del tipo. Algo así. De algo puede estar seguro: su violador estará muy pendiente de los medios y leerá cada palabra de lo que salga impreso en los periódicos locales. El ego.
– ¿Cree que irritarlo puede provocarle y hacer que actúe con mayor violencia?
– No, no creo. Hace doce años perpetró las mismas agresiones y salió indemne. Y solo Dios sabe si durante este tiempo no ha perpetrado nuevos delitos, por los que tampoco ha recibido castigo. Y ahora estas violaciones. Imagino que se cree invencible, listísimo, poderoso. Esa es la imagen que ha dado de él la prensa. Cogen a nuestro Hombre del Zapato, crean un demonio y ¡bingo!, las ventas de periódicos se disparan en todo el país, así como las cifras de audiencia de las cadenas de televisión. Y en realidad de lo que se está hablando todo el rato es de un inadaptado asqueroso y retorcido al que le falta un tornillo.