– ¿Así que tenemos que conseguir que el periódico local diga algo que ataque a su virilidad? ¿Que tiene una polla minúscula… o algo así?
– ¿Qué tal decir la verdad, que no se le levanta… o que le cuesta mantenerla en alto? A ningún hombre le va a gustar leer eso.
– Peligroso -dijo Grace-. Podríamos ponerle colérico.
– Ahora mismo ya supone un gran peligro, Roy. Pero por ahora se muestra inteligente, calculador, paciente y meticuloso. Cabréelo, haga que pierda los nervios… y así cometerá algún error. Y entonces lo pillaremos.
– O «los» pillaremos.
Capítulo 59
Sussex Square era una de las joyas de la corona de Brighton, en cuanto a arquitectura. Comprendía una hilera recta de casas de estilo Regencia, y otras dos en media luna, todas ellas con vistas a dos hectáreas de jardines privados y al canal de la Mancha al fondo. Originalmente se había construido para albergar las residencias de fin de semana de los londinenses ricos. Ahora la mayoría de los edificios estaban divididos en pisos, pero no habían perdido ni un ápice de su elegancia.
Al volante de la furgoneta, pasó poco a poco por delante de las altas e imponentes fachadas, pintadas todas de un blanco uniforme, comprobando la numeración. Buscaba el número 53.
Sabía que siendo una única vivienda, con cinco plantas, la última de ellas sería para el servicio. Una casa elegante, pensó, que reflejaba el estatus de un hombre como Rudy Burchmore, vicepresidente de American & Oriental Banking para Europa, y de su esposa Dee, tan activa socialmente. Un hogar perfecto para organizar elegantes recepciones. Para impresionar a la gente. Para lucir zapatos caros.
Volvió a rodear la plaza, estremeciéndose de la excitación. Se detuvo junto a la casa y aparcó en un hueco que había al lado del jardín. Era un buen lugar para parar. Veía el coche de ella y la puerta principal, pero ella no le vería, ni desde la ventana ni al salir por la puerta.
¡Era invisible!
Había aprendido que algunas cosas eran invisibles para los habitantes del mundo rico. Había gente invisible, como los barrenderos, las señoras de la limpieza y los peones. Y había vehículos invisibles, como el camión del lechero, las furgonetas blancas y los taxis. Los traficantes de drogas usaban mucho los taxis, porque nunca levantaban sospechas, aunque circularan en plena noche. Pero en aquel momento la furgoneta se adaptaba mejor a su objetivo que un taxi.
Sonrió, cada vez más excitado, con la respiración acelerada. Aún podía sentir su fragancia Armani Code Femme. La sentía intensamente, como si toda la furgoneta estuviera llena de aquel aroma.
«¡Oh, sí, pedazo de zorra! -pensó-. ¡Sí, sí, sí!»
Disfrutaría oliendo aquel perfume mientras la obligaba a hacerse cosas con aquellos zapatos; luego él mismo pasaría a la acción. El miedo la haría sudar y la transpiración haría que el olor fuera aún más fuerte.
Podía imaginársela saliendo de la puerta de su casa, con aquellos Manolos azules y su aroma a Armani Code. Podía imaginársela poniéndose al volante de su coche. Luego aparcaría en algún lugar seguro, como había hecho el sábado, en un aparcamiento subterráneo.
Sabía exactamente cuándo se pondría aquellos zapatos. La había oído en la zapatería el sábado, al comprarlos. «Para un discurso importante», le había dicho a la vendedora. Aquel «evento de media tarde» para el que se había comprado «un vestido azul divino» y, ahora, unos zapatos a juego.
Le habría gustado que Dee Burchmore saliera de su casa en aquel momento, pensó, aunque hoy no llevaría sus Manolos azules nuevos.
La sección que tenía Dee en su página web donde comentaba todos sus compromisos sociales le había resultado muy útil. Además, los anunciaba en Facebook. Y le había contado al mundo todos sus movimientos, a veces hora por hora, en Twitter. ¡Todo un detalle!
Había confirmado en su página web y en Facebook que su próximo compromiso importante era el jueves, cuando iba a dar una charla en un almuerzo benéfico a favor del sanatorio local, el Martlet's. Ya había empezado a colgar tweets sobre el tema. Lo más granado de la sociedad local estaría allí. Una de las invitadas de honor iba a ser la esposa del actual lord lugarteniente de Sussex.
El almuerzo se celebraría en el Grand Hotel, que tenía un gran aparcamiento detrás.
¡Desde luego, el lugar no podía ser más práctico!
Capítulo 60
La actitud con que Kevin Spinella entró en el despacho de Grace unos minutos antes de la hora fijada, cogió una silla sin que nadie se la ofreciera y se sentó resultaba insolente. Spinella siempre le irritaba, y al mismo tiempo aquel ambicioso y joven reportero tenía unas cualidades que, muy a su pesar, Roy admiraba en secreto.
El tipo se recostó con aire despreocupado en la silla, al otro lado de la mesa de Grace, con las manos en los bolsillos de su gabardina. Debajo llevaba un traje con la corbata mal anudada. Era un tipo de unos veinticinco años, enjuto, con ojos vivos y el cabello negro y fino, engominado y formando finos pinchos. Sus afilados dientes, como siempre, estaban muy ocupados dando cuenta de un chicle.
– Bueno, ¿qué tiene para mí, superintendente?
– Tú eres el que se entera de todo -respondió Grace, poniéndolo a prueba-. ¿Qué tienes tú para mí?
El periodista ladeó la cabeza.
– He oído que el Hombre del Zapato ha vuelto a las andadas.
– Dime, Kevin, ¿quién es tu fuente?
El periodista sonrió y se dio un par de golpecitos en el lado de la nariz con el dedo.
– Lo descubriré. Lo sabes, ¿verdad? -dijo Grace, con un tono grave.
– Pensaba que me había llamado porque quería hacer negocios.
– Y quiero.
– Entonces…
Grace mantuvo la calma como pudo y decidió dejar el tema de las filtraciones por el momento.
– Quiero que me ayudes -dijo, cambiando de tema-. Si te cuento algo off the record, ¿me das tu palabra de que te lo guardarás hasta que te diga que puedes usarlo? Necesito que me des la máxima garantía.
– ¿No se la doy siempre?
«No, no siempre, la verdad», pensó Grace. Aunque tenía que reconocer que el último año Spinella se había portado muy bien.
– Habitualmente -admitió.
– ¿Y qué gana con ello el Argus?
– Posiblemente el reconocimiento por su colaboración en la caza al violador. Desde luego, te puedo dar una entrevista luego y mencionarlo.
– ¿Solo hay un violador, entonces? -preguntó Spinella, con intención.
«Mierda», pensó Grace, preguntándose de dónde había sacado aquello. ¿Quién habría especulado sobre aquello fuera de la reunión? ¿Sería uno de los miembros de su equipo? ¿De dónde lo había sacado?
La rabia creció en su interior. Pero la expresión en el rostro del periodista dejaba claro que no le sacaría nada. De momento tenía que aparcar aquello.
– En este punto creemos que el responsable de todas las agresiones es solo uno.
Los ojos inquietos de Spinella le decían que no le creía. Grace hizo caso omiso.
– Bueno, este es el trato -prosiguió. Vaciló un instante, consciente de que estaba jugándosela-. Tengo dos exclusivas para ti. La primera no quiero que la publiques hasta que te lo diga; la segunda me gustaría que la difundieras enseguida. No voy a decir nada sobre ellas en la conferencia de prensa.
Hubo un breve silencio en el que ambos hombres cruzaron miradas. Por un momento Spinella dejó de mascar.