Cario bostezó. Sería alguien durmiendo la mona. Qué envidia. Tecleó algo en el ordenador para ver quién era el ocupante de la habitación. El nombre que salía era Marsha Morris. Marcó el número de teléfono personalmente y oyó que sonaba, sin respuesta. Llamó otra vez a Daniela de Rosa.
– Bueno -dijo, resignado-. Ya subo.
Cinco minutos más tarde, salió del ascensor en la quinta planta y recorrió el pasillo, hasta el lugar donde estaba la gobernanta. Llamó con decisión a la puerta. No hubo respuesta. Volvió a llamar. Esperó. Luego, usando su llave maestra, abrió la puerta poco a poco yambos entraron.
– Hola -dijo Cario en voz baja.
Las pesadas cortinas aún estaban cerradas, pero en la semioscuridad pudo distinguir la silueta de alguien echado en la amplia cama.
– ¡Hola! -insistió-. ¡Buenos días!
Detectó un mínimo movimiento en la cama.
– ¡Hola! -repitió-. Buenos días, señora Morris. ¡Hola! ¡Feliz Año Nuevo!
No hubo respuesta. Solo otro pequeño movimiento.
Tanteó la pared en busca de los interruptores y apretó uno. Varias lámparas se iluminaron a la vez. Entonces pudieron ver a una mujer esbelta y desnuda, con grandes pechos, una larga melena pelirroja y un denso triángulo de vello púbico, abierta de piernas en la cama. Tenía los brazos y las piernas en cruz y estaba atada con cuerdas blancas. El motivo de que no respondiera quedó claro inmediatamente cuando se acercó. Sintió una presión cada vez más acuciante en la garganta. A ambos lados de la boca, bajo la cinta adhesiva, asomaban los extremos de una toallita.
– ¡Oh, Dios mío! -exclamó la gobernanta.
Cario Diomei se lanzó hacia la cama, con el cerebro cansado de intentar comprender lo que estaba viendo sin conseguirlo del todo. ¿Sería algún tipo de extraño juego sexual? ¿Estaría el marido, el novio, o quien fuera, observando desde el baño? Los ojos de la mujer le miraron, desesperados.
Corrió hacia el baño y abrió la puerta completamente, pero estaba vacío. Había visto cosas raras en las habitaciones de los hoteles, y en otro tiempo había tenido que enfrentarse a algunas escenas muy retorcidas, pero, por un momento, por primera vez en su carrera, no tuvo claro qué hacer. ¿Habían interrumpido algún juego sexual perverso? ¿O había algo más?
La mujer le miró con unos ojos pequeños y asustados. El se sentía avergonzado de verla desnuda. Hizo de tripas corazón e intentó quitarle la cinta adhesiva, pero al dar el primer tirón, la mujer echó la cabeza atrás violentamente. Estaba claro que le dolía. Pero tenía que quitársela, de eso no había duda. Debía hablar con ella. Así pues, se la fue despegando de la piel con la máxima suavidad posible, hasta que pudo sacarle la toalla de la boca.
Al instante, la mujer empezó a parlotear atropelladamente, entre lágrimas.
Capítulo 8
Hacía mucho, pensó Roy, que no se sentía tan bien un día de Año Nuevo. Hasta donde le alcanzaba la memoria, salvo por las veces en que había estado de guardia, ese día siempre había empezado con un intenso dolor de cabeza y la misma sensación insuperable de desespero que acompañaba a la resaca.
Los primeros días de Año Nuevo tras la desaparición de Sandy había bebido aún más: sus amigos íntimos Dick y Leslie Pope no querían ni oír hablar de que se quedara solo e insistían en que lo celebrara con ellos. Y, casi como si fuera un legado de Sandy, había empezado a aborrecer las fiestas.
Pero en esta ocasión había sido completamente diferente. No recordaba una Nochevieja más sobria ni más agradable que aquella.
Para empezar, a Cleo le encantaba la idea de celebrar el Año Nuevo. Lo que hacía aún más irónico el hecho de que estuviera embarazada y que no pudiera beber demasiado. Pero a él no le importaba: estaba contento con el mero hecho de estar a su lado, celebrando no solo la llegada del nuevo año, sino también su futuro juntos.
Y también celebraba en silencio el hecho de que su irascible jefa, Alison Vosper, ya no estaría allí para enturbiarle el ánimo casi a diario. No veía la hora de la primera reunión con su nuevo jefe, el subdirector Peter Rigg, el lunes siguiente.
Lo único que había conseguido saber de aquel hombre hasta entonces había sido que era un maniático del detalle, que le gustaba implicarse personalmente y que aguantaba pocas tonterías.
Para su alivio, la mañana en la Sussex House, cuartel general del Departamento de Investigación Criminal, había sido tranquila, así que se había dedicado a las gestiones burocráticas y había hecho grandes progresos, sin dejar de echar un vistazo periódicamente a «la lista» (la lista de incidentes registrados en la ciudad de Brighton y Hove) en el ordenador.
Tal como era de esperar, se habían producido unos cuantos incidentes en los bares, pubs y clubes, en su mayoría riñas y algunos robos de bolsos. Observó un par de colisiones de tráfico leves, un «doméstico» -una pelea de pareja-, una queja por el ruido de una fiesta, un perro perdido, una moto robada y un hombre desnudo corriendo por Western Road. Pero ahora acababa de aparecer un caso grave. Era una denuncia de violación en el elegante hotel Metropole de Brighton. Había entrado en la lista hacía unos minutos, a las 12.55.
Había cuatro categorías principales de violaciones: extraño, conocido, cita y pareja. De momento en la lista no se hacía mención de qué tipo era en este caso. La Nochevieja era uno de aquellos momentos en los que los hombres perdían el control con la bebida y podían llegar a forzar a sus parejas, tanto ocasionales como estables, y este incidente muy probablemente se encuadraría en una de esas dos categorías. Desde luego era algo serio, pero no era probable que lo adjudicaran a la Brigada de Delitos Graves.
Veinte minutos más tarde, estaba a punto de cruzar la calle en dirección al supermercado ASDA, que hacía las funciones de cantina de la comisaría, para comprarse un bocadillo para el almuerzo, cuando sonó el teléfono interno.
Era David Alcorn, un inspector que conocía y que le caía bien. Alcorn trabajaba en la comisaría con más movimiento de toda la ciudad, en John Street, donde el propio Grace había pasado muchos de sus primeros años como agente, antes de pasar a la central del Departamento de Investigación Criminal, en la Sussex House.
– Feliz Año Nuevo, Roy -dijo Alcorn con su habitual tono seco y sarcástico. Con aquella entonación, el «feliz» sonaba como si lo hubieran tirado de un precipicio.
– Para ti también, David. ¿Qué tal la Nochevieja?
– Bueno, no ha ido mal. Aunque tuve que controlarme bastante con el alcohol para estar aquí a las siete esta mañana. ¿Y tú?
– Tranquila, pero bien. Gracias.
– Pensé que debía informarte, Roy. Parece que tenemos una violación obra de un extraño en el Metropole.
Le explicó los detalles someramente. Una patrulla había acudido al hotel y había llamado al Departamento de Investigación Criminal. Ahora mismo una agente del Departamento de Atención a Víctimas de Agresión Sexual iba de camino para acompañar a la víctima a la recién inaugurada Unidad Especializada en Violaciones, el SARC de Crawley, población situada en el centro geográfico del condado de Sussex.
Grace tomó nota en un cuaderno de todos los detalles que le pudo dar Alcorn.
– Gracias, David. Mantenme informado sobre el asunto. Y dime si necesitas ayuda de mi equipo.
Se produjo una breve pausa. Grace detectó la duda en la voz del inspector.
– Roy, hay algo que podría hacer que este asunto tuviera alguna repercusión «política».
– ¿Y eso?
– La víctima había asistido a la fiesta de anoche en el Metropole. Me informan de que en una mesa de la fiesta había unos cuantos agentes de la Policía.
– ¿Algún nombre?
– El comisario jefe y su esposa, para empezar.