– O aumentar, la brutalidad con sus víctimas -apuntó Bella Moy-. ¿No es un riesgo?
– Si la última vez cometió un asesinato, Bella, y me temo que es así, el riesgo de que vuelva a matar es alto, le incordiemos o no. Cuando alguien ha matado a una persona, ha cruzado una barrera personal. Es mucho más fácil la segunda vez. En especial si han disfrutado con ello la primera. Nos enfrentamos a una mente perversa, asquerosa y retorcida, y el tipo no es tonto. Tenemos que encontrar modos de ponerle la zancadilla. No me basta con conseguir que modere su nivel de brutalidad con una víctima, quiero que no haya una nueva víctima, y punto. Tenemos que atraparlo antes de que vuelva a atacar.
– ¿Alguien puede identificar su acento? -preguntó Nick Nicholl.
– A mí me suena a que es de por aquí -dijo Foreman-, pero es difícil de decir con ese ruido de fondo. ¿Se puede mejorar el sonido de la grabación?
– Están trabajando en ello -respondió Grace. Luego se dirigió a Proudfoot-. ¿Puede calcular su edad por la grabación?
– Eso es difíciclass="underline" entre treinta y cincuenta, supongo. Tendrán que analizarlo en algún laboratorio, un lugar como J. P. French, especializado en perfiles de voz. De una llamada así pueden sacar bastante información. Probablemente el origen geográfico y étnico del sujeto, para empezar.
Grace asintió. Ya había recurrido a aquel laboratorio especializado y los resultados le habían sido de ayuda. También podría obtener un patrón de voz del laboratorio, un dato tan personal como una huella dactilar o el ADN. Pero le daba la impresión de que no disponían de mucho tiempo. ¿Llegarían a tiempo?
– Hay comunidades en las que se han hecho rastreos comparativos de ADN -dijo Bella-. ¿No podríamos probar algo así en Brighton con el patrón de voz?
– Sí, claro -respondió Potting-. Lo único que tenemos que hacer es pedir a todos los tipos de Brighton y Hove que repitan las mismas palabras. Solo hay unos ciento cuarenta mil hombres en la ciudad. No nos llevará más de diez años.
– ¿Podemos escucharlo otra vez, jefe? -dijo Branson, que hasta el momento se había mantenido en silencio-. ¿No era en aquella película, La conversación, con Gene Hackman, donde deducían la situación de un tío por el ruido de fondo del tráfico?
Volvieron a poner la grabación.
– ¿Han podido localizar el punto de origen, señor? -preguntó Zoratti.
– El número estaba oculto. Pero están trabajando en ello. Es una tarea ingente, con la cantidad de llamadas que llegan cada hora -dijo Grace, que volvió a poner la cinta en marcha.
– Parece algún sitio del centro de Brighton -dijo Branson cuando acabó-. Si no pueden localizar el número, tenemos la sirena y la hora: parece que el vehículo pasó muy cerca del teléfono. Tenemos que comprobar qué vehículo de emergencias iba de servicio exactamente a las 13.55. Si tenemos la ruta, sabremos que estaba en algún punto del recorrido. Quizás alguna cámara de circuito cerrado haya grabado a alguien hablando por el móvil… Puede que suene la flauta.
– Bien pensado -dijo Grace-. Aunque sonaba más a línea terrestre que de móvil, por el modo de colgar.
– Sí -coincidió Foreman-. Ese sonido seco es más bien como el de un auricular antiguo al colgar.
– Quizá se le cayera el teléfono de la mano, si estaba tan nervioso como sugiere el doctor Proudfoot -propuso la agente Boutwood-. No creo que debamos descartar el uso de un móvil.
– O podría ser una cabina de teléfono -añadió Foreman-, en cuyo caso podría haber huellas.
– Si está furioso -intervino Proudfoot-, aumentan las posibilidades de que actúe de nuevo enseguida. Y lo que está claro es que copiará el patrón de la última vez. Sabe que le funcionó. Se sentirá seguro si sigue los mismos pasos de antes. Eso significa que va a actuar en un aparcamiento, tal como dije.
Grace se acercó a un plano del centro de Brighton y se lo quedó mirando, concentrándose en cada uno de los aparcamientos principales. La estación, London Road, New Road, Churchill Square, _North Road. Había decenas, grandes y pequeños, algunos municipales, otros de la NCP, otros propiedad de supermercados u hoteles. Se giró hacia Proudfoot.
– Sería imposible cubrir cada uno de los aparcamientos de la ciudad, y aún más imposible cubrir cada planta de los que tienen varios niveles -expuso-. No tenemos tantas patrullas. Y no podemos precintarlos.
De pronto se sintió nervioso. A lo mejor había sido un error decirle aquello a Spinella el día anterior. ¿Y si eso incitaba al Hombre del Zapato a volver a matar? Sería por culpa de aquel estúpido error suyo.
– Lo mejor que podemos hacer es enviar a agentes de paisano a las salas de circuito cerrado de los aparcamientos que lo tengan, aumentar el número de patrullas y mandar a todos los coches camuflados que tengamos a circular por los aparcamientos -dijo Grace.
– Lo que yo le diría a su equipo que debe buscar, superintendente, es a cualquiera que conduzca nervioso esta noche. Alguien que conduzca de modo errático por las calles. Creo que nuestro hombre estará muy tenso.
Capítulo 65
Te crees muy listo, ¿verdad, superintendente Roy Grace? Te crees que me vas a cabrear insultándome, ¿no? Veo las intenciones a través de todas tus patrañas.
Deberías aceptar que eres un mierda. Tus colegas no me cogieron antes y tú no me vas a coger ahora. Soy mucho más listo de lo que tú podrías llegar a soñar. ¡No te das cuenta de que te estoy haciendo un favor!
¡Estoy limpiando la ciudad de todo ese veneno! ¡En realidad soy tu mejor amigo! Un día te darás cuenta. Un día tú y yo pasearemos bajo los acantilados de Rottingdean y hablaremos de todo esto.
¡Ese paseo que te gusta tanto dar con tu querida Cleo los domingos! A ella también le gustan los zapatos. La he visto en alguna de las zapaterías a las que voy. Le gustan bastante los zapatos, ¿verdad? Vas a tener que ahorrar mucho para tenerla contenta, pero de eso aún no te das cuenta. Ya llegará.
Son todas un veneno. Todas las mujeres. Te seducen con sus vaginas, que en realidad son como plantas carnívoras. No soportas separarte de ellas. Las llamas y les envías mensajes cada pocos minutos, todos los días, porque necesitas saber lo mucho que te quieren.
Déjame que te cuente un secreto.
Ninguna mujer te quiere. Nunca. Lo único que quieren es controlarte.
Puedes reírte de mí si quieres. Puedes cuestionar el tamaño de mi hombría. Pero te diré algo, señor superintendente. Un día me lo agradecerás. Un día caminarás cogido de mi brazo bajo los arrecifes de Rottingdean y me darás las gracias por haberte salvado la vida.
Capítulo 66
Jessie sentía una añoranza profunda y constante cada momento que estaba lejos de Benedict. Debía de hacer una hora de su último mensaje de texto. Los martes era la noche que salían cada uno por su cuenta. Ella jugaba a squash con una amiga recién casada, Jax, luego pasaba a buscar comida china y se reunían en casa de Roz para ver un DVD, algo que habían hecho casi cada martes por la noche hasta donde le alcanzaba la memoria. Benedict, que componía música para guitarra, tenía también su compromiso para los martes por la noche: trabajar hasta tarde con su colega de composiciones, pensando en nuevas canciones. Ya tenían varias para un álbum en el que tenían puestas muchas esperanzas.