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– ¿Por qué iba a llevarlo esta mujer? -preguntó Grace, frunciendo el ceño.

– Supongo que, si tuviera un ojo falso o si le hubieran hecho algún tipo de cirugía reconstructiva, podría estar ahí por motivos cosméticos. Pero no en ambos ojos.

– ¿Está sugiriendo que era ciega, doctor Theobald? -propuso, divertido, Arthur Trumble.

– Algo más que eso, me temo -respondió-. Estaba muerta bastante antes de que la metieran en este vehículo.

Se produjo un largo silencio.

– ¿Está completamente seguro? -preguntó el técnico forense.

– Ha sobrevivido una pequeña cantidad de tejido pulmonar, que tendré que llevarme para examinar en el laboratorio, pero por lo que se ve a simple vista no hay señales de inhalación de humo ni de llamas, lo cual quiere decir, en pocas palabras, que cuando se inició el fuego ya no respiraba.

– ¿Está diciendo que estaba muerta antes de que se produjera el accidente?

– Sí, eso digo. Estoy seguro.

Al tiempo que intentaba encontrarle sentido a aquello, preguntó:

– ¿Puede calcular su edad, doctor Theobald?

– Yo diría que era bastante mayor: setenta y muchos… o más de ochenta. No puedo determinarlo con exactitud sin hacer pruebas, pero desde luego no tiene menos de cincuenta y cinco. Puedo darles una cifra más precisa dentro de un par de días.

– Pero desde luego no tenía menos de cincuenta, ¿no?

Theobald sacudió la cabeza.

– Sin duda.

– ¿Qué hay de los registros de piezas dentales? -preguntó Grace.

– Me temo que uno de los efectos del calor intenso es que las coronas explotan -dijo el patólogo, señalando la mandíbula con su sonda-. No veo nada que les pueda servir para cotejar con los registros dentales. Creo que el ADN será la apuesta más segura.

Grace volvió a mirar el cadáver. La sensación de asco había disminuido, solo levemente, al irse acostumbrando a aquella visión.

«Si no eres Rachael Ryan, ¿quién eres? ¿Qué estabas haciendo en esa furgoneta? ¿Quién te metió ahí? ¿Y por qué?»

Capítulo 75

Miércoles, 14 de enero de 2010

Grace siguió a Tony Case por la escalera de piedra negra que conducía al sótano del cuartel general del D.I.C. Nadie podría acusar a la Policía de Sussex de despilfarrar el dinero en decoración en aquella zona, a juzgar por las paredes agrietadas y los fragmentos de rebozado que faltaban.

Luego Case le llevó por un pasillo mal iluminado que daba la impresión de llevar a una mazmorra. Se detuvo frente a una puerta cerrada y señaló el panel digital de alarma de la pared. Levantó el dedo índice.

– Bueno, lo primero, Roy, es que cualquiera que quisiera acceder necesitaría un código, y solo un puñado de personas, entre ellas tú, lo tienen. Y yo los doy siempre personalmente.

Case era un tipo corpulento de entre cincuenta y sesenta años, con el pelo muy corto y un aspecto interesante, de tipo duro, vestido con un traje beis, camisa y corbata. Había sido policía, y al retirarse se había reincorporado como personal de apoyo. Con un pequeño equipo, gestionaba las infraestructuras del D.I.C. y era el responsable de todo el equipo de la comisaría, así como de los otros tres centros de delitos graves del condado. Podía ser de gran ayuda para los agentes a los que tenía respeto y un verdadero engorro para los que no, y no solía equivocarse en su evaluación. Afortunadamente para Roy, con él se llevaba bien.

Case levantó un segundo dedo:

– Cualquiera que baje aquí (trabajadores, limpiadoras, quien sea) está escoltado en todo momento.

– Sí, vale, pero debe de haber ocasiones en que estén solos, y entonces podrían hurgar en los archivos.

Case puso cara de incredulidad.

– No en un lugar tan sensible como este almacén de pruebas, no.

Grace asintió. Tiempo atrás conocía aquel lugar como la palma de su mano, pero el nuevo equipo había reestructurado el archivo. Case abrió la puerta y entraron. Una serie de estanterías metálicas rojas, todas ellas con candados de seguridad, se extendían del suelo al techo y de pared a pared, hasta perderse en la distancia. Y en los estantes había cajas rojas y verdes llenas de archivos, y bolsas de pruebas precintadas.

– ¿Hay algo en particular que quieras ver?

– Sí, los archivos sobre el Hombre del Zapato -respondió Grace. Aunque tenía resúmenes en su despacho, las pruebas estaban todas guardadas en aquel lugar.

Case caminó unos metros, se paró, buscó una llave de entre el manojo que le colgaba del cinturón y abrió un candado. Luego tiró de la reja que cerraba el estante.

– Este lo conozco -dijo-, porque ahora mismo tu equipo lo está consultando.

Grace asintió.

– ¿Te acuerdas del superintendente Cassian Pewe, que estuvo aquí el otoño pasado?

Case le miró con aire divertido.

– Sí, no creo que lo olvide durante un buen tiempo. Me trataba como su lacayo personal. Pretendía que le colgara cuadros en las paredes de su despacho. Espero que no le haya pasado nada malo, espero… ¿No se habrá caído de otro acantilado sin que estuvieras tú por ahí esta vez para salvarle…?

Grace se sonrió. Salvar la vida de Pewe había acabado convirtiéndose en lo menos popular que había hecho nunca.

– Pues desgraciadamente no.

– No entiendo por qué no te dieron una medalla al valor por lo que hiciste.

– Yo sí. -Volvió a sonreír-. Solo me la habrían dado si lo hubiera dejado caer.

– No te preocupes. Es un mierda. ¿Y sabes lo que dicen de la mierda?

– No.

– Que con el tiempo cae. Siempre, por su propio peso.

Capítulo 76

Miércoles, 14 de enero de 2010

Media hora más tarde, Grace estaba sentado frente a la gran mesa del subdirector Peter Rigg en la Malling House, la comisaría central de la Policía de Sussex. Eran las cuatro de la tarde.

– Bueno, Roy, quería verme. ¿Tiene buenas noticias sobre el Hombre del Zapato?

– Posiblemente, señor -dijo Grace.

Le puso al día sobre el caso y le dijo que esperaba tener algo más para él tras la reunión de la tarde, a las 18.30. Luego añadió:

– Hay una cuestión bastante delicada que quiero tratar con usted.

– Adelante.

Grace le hizo un resumen de los antecedentes de Cassian Pewe y lo que había pasado durante el breve tiempo que había pasado en el D.I.C. de Sussex. Luego le expuso sus sospechas.

Rigg escuchó con atención, tomando notas de vez en cuando. Cuando Grace hubo acabado, dijo:

– Bueno, a ver si lo entiendo: el superintendente Pewe estaba en el lugar de los hechos durante las primeras agresiones, en 1997, con lo que podría ser sospechoso.

– Eso parece, señor.

– ¿Y durante estas dos últimas semanas, una vez más, sus movimientos encajan con los lugares y las fechas de los ataques?

– Le he preguntado por su paradero en el momento de estos tres últimos ataques, sí.

– ¿Y usted cree que el superintendente Pewe podría ser la persona que se llevó las páginas del dosier, que posiblemente contuvieran pruebas cruciales?

– Pewe era uno de los pocos que tenían acceso a ese dosier.

– ¿Podría ser el responsable de las filtraciones a la prensa de entonces y de ahora, en su opinión?

– Es posible -dijo Grace.

– ¿Por qué? ¿Qué gana él con ello?

– ¿Ponernos en evidencia? ¿Quizás a mí, en particular?

– Pero ¿por qué?

– Ahora lo veo bastante claro, señor. Si pudiera hacer que yo quedara como un incompetente, socavando mi credibilidad de diferentes maneras, podría conseguir que me trasladaran lejos del cuartel general del D.I.C., lejos de los casos fríos que pueden incriminarle.