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– ¿Es solo una teoría o tiene algo concreto?

– De momento no es más que una teoría. Pero encaja. -Se encogió de hombros-. Espero no estar dejando que el pasado me enturbie el sentido común.

El subdirector le lanzó una mirada reflexiva. Luego esbozó una amable sonrisa.

– No debe dejar que se convierta en algo personal.

– Pretendo evitarlo a toda costa, señor.

– Sé que su experiencia con él no fue nada satisfactoria y que corrió un enorme riesgo personal para salvarle, y sepa que eso no pasó desapercibido. Pero él es un agente muy respetado. Nunca es bueno crearse enemigos. Conoce el viejo proverbio, ¿no?

Daba la impresión de que aquella tarde era la de los dichos, proverbios y refranes.

– Mil amigos son poco; un enemigo es demasiado.

Grace sonrió.

– Así pues, ¿cree que debería dejar lo de Pewe, aunque sospeche que pueda ser nuestro hombre?

– No, en absoluto. Quiero que iniciemos nuestra relación de trabajo sobre una base de confianza mutua. Si de verdad cree que puede ser el delincuente que buscamos, debería arrestarlo. Yo le apoyaré. Pero es un asunto delicado. Si metemos la pata, quedaremos como unos tontos.

– ¿Quiere decir si «yo» meto la pata?

Rigg sonrió.

– Si lo hace, estará incluyéndome a mí y al comisario jefe en la metedura de pata, por asociación. Eso es todo lo que digo. Asegúrese bien de los hechos. Si nos equivocamos, nos lloverán bofetadas de todas partes.

– Y más aún si tengo razón y permitimos que el agresor ataque a otra mujer sin hacer nada al respecto.

– Usted asegúrese de que sus pruebas son tan irrefutables como su planteamiento.

Capítulo 77

Miércoles, 14 de enero de 2010

El equipo reclutado por Grace para la Operación Pez Espada, cada vez mayor, era ya demasiado numeroso como para caber cómodamente en la SR-1, así que convocó la reunión de las 18.30 en la sala de reuniones del Centro de Delitos Graves.

Allí cabían veinticinco personas sentadas en unas sillas rojas distribuidas alrededor de una mesa rectangular abierta por el centro, y otras treinta de pie. Se solía emplear para las ruedas de prensa relativas a casos de delitos graves. Al fondo, en el extremo opuesto a la pantalla de vídeo, había una pizarra en dos tonos de azul, de dos metros de altura y tres y medio de ancho, donde se podía ver la dirección web de la Policía de Sussex y el logo y el número de teléfono del programa Crimestoppers.

El superintendente se sentó de espaldas a la pizarra, de cara a la puerta, mientras su equipo iba entrando, la mitad de ellos pegados al teléfono. Uno de los últimos en entrar fue Norman Potting, que caminaba estirado, aparentemente muy satisfecho consigo mismo.

A las seis y media en punto, Roy dio inicio a la reunión:

– Equipo, antes de empezar con el orden del día, el sargento Potting tiene noticias para nosotros -anunció, y le dio paso con un gesto.

Potting tosió y luego dijo:

– Tengo el placer de comunicar que he detenido a un sospechoso.

– ¡Genial! -reaccionó Foreman.

– Ahora mismo está en custodia, mientras procedemos al registro de su casa, un barco atracado en el Adur, en Shoreham Beach.

– ¿Quién es, Norman? -preguntó Nicholl.

– John Kerridge, el hombre que he mencionado en la reunión de esta mañana. Un taxista de la ciudad. Se hace llamar por su apodo, Yac. Realizamos un registro preliminar y descubrimos un escondrijo con ochenta y siete pares de zapatos de tacón escondidos en la sentina, en bolsas.

– ¿Ochenta y siete pares? -exclamó Emma-Jane Boutwood, asombrada.

– Puede que haya más. El registro sigue adelante -respondió él-. Sospecho que encontraremos los de nuestras dos víctimas… y los de otras anteriores.

– ¿Esos aún no los tenéis? -preguntó Nick Nicholl.

– No, pero los encontraremos. Tiene un montón de recortes de periódico sobre el Hombre del Zapato, que hemos confiscado, así como un fajo de documentos impresos sobre los delitos de 1997, sacados de Internet.

– ¿Vive solo? -preguntó Bella Moy.

– Sí.

– ¿Esposa? ¿Separado? ¿Novia o novio?

– No parece.

– ¿Cómo justificó que tuviera esos recortes y también los zapatos?

– No lo hizo. Cuando se lo pregunté, se encerró en sí mismo y se negó 2 hablar. También encontramos una gran cantidad de cadenas de váter escondidas, no solo los zapatos. Y cuando las descubrimos, se agitó muchísimo.

Branson frunció el ceño, y luego imitó con el brazo el movimiento de tirar de la cadena.

– ¿Cadenas? ¿Quieres decir cadenas de cisterna?

Potting asintió.

– ¿Por qué? -preguntó.

Potting miró alrededor, vacilante, y luego se quedó mirando a Roy.

– No sé si es políticamente correcto decirlo…, jefe.

– Nos tienes en ascuas -respondió Grace, divertido.

Potting se dio unos golpecitos en la sien.

– Al chico le falta un hervor.

Se oyeron unas risitas apagadas. Potting sonrió, orgulloso de sí mismo. Grace lo observó, contento de que aquel hombre hubiera tenido ocasión de demostrar su valía al equipo. Pero al mismo tiempo no podía dejar de pensar en Pewe. Aunque la detención de aquel sospechoso encajaba en muchos aspectos, dejaba sin responder una gran pregunta. Eso le preocupaba.

Volvió a concentrarse en el detenido del sargento Potting. Era estupendo que hubieran hecho una detención, y ahí había algo con lo que el Argus podría abrir su edición al día siguiente. Pero tenía la suficiente experiencia como para saber que una cosa era arrestar a un sospechoso y otra muy diferente demostrar que era el delincuente al que buscaban.

– ¿Cómo está reaccionando, Norman? -preguntó.

– Está cabreado, jefe -respondió Potting-. Y podríamos tener un problema. Su abogado es Ken Acott.

– Mierda -exclamó Nicholl.

Eran muchos los abogados de oficio que podían asignárseles a los sospechosos, y sus aptitudes y modo de actuar variaban muchísimo. Acott era el más listo de todos. Era una pesadilla para el agente responsable del arresto.

– ¿Qué es lo que dice? -preguntó Grace.

– Solicita un examen médico de su cliente antes de que sigamos hablando con él -respondió el sargento-. Yo me encargo de eso. Mientras tanto he dejado a Kerridge en custodia preventiva. Espero que el equipo de registro encuentre más pruebas.

– A lo mejor encontramos alguna coincidencia de ADN -planteó el agente Foreman.

– Hasta ahora el Hombre del Zapato se ha mostrado muy prudente a la hora de dejar rastros -adujo Grace-. Es uno de los grandes problemas con los que nos hemos encontrado. Ni un maldito pelo ni una fibra. -Echó un vistazo a sus notas-. Bueno, excelente trabajo, Norman. Pasemos a otra cosa un momento. Glenn, tú tienes algo sobre otro posible sospechoso.

– Sí, jefe, hemos identificado al conductor del Mercedes sedán Clase E, el que se vio salir a toda velocidad de casa de los Pearce en The Droveway poco después de la agresión a la señora Roxanna Pearce. Ya le hemos interrogado. Explica la cena romántica para dos que estaba preparando, pero no nos ayuda mucho, me temo -dijo Branson, encogiéndose de hombros-. Se llama Iannis Stephanos. Tiene un par de restaurantes en la ciudad. El Timon's, en Preston Street, y el Thessalonica.

– ¡Lo conozco! -dijo Foreman-. ¡Es donde llevé a cenar a mi mujer la semana pasada, por nuestro aniversario!

– Sí, bueno, E. J. y yo hemos ido y hemos hablado con Stephanos esta tarde. Ha admitido, algo avergonzado, que la señora Pearce y él tenían una aventura. Ella luego lo ha confirmado. Le había invitado porque su marido estaba fuera, de viaje de trabajo, algo que ya sabíamos. Él acudió a la cita, pero no le abrieron la puerta. Dice que esperó un rato fuera, llamando al timbre y por teléfono. Estaba seguro de que ella estaba en casa porque había visto sombras que se movían tras las cortinas. No estaba seguro de a qué estaba jugando la mujer. Luego, de pronto, le entró el miedo de que quizás el marido hubiera vuelto antes de tiempo, motivo por el que salió de allí a toda velocidad.