– ¡No pasa nada, colega, ya la he visto! -dijo Glenn.
Grace no respondió. Habían liberado al sospechoso de Norman a mediodía, y aquella misma tarde, exactamente en el sitio donde había predicho Proudfoot, el psicólogo, se había producido un nuevo intento de agresión.
Por supuesto, era posible que no guardara ninguna relación con el Hombre del Zapato, pero por lo poco que había oído hasta el momento, tenía toda la pinta. ¿Cómo iban a quedar si al final resultaba que el hombre que acababan de liberar era el responsable de aquello?
Glenn encendió las luces de emergencia para abrirse paso por entre el congestionado tráfico en la rotonda frente al muelle, tocando el panel y variando el sonido de la sirena cada pocos segundos. La mitad de los conductores de la ciudad no tenían la inteligencia necesaria para estar al volante, o eran sordos o ciegos, y algunos las tres cosas a la vez, pensó Grace. Pasaron junto al Old Ship Hotel y luego, en King's Road, Glenn se metió por el carril junto a la isleta del cruce con West Street por el carril contrario y esquivó por los pelos a un camión que le venía de cara.
Probablemente no había sido muy buena idea dejarse llevar por alguien cuyo matrimonio hacía agua y que no veía motivos para seguir viviendo. Pero por suerte ya estaban llegando a su destino. Las probabilidades de salir del coche indemnes, en lugar de tener que esperar a que los sacara de dentro con un abrelatas una patrulla de rescate de los bomberos, aumentaba.
Un momento más tarde tomaron la calle de al lado del Grand Hotel y pararon al llegar a la entrada del aparcamiento, rodeada por tantos coches patrulla y furgonetas de la Policía que resultaría difícil contarlos, todos ellos con sus luces giratorias encendidas.
Grace salió del coche prácticamente antes de que parara. Se encontró un grupo de agentes uniformados, algunos con chalecos reflectantes y otros con chalecos blindados, frente a una cinta azul y blanca a cuadros que delimitaba la escena del delito. También había numerosos mirones.
La única persona a la que echaba de menos era el periodista Kevin Spinella, del Argus.
Uno de los agentes, el inspector al cargo, Roy Apps, le estaba esperando.
– Segunda planta, jefe. Yo le acompaño.
Con Glenn pegado al teléfono siguiendo sus pasos, los dos pasaron por debajo de la cinta y se encaminaron al aparcamiento. Olía a aceite de motor y a polvo. Apps le puso al día mientras caminaban.
– Tenemos suerte -dijo-. Un joven agente especialmente espabilado, Alee Davies, que estaba en la sala de control del circuito cerrado con el vigilante, pensó que esto podía ser algo más de lo que parecía y lo precintó todo antes de que llegáramos.
– ¿Han encontrado algo?
– Sí. Algo que puede ser interesante. Se lo enseñaré.
– ¿Qué hay de la furgoneta?
– La sala de control de vídeo de la Policía la ha detectado viajando hacia el oeste por Kingsway, hacia Hove. La última vez que se la vio fue girando a la derecha, tomando Queen Victoria Avenue. Hemos mandado a todas las patrullas disponibles y a una unidad de la Policía de tráfico en su busca, pero hasta ahora no la han encontrado.
– ¿Tenemos los datos de registro?
– Sí. Está a nombre de un decorador que tiene su casa en Moulsecoomb. Tengo una patrulla vigilando el edificio. También tengo unidades de tráfico cubriendo todas las salidas de la ciudad en la dirección en que viajaba, y el Hotel 900 está rastreando la zona.
El Hotel 900 era el helicóptero de la policía.
Llegaron a la segunda planta, que estaba precintada con una segunda cinta. Un agente de uniforme, joven y alto, estaba de pie junto a la cinta, con una carpeta en la mano.
– Este es el chico -dijo Apps.
– ¿Agente Davies? -preguntó Grace.
– Sí, señor.
– Buen trabajo.
– Gracias, señor.
– ¿Puede enseñarme el vehículo?
El agente dudó un momento.
– La Científica viene de camino, señor.
– Este es el superintendente Grace. Es el máximo responsable de la Operación Pez Espada -le tranquilizó Apps.
– Ah. De acuerdo. Perdone, señor. Por aquí.
Pasaron bajo la cinta. Grace le siguió a través de una serie de plazas de aparcamiento vacías, al final de las cuales había un reluciente Volkswagen Touareg negro con el maletero abierto.
El agente Davies hizo un gesto de precaución con la mano al llegar y señaló un objeto que había en el suelo, justo debajo del maletero. Parecía un trozo de algodón. El agente sacó la linterna y lo enfocó con el haz de luz.
– ¿Qué es? -preguntó Grace.
– Tiene un olor raro, señor -dijo el agente-. Al estar tan cerca de la escena de la agresión, pensé que podría estar relacionado de algún modo, así que no lo he tocado, por si tiene huellas o rastros de ADN.
Grace observó la expresión seria del joven y sonrió.
– Tienes madera de inspector, chico.
– Eso es lo que me gustaría ser, señor, cuando acabe los dos años de uniforme.
– No esperes hasta entonces. Si has cumplido doce meses, podría acelerar tu entrada en el D.I.C.
Los ojos del agente se iluminaron.
– Gracias, señor. ¡Muchísimas gracias!
Roy se arrodilló y acercó la nariz a la gasa. Tenía un olor dulce y astringente al mismo tiempo. Y casi al instante notó un ligero mareo. Se puso en pie y sintió que le fallaba el equilibrio unos segundos. Estaba bastante seguro de que conocía aquel olor, de un curso de toxicología al que había asistido unos años antes.
Las declaraciones de Nicola Taylor y Roxy Pearce eran muy similares. Coincidían con las de algunas de las víctimas del Hombre del Zapato en 1997. Era el mismo olor que habían descrito cuando les habían presionado algo contra la nariz.
Cloroformo.
Capítulo 84
No sabe quién soy ni dónde estoy, ¿verdad, superintendente Roy Grace? ¡No tiene ni idea! Una detención. Y luego ha tenido que soltarlo por falta de pruebas. Está perdiendo los nervios.
Pero yo no.
Se ha complicado un poco la cosa esta tarde, tengo que admitirlo. Pero me he recuperado de cosas peores. He estado fuera de juego doce años y ahora he vuelto. Puede que desaparezca de nuevo, pero volveré, no sufra. ¡Volveré! ¡A lo mejor la semana que viene, quizás el mes que viene, o el año que viene, o la década que viene! Y cuando vuelva, sentirá mucho haber dicho eso de que tengo la picha pequeña.
Aunque de momento aún sigo aquí. No quiero irme sin acabar lo que he empezado.
No quiero irme sin darle algo que le haga perder los nervios de verdad. Algo que le va a dejar como un tonto ante su nuevo subdirector. ¿Cómo lo han dicho en el Argus esta mañana? ¡De caza! Usted ha dicho que el Hombre del Zapato está de caza.
Bueno, pues tiene razón. ¡Estoy de caza! ¡Al acecho!
No di con ella en el estadio Withdean, pero la pillaré mañana.
Conozco todos sus movimientos.
Capítulo 85
Grace no era de los que solían poner mala cara, pero en la reunión de aquel viernes por la mañana estaba realmente malhumorado, y la noche que había pasado en vela no ayudaba nada a mejorar la situación. Se había quedado en la SR-1 con parte de su equipo hasta pasada la una, repasando todo lo que tenían sobre el Hombre del Zapato, actual y antiguo. Luego se había ido a casa de Cleo, pero a los pocos minutos ella había recibido una llamada para levantar un cadáver hallado cerca del cementerio de una iglesia.