Había permanecido en pie una hora, bebiendo whisky y fumando un cigarrillo tras otro, pensando, pensando, pensando en lo que se le podía estar pasando por alto, mientras Humphrey roncaba sonoramente a su lado. Luego había repasado un largo informe de la Unidad de Delitos Tecnológicos que se había llevado a casa. Investigando en Internet, habían encontrado toda una colección de páginas web sobre fetichismos de los pies y de los zapatos. Había cientos de ellos. En los últimos seis días no habían podido estudiar más que un pequeño porcentaje. Y hasta el momento no habían encontrado nada concluyente.
Grace dejó el informe algo asombrado y decidió que quizás había llevado una vida demasiado convencional, pero no estaba seguro de que pudiera llegar a desear compartir sus fantasías con un puñado de perfectos desconocidos. Después se había vuelto a la cama y había intentado dormir. Pero el cerebro se le había disparado. Cleo había regresado hacia las 4.30, se había dado una ducha, se había metido en la cama y se había dormido. A él siempre le sorprendía que pudiera enfrentarse a cualquier tipo de cadáver, por terrible que fuera su estado o cualesquiera que hubieran sido las circunstancias de la muerte, y luego volver a casa y dormirse al cabo de un momento. Debía de ser su capacidad para desconectar lo que le permitía enfrentarse a aquel trabajo.
Tras media hora más de dar vueltas en la cama absolutamente tenso, decidió levantarse y salir a correr por el paseo marítimo, para intentar aclarar sus ideas.
Y ahora, a las 8.30 de la mañana, tenía un dolor de cabeza insufrible y le temblaba todo el cuerpo debido a la sobredosis de cafeína; pese a todo se llevó una nueva taza de café instantáneo bien cargado a la atestada sala, que ahora ya acogía a más de cincuenta agentes y al personal de apoyo.
Delante tenía un ejemplar del Argus de la mañana, junto a un montón de documentos, el primero de los cuales era del Departamento de Supervisión de Actuaciones Policiales. Era el informe de la primera semana de la Operación Pez Espada, que acababa de llegar, algo retrasado.
El Argus mostraba una fotografía de una Ford Transit blanca en la primera página, con el pie de foto: «Similar a la usada por el sospechoso».
Por otra parte, el periódico reproducía, creando cierto efecto dramático, la matrícula clonada, con la petición de que cualquiera que hubiera visto el vehículo entre las 14.00 y las 17.00 del día anterior se pusiera en contacto urgentemente con el Centro de Investigaciones de la Policía o con Crimestoppers.
El propietario de la furgoneta al que le habían clonado la matrícula no se podía decir que estuviera contento. Era un decorador que no había podido mover su vehículo del lugar donde estaba trabajando para ir a comprar materiales que necesitaba con urgencia porque la furgoneta no arrancaba. Pero, por lo menos, tenía la coartada perfecta. De las dos a las cinco de la tarde anterior, estaba en la cuneta de la carretera, acompañado de un mecánico de urgencia que le había vaciado el depósito y le había limpiado el carburador. Según el mecánico, alguien había tenido la gentileza de vaciarle una bolsa de azúcar en el depósito.
Grace se preguntó si aquello sería otro de los toques de gracia del Hombre del Zapato.
La única buena noticia del día era que el informe de la primera semana al menos era positivo. Aprobaba todos los movimientos realizados en la gestión del caso -por lo menos los de los siete primeros días-. Pero ahora ya habían pasado nueve más. El siguiente informe sería al cumplirse veintiocho días. Con un poco de suerte, para entonces el Hombre del Zapato ya estaría disfrutando de los placeres del calzado de la prisión.
Le dio un sorbo al café y luego, viendo la cantidad de asistentes a la reunión, se puso en pie para dirigirse a ellos.
– Bueno -dijo, saltándose la habitual presentación-. Esto es fantástico: soltamos a nuestro sospechoso a mediodía y por la tarde se produce la siguiente agresión. Entenderéis que no esté muy contento. ¿Qué es lo que pasa? ¿Se está riendo de nosotros ese tal John Kerridge, o Yac? ¡El Argus desde luego sí!
Levantó el periódico. El gran titular de portada decía:
Escapa por los pelos de su agresor.
¿El cuarto ataque del Hombre del Zapato?
Nadie dudaba de que el tipo que había esperado a Dee Burchmore en su coche el día anterior era el Hombre del Zapato. La situación y la confirmación de un análisis de emergencia realizado por el laboratorio forense de que la sustancia de la gasa de algodón era cloroformo apuntaban a esa conclusión. Ahora el coche estaba en el taller de la Policía Científica, donde pasaría varios días, para buscar fibras, pelos, células epiteliales o cualquier otro indicio revelador que pudiera haber dejado el agresor, por microscópico que fuera.
Las circunstancias temporales, comprobadas por Potting, exculpaban a John Kerridge. El abogado del taxista, Ken Acott, le había llevado en coche a su barco. Un vecino había confirmado su coartada: había permanecido en el barco hasta las 17.30, cuando había salido para iniciar su turno de noche con el taxi.
Pero había algo más, algo personal, que afectaba al humor de Grace. El agente Foreman le había informado de que Pewe se había mostrado completamente reacio a colaborar. Hasta el momento no había hecho ningún progreso con el superintendente.
Sentía una gran tentación de detener a Pewe. Pero las palabras de su nuevo subdirector tenían una fuerza aún mayor: «No debe dejar que se convierta en algo personal».
Reconocía que arrestarlo en aquel momento, con las exiguas pruebas que tenía hasta el momento, estaría muy cerca de ser algo personal. Y detener a un segundo sospechoso para tener que liberarlo posteriormente sin cargos crearía la impresión de que estaba cazando moscas a cañonazos. A su pesar, no le quedó más remedio que decirle a Foreman que siguiera investigando.
Para acabar de arreglarlo, Nick Nicholl le había informado de que había visto la grabación de las cámaras de circuito cerrado del pub Neville. La imagen era pobre y había solicitado que la mejoraran en el laboratorio, pero mostraba a alguien que podría ser Darren Spicer bebiendo la noche de Nochevieja hasta la una y media. Si resultaba que era él, aquello exculparía al ladrón de casas de cualquier implicación en la violación de Nicola Taylor. No obstante, no había podido aportar una coartada para el momento de la agresión a Roxy Pearce; se había limitado a declarar de nuevo que se encontraba en el canódromo -a apenas quince minutos a pie de la casa-. Tampoco tenía una coartada firme para el sábado por la noche, cuando Mandy Thorpe fue agredida en el Tren Fantasma del Brighton Pier.
A Roy aquella línea cronológica le parecía interesante. La agresión se produjo hacia las 19.30, una hora antes del toque de queda en el Centro de Noche Saint Patrick's, donde se alojaba Spicer. Podía haber cometido la agresión y llegar al centro a tiempo.
Pero en aquel momento las pruebas eran demasiado circunstanciales como para justificar su detención. Un abogado espabilado como Acott las dejaría en nada. Necesitaban mucho más, y en aquel momento no lo tenían.
– Bueno -dijo Grace-. Quiero que repaséis todos los hechos que tenemos hasta ahora. Hecho número uno: nuestros analistas han establecido que en 1997 las cinco víctimas conocidas del Hombre del Zapato, así como una sexta posible, Rachael Ryan, que desapareció, se habían comprado un par de zapatos de diseño en alguna zapatería de Brighton en los siete días anteriores a la agresión.
Muchos de los presentes asintieron.
– Hecho número dos: tres de nuestras cuatro víctimas, efectivas y potenciales -incluyo a la señora Dee Burchmore-, han hecho eso mismo en los últimos dieciséis días. La excepción es Mandy Thorpe. De momento la incluyo en nuestra investigación, aunque sospecho que su agresor no fue el Hombre del Zapato. Pero no entraremos en eso de momento.