Proudfoot asintió, pensativo.
– No podemos estar seguros sobre el caso de Rachael Ryan, claro -dijo pomposamente, fijando la mirada en Roy Grace-. Pero si suponemos de momento que Mandy Thorpe fue víctima del Hombre del Zapato y que Roy tiene razón sobre Rachael Ryan, entonces sí, Ellen, su suposición no es descartable. Es muy posible que vaya a por alguien de esa edad. Si atacó a la pobre Rachael Ryan y ella nunca apareció, y si no le han cogido por lo que le pudo haber hecho, es muy probable, después del susto de ayer, que opte por lo conocido. Una mujer más vulnerable, más joven. Sí, creo que deberíamos centrarnos en eso. Mujeres jóvenes con zapatos de tacón alto y con presencia en Facebook.
– Lo que incluye prácticamente a todas las chicas jóvenes de Brighton y Hove. Y del resto del país -apuntó E. J.
– No puede haber tantas que se puedan permitir los precios de los zapatos que atraen al Hombre del Zapato -observó Bella Moy-. Podríamos pedirles a las tiendas de la ciudad una lista de dientas recientes, de las que tengan esa edad.
– Bien pensado, Bella, pero no tenemos tiempo -dijo Grace.
– Podríamos estrechar el cerco, señor -propuso Zoratti-. La conexión podría ser esta persona con la peluca cardada. Si encontramos en alguna grabación de una zapatería una mujer de poco más de veinte años con esta persona cerca, quizá tengamos algo.
– El Equipo de Investigación está repasando todas las grabaciones que puede de las zapaterías, pero es una pesadilla, debido a las rebajas de enero -dijo Bella Moy-. Yo he estado en la sala de vídeo de la central, viendo grabaciones de cámaras próximas a las zapaterías. Hay cientos de personas de esa edad entrando y saliendo de las tiendas. Y el problema es que hay cientos de horas de grabaciones.
Grace asintió.
– Señor -intervino Westmore-, hoy en día muchas zapaterías toman los datos de las dientas para el envío de comunicaciones. Es probable que la tienda que haya vendido (o que vaya a vender) los zapatos a la próxima víctima potencial tenga su nombre y su dirección en el sistema.
Grace lo consideró un momento.
– Sí, vale la pena intentarlo. Tenemos una lista de todas las tiendas de la ciudad que venden zapatos caros y de diseño. -Bajó la vista para mirar sus notas-. Veintiuna. Es probable que la víctima haya comprado sus zapatos la semana pasada, si es que ya los ha comprado. Podríamos visitar todas esas tiendas y pedirles los nombres y direcciones de todas las dientas que encajen con ese perfil y que hayan comprado unos zapatos, pero con los recursos que tenemos nos llevará días. Nuestro problema es que no podemos concedernos el lujo del tiempo.
– ¿Y si ponemos algún cebo, señor? -propuso la agente Boutwood.
– ¿Cebo?
– Si vamos alguna de nosotras de compras.
– ¿Quieres decir mandaros a comprar zapatos caros?
Ella asintió, encantada:
– ¡Yo me presento voluntaria!
– Mujeres y zapatos bonitos en las rebajas de enero -reflexionó Grace con una mueca-. ¡Es como buscar una aguja en un pajar! Necesitaríamos decenas de cebos en las zapaterías y acertar con el lugar y el momento. El doctor Proudfoot cree que el Hombre del Zapato volverá a atacar esta noche o mañana. -Sacudió la cabeza-. La idea es interesante, E. J., pero las probabilidades de éxito son mínimas, y no tenemos tanto tiempo. Necesitamos tener la zona de Eastern Road bajo observación antes de las tres de la tarde.
Miró su reloj. Eran casi las nueve de la mañana. Solo tenía seis horas.
La cámara de vídeo de circuito cerrado era un invento muy bien pensado, le parecía. Pero tenía un gran problema. En aquel momento había cientos de cámaras grabando a todas horas y por toda la ciudad, pero no contaban con la cantidad necesaria de personal para examinar las grabaciones (y la mitad, en cualquier caso, era de una calidad de mierda). Hubieran necesitado una especie de superordenador que lo comprobara todo automáticamente. Lo único que tenía era un número limitado de seres humanos con una capacidad de concentración limitada.
– Señor, usted trabajó personalmente en el caso de la desaparición de Rachael Ryan, ¿no? -preguntó Zoratti.
Grace sonrió.
– Aún sigo en ello. El caso sigue abierto. Pero sí, estuve muy implicado. Entrevisté varias veces a las dos amigas con las que había salido aquella Nochebuena. A Rachael le gustaban mucho los zapatos, motivo por el que siempre he sospechado que el Hombre del Zapato estaría implicado. Se había comprado un par de zapatos muy caros la semana anterior, en Russell y Bromley, en East Street, creo. -Se encogió de hombros-. Ese es otro motivo por el que no creo que ganáramos nada enviando a gente de compras hoy mismo. Creo que hace sus planes con antelación.
– A no ser que se sienta frustrado por lo de ayer, jefe -intervino Branson-. Y que decida ir a por alguien al azar.
– Nuestra mejor apuesta ahora mismo es que, después de lo de ayer, haya perdido la calma, y que opte por hacer algo que no tuviera preparado. A lo mejor consiguió darle en la cresta criticando sus atributos sexuales en el Argus…, y por eso cometió su error.
– Bueno, pues entonces más vale que encontremos un modo de volver a darle en la cresta, y esta vez con más fuerza -dijo Grace.
Capítulo 87
A Darren Spicer, el trabajo en el Grand Hotel no estaba dándole los frutos esperados. Había sistemas de seguridad que impedían que se creara sus propias tarjetas-llave, y un supervisor los controlaba a él y a sus colegas desde el minuto en que empezaban por la mañana hasta el minuto en que fichaban para marcharse por la tarde.
Eso sí, cobraba por el trabajo, que consistía en renovar la anticuada red eléctrica del hotel, sustituyendo kilómetros de cables por un laberinto de pasillos subterráneos, donde se encontraban la lavandería, las cocinas, las calderas, los generadores de emergencia y los almacenes. Pero cuando había aceptado aquel trabajo, tenía esperanzas de que podría hacer algo más que pasarse el día tirando metros y metros de cableado y recoger los cables viejos mordisqueados por los ratones.
Se había imaginado que tendría acceso a las doscientas una habitaciones y a las cosas que sus ricos ocupantes habrían guardado en la caja fuerte; sin embargo, de momento, durante la primera semana, no había encontrado el modo. Tenía que tener paciencia; lo sabía. Eso podía hacerlo. Tenía mucha paciencia cuando salía a pescar, o cuando esperaba frente a una casa a que sus ocupantes salieran, para luego entrar a robar.
Aquí, sin embargo, la tentación era tan fuerte que no veía el momento de empezar.
¡Porque doscientas una habitaciones quería decir doscientas una cajas fuertes! Y el hotel estaba lleno: registraba un ochenta por ciento de ocupación todo el año.
En la cárcel, un compañero le había explicado el modo de robar las cajas de caudales de hotel. No cómo abrirlas: eso ya lo sabía; tenía todo el material necesario para las cajas del Grand. Lo que le había enseñado era a robar el contenido de las cajas sin que le descubrieran.
Era sencillo: había que robar solo un poco. No había que dejarse llevar por la codicia. Si alguien dejaba doscientas libras en efectivo, o moneda extranjera, había que coger solo una pequeña cantidad. Siempre efectivo; nunca joyas; la gente echaba de menos las joyas, pero no iban a echar de menos veinte libras de un montón de doscientas. Eso, diez veces al día, suponía unos buenos ingresos. Mil a la semana. Cincuenta de los grandes al año. Sí. Genial.
Había decidido que esta vez no iba a volver a caer, que no perdería la libertad. Sí, no podía negar que la cárcel de Lewes ofrecía más comodidades que el Centro de Noche Saint Patrick's, pero muy pronto conseguiría su MiPod y, con un poco de suerte, al cabo de un par de meses habría reunido suficiente efectivo como para pagar la fianza de un alquiler. Algo modesto para empezar. Luego se buscaría una mujer. Ahorraría, y quizá consiguiera suficiente dinero para alquilar un buen piso. Y quizás un día podría comprar uno. ¡Ja! Ese era su sueño.