Glenn se quedó mirando al vacío con el ceño fruncido.
– Se está riendo de nosotros, ¿no?
Grace no dijo nada, mientras con la linterna iba enfocando las paredes y luego el techo.
– ¡A ese cabrón de Spicer le arranco la cabeza! -exclamó Glenn.
Entonces, al enfocar la luz hacia el suelo, ambos vieron a la vez dos tiras de plástico en el suelo. Dieron un paso adelante. Grace se puso un par de guantes de látex, se arrodilló y recogió la primera tira.
Era la matrícula frontal de un vehículo, con letras negras sobre una superficie reflectante blanca.
Reconoció la matrícula al momento. Era la de la furgoneta que había salido a toda mecha del aparcamiento del Grand Hotel el jueves por la tarde, con toda probabilidad conducida por el Hombre del Zapato.
La segunda tira de plástico era la matrícula de atrás.
¿Habían encontrado la guarida del Hombre del Zapato?
Grace se acercó hasta la pared del fondo. En un estante había un paquete de rollos de cinta americana. El resto de los estantes estaban vacíos.
Branson se acercó a la pared izquierda. Grace le detuvo.
– Mejor no lo manoseemos todo, colega. Intentemos volver sobre nuestros pasos y dejarlo todo lo limpio que podamos para la Científica. Quiero que vengan inmediatamente.
Miró a su alrededor, pensativo.
– ¿Tú crees que esto es lo que vio Spicer? ¿Esas matrículas?
– No creo que sea tan listo como para haber atado cabos solo con esas matrículas. Yo creo que vio algo más.
– ¿Como qué?
– No hablará a menos que le dé inmunidad. Tengo que decir que al menos fue suficientemente listo como para volver a cerrar la puerta.
– Hablaré con el subdirector -decidió Grace, pisando con todo cuidado al salir-. Necesitamos saber qué es lo que podría haber habido aquí antes, que ya no está.
– ¿Quieres decir que podría haberse llevado algo?
– No -respondió-. No creo que Spicer se llevara lo que había aquí dentro. Creo que lo que vio aquí probablemente fuera una furgoneta blanca. Aquí ha habido un motor en marcha en las últimas horas. Si la furgoneta no está, ¿dónde demonios está? Y, más importante, ¿por qué se ha ido? Ve y habla con él. Apriétale las tuercas. Dile que, si quiere tener alguna oportunidad de cobrar esa recompensa, tendrá que decirnos lo que vio. De lo contario no hay trato.
– Tiene miedo de volver a la cárcel por allanamiento.
Grace miró a su colega.
– Dile que mienta, que diga que la puerta estaba abierta. No tengo ningún interés en trincarlo por allanamiento.
Branson asintió.
– Vale, iré a hablar con él. Se me acaba de ocurrir que, si traes a la Científica y el Hombre del Zapato vuelve y los ve, saldrá corriendo. ¿No es mejor poner a alguien a vigilar el lugar? ¿Decirle a Tunks que vuelva a cerrarlo para que no sepa que hemos estado aquí?
– Eso suponiendo que no nos esté observando ahora mismo -objetó Grace.
Branson miró a su alrededor y luego hacia arriba, con gesto de preocupación.
– Sí, suponiendo eso.
Lo primero que Grace hizo al llegar a la sala de control de operaciones de John Street, veinte minutos más tarde, fue informar a sus oficiales de los niveles plata y bronce de que cualquier furgoneta Ford Transit blanca avistada en las cercanías de Eastern Road durante el resto del día debería someterse a estrecha vigilancia. Luego hizo una llamada más amplia a todas las unidades de la ciudad, para que estuvieran atentos a cualquier furgoneta Ford Transit de color blanco.
Si no se equivocaba, doce años antes el Hombre del Zapato usó ese tipo de vehículo para su ataque. La teoría de la simetría de Proudfoot hacía pensar que podría hacer lo mismo esa noche.
¿Por qué habría retirado alguien aquellas páginas en particular del dosier, las relativas a la declaración de un testigo sobre el secuestro de una mujer con una furgoneta blanca? ¿Contenían pistas vitales sobre su conducta? ¿Su modus operandi? ¿Sobre la furgoneta?
Había algo en aquel garaje que le había tenido pensando todo el rato y que ahora le inquietaba aún más. Si el Hombre del Zapato había sacado la furgoneta del garaje, ¿por qué se había molestado en cerrar los cuatro candados? Allí no había nada que robar más que dos inútiles matrículas.
Aquello no tenía ningún sentido.
Capítulo 93
Los únicos pasajeros que a Yac le gustaban menos aún que los borrachos eran los que iban colocados. La chica que llevaba en el asiento de atrás estaba tan puesta que parecía que fuera a atravesar el techo en cualquier momento.
No se callaba ni un momento. Llevaba escupiendo palabras desde que la había recogido en una casa cerca de la playa, en Lancing. Tenía el cabello largo y peinado en puntas, de un rojo kétchup y de un verde sopa de guisantes. No decía más que tonterías, y llevaba unos zapatos malísimos. Apestaba a tabaco y a Dolce & Gabbana Femme, e iba hecha un asco. Parecía una muñeca Barbie sacada de un vertedero.
Estaba tan lejos de este mundo que Yac dudaba de que fuera a darse cuenta si la llevaba hasta la Luna, solo que él no tenía idea de cómo llegar a la Luna. En aquello aún no había pensado.
– El caso -continuó ella- es que en esta ciudad hay mucha gente que quiere sacarte la pasta. Tú quieres material de calidad. Les dices que quieres chocolate y ellos te dan mierda. Pero mierda mierda. ¿Te ha pasado alguna vez?
Yac no estaba seguro de si estaba hablando por el teléfono móvil, como llevaba haciendo gran parte del viaje, o con él. Así que siguió conduciendo en silencio, mirando el reloj, nervioso. Después de dejarla en Kemp Town, aparcaría y haría caso omiso a cualquier llamada de la central, esperaría a que fueran las siete y se bebería su té.
– ¿Te ha pasado? -insistió ella, más fuerte-. ¿Eh? ¿Te ha pasado?
Él sintió un contacto en la espalda. Eso no le gustaba. No le gustaba que los pasajeros le tocaran. La semana anterior había llevado a un borracho que no paraba de reírse y de darle empujones en el hombro. Había empezado a preguntarse cómo reaccionaría el tipo si le diera en la cara con la pesada llave de acero para cambiar ruedas que llevaba en el maletero.
Y también empezaba a preguntarse cómo reaccionaría la chica si lo hiciera en aquel momento. No le costaría nada parar y sacar la llave del maletero. Ella probablemente se quedaría en el asiento, hablándole al aire, incluso después de golpearla. Había visto a alguien que lo había hecho, en una película de televisión.
Ella volvió a darle en la espalda.
– ¡En! Entonces, ¿qué? ¿Te ha pasado?
– ¿Si me ha pasado qué?
– Oh, mierda, no estabas escuchando. Bueno, vale. Vale. Joder. ¿No tienes música en esta cosa?
– ¿Talla cuatro? -preguntó él.
– ¿Número cuatro? ¿Número cuatro de qué?
– Los zapatos.
– ¿Eres zapatero cuando no estás al volante?
Sus zapatos eran realmente horribles. De falsa piel de leopardo, planos y rozados por los bordes. Decidió que podría matar a aquella mujer. Podría hacerlo. Sería fácil. Se había encontrado con muchos pasajeros que no le gustaban. Pero a aquella chica podría haberla matado.
Aunque quizá sería mejor no hacerlo. Uno se puede meter en problemas por matar a gente si le pillan. Yac veía CSI y Bones, y otras series sobre científicos forenses. Muy instructivas. Te enseñaban cómo podías matar a una mujer estúpida como aquella, con su estúpido pelo y sus estúpidas uñas pintadas de negro, y con aquellas tetas que casi no le cabían en aquel top color púrpura.
Al girar por la rotonda frente al Brighton Pier y tomar Old Steine, de pronto se calló.