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Él ya había vuelto a la furgoneta. La cara le dolía terriblemente y no veía nada con el ojo derecho, pero aquello no le importaba; al menos no en aquel momento. No le preocupaba nada más que pillar a aquella zorra. Le había visto la cara.

Tenía que encontrarla. Tenía que evitar que huyera.

Tenía que hacerlo, porque si no le pillarían.

Y sabía cómo hacerlo.

No quería revelar su posición encendiendo la linterna, así que se movió lo más lentamente que pudo, tanteando el interior de la furgoneta hasta que encontró lo que buscaba: sus binoculares de visión nocturna.

Solo tardó unos segundos en localizarla. Una figura verde a través de la pantalla de visión nocturna, moviéndose poco a poco, avanzando muy despacio hacia la izquierda, como si caminara a cámara lenta.

«Te crees muy lista, ¿verdad?»

Buscó a su alrededor algo que le sirviera. Algo pesado y sólido con lo que pudiera noquearla. Abrió el armarito junto al lavabo, pero estaba demasiado oscuro para ver en el interior, incluso con los binoculares. Así que encendió la linterna un momento. Los binoculares de visión nocturna proyectaron un destello hiriente en su ojo derecho, cosa que le sobresaltó de tal modo que la linterna se le escapó de las manos. Trastabilló hacia atrás y se cayó de espaldas.

Jessie oyó el golpe. Miró en aquella dirección y al momento vio la luz en el interior de la furgoneta. Se alejó a toda prisa en dirección al silo que había visto, avanzando a ciegas, tropezando con algo y luego golpeándose la cabeza con un objeto saliente y afilado. Reprimió un gruñido. Luego siguió, a tientas, hasta llegar a una viga vertical de acero.

¿Sería uno de los pilares en los que se apoyaba el silo?

Se arrastró hacia delante, tanteando la curva descendiente de la base del silo, y se coló por debajo, aspirando un aire que olía a polvo seco. Entonces tocó algo que le pareció el travesaño de una escalerilla.

El hombre siguió buscando frenéticamente con la linterna, abriendo uno tras otro los cajones. En el último encontró unas cuantas herramientas. Entre ellas había una gran llave inglesa. La cogió, sintiendo que el dolor del ojo empeoraba a cada segundo, que la sangre le caía por la cara. Recuperó los binoculares y se dirigió a la puerta. Se los puso y miró hacia el exterior.

La zorra se había esfumado.

No importaba. La encontraría. Conocía toda la planta cementera como la palma de su mano. Había supervisado la instalación de todas las cámaras de vigilancia del lugar. Aquel edificio albergaba los hornos gigantes que calentaban la mezcla de caliza, arcilla, arena y cenizas a mil quinientos grados centígrados, que luego se vertía en dos gigantescas turbinas de enfriamiento, para pasar luego a la estación de molido y, una vez procesada, a una serie de silos de almacenamiento desde donde se vertía a los camiones. Si la zorra quería esconderse, había muchos sitios donde hacerlo.

Pero solo había una salida.

Y él tenía la llave del candado en el bolsillo.

Capítulo 111

Domingo, 18 de enero de 2010

Grace retrasó la reunión del domingo por la tarde a las siete y media para darse tiempo y poder incluir los resultados de la exhumación.

Dejó a Glenn en el depósito para que diera parte de cualquier novedad, ya que la autopsia no había acabado y era probable que aún tardara. El cadáver tenía la mandíbula rota y una fractura en el cráneo, y desde luego esta última había sido la causa más probable de la muerte.

Su gran esperanza para la identificación de la mujer muerta y para ver cumplidos los objetivos de la exhumación radicaba en los folículos capilares y las muestras de piel obtenidas del cadáver, así como en el condón que, según Nadiuska de Sancha y Joan Major, podía contener restos de semen intactos. La arqueóloga forense consideraba que, aunque hubieran pasado doce años, las probabilidades de que pudieran obtener ADN intacto eran buenas.

Ambas muestras se habían enviado en una nevera al laboratorio de ADN en el que más confiaba por sus resultados rápidos y por la buena relación de trabajo que tenía, Orchid Cellmark Forensics. Habían prometido ponerse manos a la obra en cuanto les llegaran las muestras. Pero el proceso de secuenciación era lento, y aunque el laboratorio trabajara a destajo, no podrían obtener resultados antes del lunes a media tarde. Grace recibió la promesa de que le informarían de los resultados inmediatamente por teléfono.

Ocupó su lugar y se dirigió a su equipo, poniéndolos al día y preguntando por sus progresos.

Bella Moy empezó por pasarle las fotografías de una joven con un peinado salvaje:

– Señor, esta es una fotografía de la Policía de Brighton, de una de las personas en busca y captura de la ciudad. Su nombre actual (ha usado diversos alias) es Donna Aspinall. Es consumidora de tóxicos y tiene un largo historial de denuncias por viajar sin pagar, tanto en trenes como en taxis. Está fichada por delitos contra el orden público y se la busca por tres cargos de agresión, lesiones y violencia. Ha sido identificada por dos agentes de paisano en la operación de anoche (a uno de los agentes le mordió en un brazo) como la persona a la que perseguía John Kerridge, el taxista.

Grace se quedó mirando la fotografía, consciente de lo que implicaba.

– ¿Me estás diciendo que Kerridge dice la verdad?

– Podría estar diciendo la verdad acerca de esta pasajera, señor.

Se quedó pensando un momento. Kerridge llevaba veinticuatro horas allí. El tiempo máximo que podían retener a un sospechoso sin presentar cargos y sin obtener una prolongación del juzgado era de treinta y seis horas. Tendrían que soltar al taxista a las nueve y media de la mañana, a menos que tuvieran suficientes motivos como para convencer a un magistrado de que firmara la extensión de la orden de detención. Por otro lado, no tenían pruebas de que la desaparición de Jessie Sheldon fuera obra del Hombre del Zapato. Pero si el abogado de Kerridge, Acott, se enteraba de aquello -y sin duda ya lo habría hecho-, tendrían que presentar batalla para conseguir la extensión. Tenía que pensar en aquello, y solicitar una vista de emergencia esa misma noche para conseguir la orden necesaria para retenerlo.

– Vale, gracias. Buen trabajo, Bella.

Entonces Norman Potting levantó la mano:

– Jefe, hoy he recibido mucha ayuda de 02, la operadora de telefonía. Esta mañana he hablado con el novio de Jessie Sheldon, que me ha dicho que esa es la operadora que gestiona la línea de su iPhone. Hace media hora me han dado el informe de rastreo de señal de su teléfono. Puede ser indicativo.

– Adelante -dijo Grace.

– La última llamada que hizo fue a las 18.32 de anoche, a un número que he identificado como el de su novio, Benedict Greene. Él confirma que ella le llamó a esa hora, más o menos, para decirle que iba hacia su casa tras su clase de kick-boxing. Él le dijo que se diera prisa, porque iba a recogerla a las 19.15. Entonces el teléfono se quedó en espera. No se realizaron más llamadas, pero por la conexión con los repetidores de la ciudad sabemos que se desplazó hacia el oeste a una velocidad regular a partir de las 18.45 aproximadamente, la hora del secuestro. A las 19.15 se paró, y ha permanecido estático desde entonces.

– ¿Dónde? -preguntó Grace.

– Bueno -respondió el sargento-, déjeme que se lo muestre.

Se puso en pie y señaló un mapa del Servicio Oficial de Cartografía que estaba pegado a una pizarra blanca de la pared. Una línea azul serpenteante atravesaba el mapa. Había un óvalo rojo dibujado, con dos X en los extremos superior e inferior.

– Las dos cruces indican los repetidores de 02 con los que el teléfono de Jessie Sheldon se está comunicando ahora -dijo Potting-. Es una extensión bastante grande y por desgracia no tenemos un tercer repetidor a mano que nos dé la triangulación que nos permitiría establecer su posición con mayor precisión.