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La oscuridad la envolvió. Aguantó la respiración. Entonces el coche giró de golpe a la derecha, ganando velocidad. Oía el ruido de las ruedas que resonaba por las paredes; era como ir en el metro. A ambos lados aparecieron unos destellos de luz. Oyó una risa tenebrosa. Unos tentáculos le rozaron la frente y el cabello, y ella gritó de miedo, cerrando los ojos con fuerza.

«Esto es de idiotas -pensó-. Qué tonta he sido. ¿Por qué? ¿Por qué he hecho esto?»

Entonces el coche impactó contra otra puerta doble. Abrió los ojos y vio un viejo larguirucho y polvoriento que se levantaba tras un escritorio y que se lanzaba de cabeza hacia ella. Mandy se encogió, tapándose los ojos, con el corazón en un puño. Todo el valor que le había dado el alcohol la estaba abandonando de pronto.

Cayeron por una larga rampa. Se destapó los ojos y vio que la luz se hacía cada vez más tenue y que volvía a sumirse en una oscuridad total. Oyó un silbido de serpiente. Entonces apareció: un reptil asqueroso, luminoso y esquelético salió de la oscuridad, le escupió y le mojó la cara con agua fría. Entonces un esqueleto blanquísimo salió de la oscuridad balanceándose, y ella se encogió, aterrorizada, convencida de que la golpearía.

Dieron contra una nueva puerta doble. Oh, Dios mío, ¿cuánto tiempo más iba a durar aquello?

Iban muy rápido, de bajada, en plena oscuridad. Oyó un frenazo y luego una carcajada horrible, como un cacareo. Sintió de nuevo el contacto de unos tentáculos, como si una araña le trepara por el cabello. Se abrieron otras puertas, giraron bruscamente a la izquierda y de repente se detuvieron. Mandy se quedó allí sentada, en plena oscuridad, temblando. De pronto sintió un brazo alrededor del cuello.

Un brazo humano. Olió un aliento cálido en la mejilla. Entonces una voz le susurró al oído. Una voz que no había oído nunca.

Se quedó helada del pánico.

– Tengo algo extra para ti, cariño.

¿Sería alguna broma pesada de Char y Karen? ¿Estaban por ahí, haciendo de las suyas?

El cerebro le iba a toda velocidad. Algo le decía que aquello no formaba parte de la atracción. Que algo iba muy mal. Al momento oyó un sonido metálico y la barra de seguridad se subió. Luego, temblando de pánico, sintió que la sacaban del coche y la arrastraban hasta una superficie dura. Algo duro le golpeó la espalda y se vio empujada a través de unas cortinas a un espacio que olía a aceite, donde cayó de espaldas sobre el duro suelo. Entonces oyó la puerta que se cerraba y un clic, como un interruptor, seguido casi de inmediato por un chirrido de maquinaria pesada. A continuación una linterna le enfocó la cara y la cegó momentáneamente.

Ella levantó la vista, casi paralizada por el miedo y la confusión. ¿Quién era aquel tipo? ¿El encargado de la atracción que había visto fuera?

– Por favor, no me hagas daño -dijo.

A través del haz de luz vio la silueta de la cara de un hombre cubierta con algo parecido a una media de nailon con unas rajas.

Cuando intentó abrir la boca y gritar, algo blando y de sabor desagradable se le metió dentro. Oyó una especie de desgarro y al momento tenía una cinta adhesiva sobre los labios, de un lado al otro de la cara. Intentó gritar de nuevo, pero lo único que le salió fue un sonido ahogado que parecía resonarle dentro de la cabeza.

– Estás deseándolo, ¿verdad, chata? Vestida así… ¡Y con esos zapatos!

Ella intentó alcanzarle con los puños, aporrearlo, arañarlo. Entonces vio un brillo en la oscuridad. Era la cabeza de un gran martillo. Aquel tipo lo tenía en la mano, a su vez, enfundada en un guante.

– Estate quieta o te dejo tiesa.

Ella se quedó inmóvil, aterrorizada, con la mirada fija en el frío metal.

De pronto sintió un porrazo a un lado de la cabeza. El cerebro se le llenó de lucecitas.

Luego, el silencio.

No llegó a notar cómo la penetraba, ni supo que se llevaba sus zapatos.

Capítulo 47

Sábado, 10 de enero de 2010

Garry Starling entró en el restaurante China Garden, que estaba atestado, poco después de las nueve, y se dirigió a toda prisa a su mesa, haciendo solo una breve pausa para pedir una cerveza Tsingtao al dueño, que salió a su encuentro para saludarle.

– ¡Hoy llega tarde, señor Starling! -dijo el jovial chino-. No creo que su esposa sea una señora muy contenta.

– ¡Cuéntame algo que no sepa! -respondió Garry, colocándole un billete de veinte libras en la mano.

Luego subió las escaleras a ritmo ligero hasta su mesa habitual y observó que los muy tragones ya se habían acabado los entrantes variados. Solo quedaba un solitario rollito de primavera en la enorme bandeja, y el mantel estaba sembrado de restos de algas y manchas de salsa. Los tres tenían aspecto de haberse tomado ya unas cuantas copas.

– ¿Dónde cojones estabas? -exclamó su esposa, Denise, dándole la bienvenida con su habitual sonrisa ácida.

– En realidad, estaba trabajando, querida -dijo, al tiempo que le daba un beso a Ulla, la excéntrica mujer de Maurice, algo hippy, y la mano al propio Maurice, y se sentaba en el espacio que quedaba entre ellos. A Denise no le dio ningún beso. Había dejado de hacerlo mucho tiempo atrás.

– Trabajando. ¿Sabes? Trabajando -dijo, girándose hacia su mujer y mirándola fijamente a los ojos-. Es una palabra que no está en tu vocabulario. ¿Sabes lo que significa? Ganando dinero para pagar la hipoteca de las narices. Y la cuenta de tu tarjeta de crédito.

– ¡Y tu mierda de caravana hippy!

– ¿Caravana? -dijo Maurice, asombrado-. Eso no es de tu estilo, Garry.

– Es una furgoneta Volkswagen. La original, con el parabrisas dividido en dos. Es una buena inversión, un artículo de colección. Pensé que nos iría bien a Denise y a mí hacer alguna excursión por carretera, dormir en plena naturaleza de vez en cuando, ¡volver a la naturaleza! Me habría comprado un barco, pero ella se marea.

– Es la crisis de los cuarenta, eso es lo que es -dijo Denise, dirigiéndose a Maurice y a Ulla-. Si se cree que me va a llevar de vacaciones en una caravana asquerosa, lo tiene claro. ¡Como el año pasado, cuando intentó que fuéramos en moto a Francia, de camping!

– ¡No es una caravana asquerosa! -dijo Garry, que se hizo con el último rollito de primavera, antes de que se lo quitaran; por error lo mojó en la salsa picante y se lo metió en la boca.

En el interior de su cabeza se produjo una pequeña explosión termonuclear que lo dejó temporalmente sin habla. Denise la aprovechó.

– ¡Tienes un aspecto de mierda! ¿Cómo te has hecho ese arañazo en la frente?

– Subiéndome a un jodido desván para cambiar un cable que se habían comido los putos ratones. Con un clavo que salía de una viga.

De pronto ella se inclinó y lo olisqueó.

– ¡Has estado fumando!

– He subido a un taxi en el que alguien había fumado -masculló, mientras masticaba.

– ¿Ah, sí? -respondió ella, escéptica, y luego se giró hacia sus amigos-. Quiere hacerme creer que lo ha dejado; se cree que soy tonta. Se lleva a pasear al perro, o sale en bicicleta, o a dar una vuelta con la moto, y vuelve horas más tarde apestando a humo. Eso siempre se huele, ¿o no? -puntualizó, mirando a Ulla, luego a Maurice, y bebió un poco de su Sauvignon Blanc.

La cerveza de Garry llegó a la mesa y él le dio un buen trago, mirando primero a Ulla, pensando que su alocado cabello tenía un aspecto aún más loco aquella noche, y luego a Maurice, que tenía más aspecto de sapo que nunca. Ambos, al igual que Denise, le parecían extraños, como si los estuviera mirando a través de un vidrio deformante. La camiseta negra de Maurice estaba en tensión, apretada contra su barriga cervecera, los ojos le salían de las órbitas y su horrible y carísima americana a cuadros, con sus brillantes botones de Versace, le quedaba demasiado justa. Parecía que la hubiera heredado de su hermano mayor.