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Maurice salió en defensa de su amigo, sacudiendo la cabeza:

– Yo no huelo nada.

Ulla se inclinó hacia Garry y lo olisqueó, como un perro excitado.

– ¡Buena colonia! -dijo, evasiva-. Aunque huele un poco femenina.

– Chanel Platinum -dijo él.

Ella volvió a olisquear, frunció el ceño, dubitativa, y levantó las cejas, mirando a Denise.

– Así pues, ¿dónde narices has estado? -insistió Denise-. Tienes un aspecto horrible. Podías haberte peinado al menos.

– ¡Está soplando un viento huracanado ahí fuera, por si no te has dado cuenta! -replicó Garry-. He tenido que lidiar con un cliente cabreado; hoy estábamos cortos de personal, con uno con gripe, con otro enfermo de otra cosa y con un tal Graham Lewis, de Steyning, al que se le disparaba continuamente la alarma sin motivo y que amenazaba con cambiarse de compañía. Así que he tenido que encargarme yo. ¿Vale? Y resulta que eran los jodidos ratones.

Ella inclinó la copa en dirección a la boca para apurar las últimas gotas y entonces se dio cuenta de que ya estaba vacía. Al momento apareció un camarero con otra botella. Garry señaló su copa de vino, al tiempo que daba cuenta de su cerveza. Tenía los nervios de punta y necesitaba beber. Mucho.

– ¡Salud! -brindó.

– ¡Salud! -respondieron Maurice y Ulla, levantando sus copas.

Denise se tomó su tiempo. Tenía la mirada fija en Garry. Sencillamente, no le creía.

De todos modos, pensó Garry, ¿cuándo había sido la última vez que su mujer le había creído en algo? Se bebió media copa de un trago y el frescor del vino le alivió por un momento la sensación de ardor en el paladar. A decir verdad, era probable que la última vez que le había creído hubiera sido el día en que se habían casado, cuando le hizo aquellas promesas de amor.

Aunque… ni siquiera estaba seguro de aquello. Aún recordaba la mirada que le había echado ante el altar, cuando él le había puesto el anillo en el dedo y había respondido a las preguntas del vicario. No veía en sus ojos el amor que cabía esperar, sino más bien la expresión de petulante satisfacción del cazador que vuelve a casa con la presa muerta sobre el hombro.

En aquel momento, había estado a punto de echarse atrás.

Doce años más tarde, no había un día en que no deseara haberlo hecho.

Pero, bueno, estar casado tenía sus ventajas, no había que olvidarlo.

Estar casado te convertía en un tipo respetable.

Capítulo 48

Sábado, 10 de enero de 2010

He estado pensando en la redacción de las invitaciones a la boda -dijo Cleo desde la cocina.

– ¡Qué bien! -dijo Roy Grace-. ¿Quieres que le eche un vistazo?

– Ya nos lo miraremos cuando hayas cenado.

Él sonrió. Una cosa que estaba aprendiendo de Cleo era que le gustaba planificar las cosas con mucha antelación. Apenas iba a quedarles tiempo entre la boda y el nacimiento del niño. Ni siquiera podían fijar una fecha exacta por culpa de todo el papeleo necesario para conseguir que declararan a Sandy legalmente muerta.

Humphrey descansaba satisfecho a su lado, tendido en el suelo del salón, con una mueca que le daba un aspecto bobalicón, con la cabeza ladeada y la lengua medio salida. Roy acarició el cálido y suave vientre de la feliz criatura, mientras un político laborista echaba su sermón desde la pantalla plana del televisor en las noticias de las diez.

Pero él no escuchaba. Allí sentado, sin chaqueta y con la corbata aflojada, dejaba volar la mente, pensando en la reunión de la tarde, con las hojas que se había traído del trabajo extendidas sobre el sofá, a su lado. En particular, estaba cavilando sobre los puntos en común entre el Hombre del Zapato y el nuevo agresor. Una serie de preguntas sin respuesta le mantenían ocupado.

Si el Hombre del Zapato había vuelto, ¿dónde se había metido los últimos doce años? Y si se había quedado en la ciudad, ¿por qué había dejado de delinquir tanto tiempo?

¿Podía ser que hubiera violado a otras víctimas y que estas no hubieran presentado denuncia?

Parecía poco probable. Sin embargo, hasta ahora no habían encontrado en la base de datos nacional violadores que tuvieran un modus operandi similar. Por supuesto, podría haberse ido al extranjero, y para constatarlo necesitarían una cantidad de tiempo y de medios enormes.

No obstante, esa tarde se había enterado de que había un sospechoso potencial en la ciudad, tras el análisis de las bases de datos del VISOR -el registro de agresiones sexuales y violentas- y el MAPPA.

El MAPPA, que era el programa de colaboración entre los cuerpos de seguridad británicos, indicaba la fecha de liberación de los agresores sexuales y de delitos violentos tras cumplir condena, y los clasificaba en tres categorías. El nivel 1 era el de reclusos en libertad condicional con bajo riesgo de volver a delinquir, sometidos a seguimiento para asegurarse de que cumplían con las obligaciones de la condicional. En el nivel 2 estaban los que se consideraba que necesitaban un seguimiento moderadamente activo. Y el nivel 3 era el de los que presentaban un alto riesgo de volver a delinquir.

Zoratti había descubierto que había alguien de un nivel 2 al que se le había concedido la condicional en la prisión de Ford Open tras cumplir tres años de una sentencia de seis, en su mayor parte en Lewes, por robo y agresión sexuaclass="underline" Darren Spicer, ladrón profesional y traficante de drogas. Había intentado besar a un§ mujer tras entrar a robar en su casa, y había tenido que salir corriendo al reaccionar ella y apretar un botón de alarma oculto. Posteriormente, la mujer le había identificado en una rueda de reconocimiento.

Habían pasado una petición urgente al Servicio de Seguimiento de la Libertad Condicional para obtener el lugar de residencia actual de Spicer. Pero aunque valía la pena interrogarlo, Grace no estaba convencido de que fuera su hombre. Había estado entrando y saliendo de la cárcel varias veces en los últimos doce años. ¿Cómo es que no había delinquido en los periodos intermedios? Y bajo su punto de vista, aún más importante era el hecho de que el tipo no tenía ningún antecedente de agresiones sexuales. Aquel último delito, que había contribuido a aumentar la pena de reclusión, parecía ser algo excepcional en su trayectoria -aunque, por supuesto, no tenían ninguna certeza de aquello-. Teniendo en cuenta la triste estadística que decía que solo el seis por ciento de las víctimas de violación denunciaban las agresiones, era muy posible que hubiera cometido delitos similares y que no hubiera pagado por ello.

Luego pensó en la teoría del suplantador. Había algo que le inquietaba mucho: las páginas que faltaban en el dosier del caso Rachael Ryan. Sí, era posible que simplemente estuvieran mal archivadas. Pero cabía la posibilidad de que hubiera un motivo más oscuro. ¿Podía ser que el propio Hombre del Zapato hubiera tenido acceso al dosier y que hubiera eliminado algo que pudiera incriminarlo? Si había tenido acceso a aquellos documentos, también podía acceder al dosier completo.

¿O sería otra persona que no tuviera nada que ver? ¿Algún ser retorcido que hubiera decidido copiar el modus operandi del Hombre del Zapato?

¿Quién?

¿Algún miembro de su equipo de confianza? No lo creía, pero, por supuesto, no podía descartar la posibilidad. Había mucha otra gente que tenía acceso al Centro de Delitos Graves -otros agentes, personal de apoyo y de limpieza-. Se dio cuenta de que resolver aquel misterio era una prioridad.

– ¿Ya estás listo para la cena, cariño? -dijo Cleo desde la cocina.

Le estaba haciendo un filete de atún a la parrilla. Roy vio en ello un indicio de que quizá se iba a librar por fin de los curris. El aroma a especias indias había desaparecido, y ahora había un fuerte olor a leña procedente del fuego que había encendido Cleo en la chimenea antes de su llegada, junto al agradable olor a velas aromáticas que ardían en diferentes puntos de la sala.