Él sonrió. Así que le gustaban las películas de terror. ¡Bueno, entonces quizás hasta disfrutara con el numerito que tenía pensado para ella! Aunque su intención no era darle placer.
– No, el coche va bien, ya está arreglado. Yo recogeré la comida. Le diré que no nos cobre las algas. La semana pasada se olvidaron. Sí, vale, salsa de soja. Ya le diré que ponga de más.
Sonó el teléfono de él. Miró la pantalla. Trabajo. Apretó el botón rojo, accionando el buzón de voz.
Luego echó un vistazo al ejemplar del Argus que se acababa de comprar. El titular de primera página anunciaba:
La Policía aumenta la vigilancia
tras la tercera violación en la ciudad
Frunció el ceño y empezó a leer. El tercer ataque, registrado el fin de semana, había sido en la atracción del Tren Fantasma, en el embarcadero. Se especulaba con que pudiera haber regresado el Hombre del Zapato, que en 1997 y 1998 había cometido cuatro.-o quizá cinco- violaciones, y posiblemente muchas más nunca denunciadas. El superintendente de policía Roy Grace, oficial al cargo, afirmaba que era demasiado pronto para afirmarlo. Estaban siguiendo diferentes líneas de investigación, decía, y aseguraba que estaban usando todos los recursos a disposición de la Policía de Sussex. La seguridad de las mujeres de la ciudad era su prioridad absoluta.
Entonces, el siguiente párrafo le hizo dar un brinco.
En declaraciones en exclusiva para el Argus, el superintendente Grace afirmó que el agresor tiene una deformidad sexual. No dio datos específicos, pero este reportero pudo averiguar que tenía que ver con las dimensiones del órgano sexual, excepcionalmente pequeñas. Añadió que era un rasgo que cualquier mujer que hubiera tenido relaciones con él recordaría. Un psicólogo consultado ha confirmado que esa deficiencia podría llevar a un individuo a buscar una compensación por medios violentos. La Policía ha hecho un llamamiento a cualquier persona que crea que pueda conocer a alguien con esas características para que llame al 0845 6070999 y pregunte por el Centro de Investigaciones de la Operación Pez Espada, o que realice una llamada anónima al número de Crimestoppers.
Su teléfono emitió dos pitidos que confirmaban la recepción de un mensaje. Hizo caso omiso, con la mirada fija en el periódico y preso de una rabia creciente. «¿Deformidad sexual?» ¿Era eso lo que iba a pensar todo el mundo de él? Bueno, a lo mejor el superintendente Grace tendría problemas de desarrollo en otro órgano: el cerebro. No le había podido coger doce años atrás, y no iba a cogerle ahora. «Polla pequeña, cerebro grande, señor Grace». Leyó el artículo de nuevo, hasta la última coma, palabra por palabra. Y luego otra vez. Y otra.
Una voz femenina con un acento surafricano y un tono amable le sobresaltó de pronto:
– ¿Ya sabe lo que quiere, señora?
Levantó la vista y vio la cara de la camarera. Luego miró hacia la mesa de la ventana. Billy Solitaria se había ido.
No importaba. Sabía dónde encontrarla más tarde. En el aparcamiento del estadio de Withdean, esta tarde, tras el partido de squash. Era un buen aparcamiento, abierto y enorme. Estaría tranquilo a esa hora del día, y muy oscuro. Con un poco de suerte quizás encontrara sitio junto al Ford Ka negro de aquella zorra.
Levantó la vista y miró a la camarera.
– Sí, tomaré un filete poco hecho y patatas fritas.
– Lo siento, pero el restaurante es vegetariano.
– Entonces, ¿qué coño estoy haciendo aquí? -dijo, olvidándose de poner voz femenina.
Se puso en pie y salió del local, indignado.
Capítulo 63
Al final de Kensington Place giró a la izquierda y siguió por Trafalgar Street, buscando una cabina. Encontró una al final de la calle y se metió dentro. Contra el cristal había diversas tarjetas con señoritas medio desnudas ofreciendo «clases de francés», «masaje oriental» y «clases de disciplina».
– ¡Putas! -exclamó, mirando de un lado al otro.
Tardó un momento en concentrarse de nuevo y recordar que tenía que hacer una llamada. Buscó en su bolsillo una moneda y metió la única que encontró, de una libra, en la ranura. Luego, aún temblando de la rabia, buscó el número que daban en el artículo del Argus y lo marcó.
Cuando le respondieron, pidió que le pasaran con el Centro de Investigaciones de la Operación Pez Espada y esperó.
A los tres tonos, una voz masculina le respondió:
– Centro de Investigaciones, agente Nicholl.
– Quiero que le dé un mensaje al superintendente Grace.
– Sí, señor. ¿Puedo saber quién le llama?
Esperó un momento y dejó que pasara un coche patrulla que iba a toda velocidad y con la sirena a todo trapo; luego dejó su mensaje, colgó y salió de la cabina a paso ligero.
Capítulo 64
Todo el equipo presente en la reunión de las 18.30 de la Operación Pez Espada, reunido en la SR-1, guardó silencio mientras Roy Grace accionaba el interruptor de la grabadora. La cinta que habían enviado del Centro de Gestión de Llamadas se puso en marcha.
Se oyó un ruido de fondo de tráfico y luego la voz de un hombre tranquilo, que hablaba como si estuviera haciendo un esfuerzo por mantener la calma. El ruido del tráfico hacía difícil oír claramente sus palabras: «Quiero que le dé un mensaje al superintendente Grace», dijo el hombre.
La voz de Nick Nicholl respondió: «Sí señor. ¿Puedo saber quién le llama?».
Unos momentos de silencio, salvo por el ruido ensordecedor de una sirena de fondo; luego la voz del hombre otra vez, esta vez más fuerte: «Dígale que la verdad es que no es pequeña».
A continuación se oyó el duro sonido del teléfono al colgar, un clic marcado, y la línea se quedó muda.
Nadie sonrió.
– ¿Es auténtica o se trata de algún impostor? -preguntó Potting.
– Yo apostaría a que es auténtica, por el modo en que habla -dijo el doctor Proudfoot tras unos momentos.
– ¿Podemos volver a oírla, jefe? -solicitó Foreman.
Grace volvió a poner la cinta. Cuando acabó, se dirigió a Proudfoot:
– ¿Le dice algo?
El psicólogo forense asintió.
– Bueno, sí, bastante. En primer lugar, suponiendo que sea él, quiere decir que ha conseguido usted hacerle reaccionar. Por eso creo que es auténtica, y no la llamada de un impostor. El tono denota una rabia genuina. Muestra mucha emoción.
– Esa era mi intención, hacerle reaccionar.
– Lo puede ver en la voz, en el modo en que aumenta la cadencia de las palabras -prosiguió el psicólogo-. Tiene mucha rabia contenida. Y el hecho de que, al colgar, el auricular hiciera tanto ruido probablemente indique que le estaba temblando la mano de la rabia. También he observado que está nervioso, que se siente presionado… y que le ha tocado la fibra. ¿Es cierta esa información sobre él? ¿Es algo procedente de las declaraciones de las víctimas?
– No se han extendido tanto, pero sí, es lo que se deduce de las declaraciones de las víctimas de 1997 y de ahora.
– ¿Cómo se te ha ocurrido darle eso al Argus, Roy? -preguntó Emma-Jane Boutwood.
– Porque sospecho que este monstruo se cree muy listo. Sus agresiones pasadas quedaron impunes y está seguro de que le va a ocurrir lo mismo con estas. Si el doctor Proudfoot tiene razón y es también el autor de la violación del Tren Fantasma, está claro que está aumentando la velocidad y arriesgando cada vez más en sus agresiones. Quería darle un poco en el ego; quizá, con un poco de suerte, cometa algún fallo. La gente enfadada suele cometer más errores.