Ellen volvió a apretar el mando. Apareció una secuencia de imágenes en blanco y negro y con algo de grano. Mostraban a diferentes personas con maletas haciendo cola en el mostrador principal del hotel. Dejó el mando, cogió un puntero láser y situó el punto rojo sobre la cabeza de una figura femenina de la cola. Tenía una melena rubia y vaporosa hasta los hombros, unas gafas de sol enormes que le tapaban gran parte de la mitad superior del rostro y un chal alrededor del cuello que ocultaba gran parte de la boca y de la barbilla.
– Creo que esta es Marsha Morris, registrándose en el Metropole el 31 de diciembre a las 15.00, hace poco más de dos semanas. Fíjense bien en el cabello, ¿de acuerdo?
Apretó el mando y la escena cambió a una imagen de vídeo con saltos de imagen de una de las principales zonas comerciales de Brighton, East Street.
– Me encontré con esto mientras analizaba imágenes de todas las cámaras próximas a las zapaterías de la ciudad. Hay muchas en un radio de unos doscientos metros desde el punto donde está esta cámara en particular, entre ellas Last, L. K. Bennett, Russell and Bromley y Jones. Ahora miren esta grabación.
En la siguiente secuencia de fotogramas, una mujer de unos cuarenta años, elegantemente vestida, con el cabello rubio al viento, un largo abrigo oscuro y unas botas de tacón alto, caminaba con tranquilidad hacia la cámara y luego la dejaba atrás.
– Esa es Dee Burchmore, a la que agredieron ayer -constató Ellen Zoratti-. Esta grabación se realizó el sábado pasado, 10 de enero. ¡No dejen de mirar!
Un momento más tarde, una mujer delgada de melena clara y voluminosa, vestida con un largo abrigo de camello y con un chal alrededor del cuello, con un bolso al hombro y botas brillantes, apareció en la imagen. Tenía un aspecto decidido, como si fuera a cumplir una misión.
Un instante más tarde chocó con un hombre que caminaba en dirección contraria y cayó de bruces. La voluminosa melena, que era una peluca, acabó en el suelo. Un peatón se detuvo, tapando la imagen de la cabeza descubierta del hombre.
Al cabo de unos segundos ya había agarrado la peluca y se la había vuelto a poner -algo torcida- de un manotazo. Se puso de nuevo en pie, echó un vistazo al bolso y, un instante después, salió de la imagen, con las manos en la cabeza, colocándose bien la peluca.
Dado el ángulo de la cámara y la mala calidad de la imagen, era imposible distinguir sus rasgos. Eso sí, eran claramente masculinos.
– ¿Marsha Morris? -preguntó Michael Foreman.
– A los maricones siempre los delata la nuez -dijo Potting-. No falla.
– En realidad, Norman, he leído que ahora hay quien se la opera -precisó Bella Moy-. Por lo menos pueden reducírsela. Y no tengo muy claro por qué los llamas «maricones».
– Esa persona llevaba cuello alto -señaló Nicholl, sin hacer caso-. Tuviera nuez o no, no se podía ver.
– ¿Esa es la imagen mejorada, Ellen? -dijo Grace.
– Me temo que sí, señor. Es la más clara que me ha podido proporcionar el laboratorio. No es estupenda, pero nos dice un par de cosas importantes. La primera es que el Hombre del Zapato podría acechar a sus víctimas vestido de mujer. La segunda es que la señora Burchmore compró unos zapatos caros aquel día. Eche un vistazo a la secuencia siguiente. La calidad de la imagen tampoco es muy buena. La tomaron las cámaras de circuito cerrado de la tienda.
Apretó el mando a distancia y en la pantalla apareció el interior de una zapatería, otra vez en una secuencia de planos de una cámara estática.
– Esta es de una de las tiendas Profile, en Duke's Lane -dijo Ellen.
Había una mujer rubia sentada en una silla, con algo que parecía un iPhone o una BlackBerry en las manos, tecleando. Ellen apuntó a su rostro con el láser rojo.
– Esta es Dee Burchmore, cinco minutos después de la secuencia que acaban de ver en East Street.
Una dependienta apareció en la imagen, con un par de zapatos de tacón alto en las manos. En un segundo plano, la cámara mostraba a una mujer con un peinado voluminoso, bouffant, abrigo largo, gafas oscuras y con un chal que le tapaba gran parte de la mitad inferior del rostro. Entró en la tienda. Era la misma persona que acababan de ver cayéndose por el suelo.
Ellen la señaló con el láser.
– ¡Es nuestra amiga Marsha Morris otra vez! -exclamó Foreman-. ¡Con la peluca bien puesta!
Observaron al travestido que se movía en segundo plano, mientras Dee Burchmore compraba sus zapatos. Entonces se puso a charlar con la vendedora en la caja, mientras la joven introducía sus datos en el teclado del ordenador. Marsha Morris estaba muy cerca, fingiendo que examinaba unos zapatos, pero evidentemente estaba escuchando.
Entonces Dee Burchmore se fue con su compra en una bolsa.
A los pocos segundos, Marsha Morris también se marchó. Ellen detuvo la cinta.
– ¿Sabemos si la persona que atacó a Dee Burchmore ayer iba disfrazada de mujer? -preguntó Potting.
– Llevaba un pasamontañas oscuro con agujeros para los ojos -respondió Westmore-. Es la única descripción que nos ha podido dar hasta ahora. Pero históricamente las dos únicas agresiones en las que el Hombre del Zapato se había travestido han sido la del Grand Hotel, en 1997, y la de este Año Nuevo, en el Metropole. Ninguna de las otras víctimas ha mencionado que fuera vestido de mujer.
– Yo creo que usa ese atuendo como disfraz -afirmó Proudfoot-. No como una gratificación sexual. Le ayuda a entrar en las zapaterías de señoras sin que sospechen y es un buen disfraz para los hoteles.
Grace asintió.
– Si repasamos los datos de 1997, la víctima a la que atacó en el aparcamiento de Churchill Square era una persona de hábitos fijos. Siempre aparcaba en el mismo sitio, en la planta superior, porque era la que estaba más vacía. Ahí hay un paralelismo con Dee Burchmore, que siempre aparcaba en el nivel 2 del aparcamiento de detrás del Grand Hotel. Ambas facilitaban mucho el trabajo a quien quisiera acecharlas.
– Dee me ha dicho que suele informar de sus movimientos con regularidad en las páginas de redes sociales como Facebook o Twitter -añadió la agente Westmore-. He echado un vistazo a algunos de sus posts de la semana pasada, y realmente no haría falta ser un genio para saber dónde se iba a encontrar prácticamente a cada hora. Las tres víctimas anteriores también llevaban un tiempo en Facebook, y Mandy Thorpe usaba Twitter con cierta regularidad.
– Así pues, hemos reducido la búsqueda de la próxima víctima del Hombre del Zapato: tenemos que encontrar a alguien que se haya comprado un par de zapatos caros la semana pasada y que se conecte a Facebook, a Twitter o a los dos -concluyó Nicholl con una mueca sarcástica.
– Podríamos ser algo más específicos -rebatió Zoratti-. La edad de las víctimas podría ser significativa. Nicola Taylor tiene treinta y ocho años; Roxy Pearce, treinta y seis; Mandy Thorpe, veinte; y Dee Burchmore, cuarenta y dos. Estas cuatro edades se corresponden bastante con las de las víctimas del Hombre del Zapato en 1997.
La analista hizo una pausa para que asimilaran el nuevo dato, luego prosiguió:
– Si el superintendente Grace tiene razón en que Rachael Ryan fue la quinta víctima del Hombre del Zapato en 1997, a lo mejor eso nos puede ayudar a estrechar la búsqueda de su próxima víctima en la actualidad…, suponiendo que haya una más.
– La habrá -afirmó Proudfoot, convencido.
– Rachael Ryan tenía veintidós años -dijo Ellen, que se giró hacia el psicólogo forense-. Doctor Proudfoot, ya nos ha dicho que cree que el Hombre del Zapato podría estar repitiendo su patrón porque esa es su «zona cómoda». ¿Podría ser extensiva esa idea a la edad de su próxima víctima? ¿Alguien que tenga una edad parecida a la de su quinta víctima de 1997? ¿Unos veintidós años?