Estaba listo. Después del mal trago del jueves, esta vez lo había planeado todo con mucho más cuidado, tal como hacía normalmente. Lo tenía todo pensado, estaba seguro.
Capítulo 96
– ¡ Eh! -gritó Yac, hecho una furia-. ¡Eh! ¡Eh!
No podía creérselo. ¡Se estaba yendo sin pagar! La había traído desde Lancing, una carrera de veinticuatro libras y, al parar en la dirección que le había dado, había abierto la puerta de atrás y había echado a correr.
¡Por ahí no iba a pasar!
Se quitó el cinturón de golpe, abrió la puerta de un empujón y salió trastabillando, agitándose de rabia. Sin apagar siquiera el motor ni cerrar la puerta, salió corriendo tras aquella silueta que se perdía en la distancia.
Ella corrió por el asfalto, cuesta abajo, y luego giró a la izquierda por la concurrida Saint George's Road, que estaba más iluminada, con tiendas y restaurantes en ambos lados. Yac esquivó a varias personas y ganó terreno. La chica miró por encima del hombro y de pronto se lanzó a la calzada, justo por delante de un autobús, que le soltó un bocinazo. A Yac no le importaba; la siguió, corriendo entre la parte trasera del autobús y el coche que le seguía, que soltó un sonoro frenazo.
¡Iba a atraparla!
Pensó que era una lástima no llevar la llave de las ruedas encima. ¡Con eso sí que le daría caza!
Entre ellos había apenas unos pocos metros.
En uno de los colegios a los que había ido le habían hecho jugar al rugby, deporte que odiaba. Pero se le daban bien los placajes. Se le daba tan bien que le prohibieron seguir jugando, porque decían que hacía daño a los otros niños y que los asustaba.
Ella le echó otra mirada, con la cara iluminada por la luz de una farola. En ella vio miedo.
Estaban dirigiéndose a otra oscura calle residencial, hacia las intensas luces del paseo marítimo, Marine Parade. Yac no llegó a oír los pasos que se le acercaban por detrás. No vio a los dos hombres con vaqueros y anoraks que aparecieron frente a la chica al final de la calle. Él estaba concentrado en su dinero.
En sus veinticuatro libras.
Esa no se iba a ir de rositas.
¡Cada vez más cerca!
¡Ya la tenía!
Alargó la mano y se la plantó en el hombro. La oyó chillar de miedo.
Luego, de pronto, unos brazos como tenazas le agarraron por la cintura. Cayó de bruces sobre el asfalto, sin poder respirar por la presión del tremendo peso que le había caído sobre la columna.
Entonces le tiraron de los brazos hacia atrás con fuerza. Sintió el frío acero alrededor de las muñecas. Oyó un chasquido y luego otro.
Lo pusieron en pie tirando bruscamente de él. La cara le ardía y le dolía todo el cuerpo.
Alrededor tenía a tres hombres, jadeando, sin aliento. Uno de ellos le agarraba el brazo tan fuerte que le hacía daño.
– John Kerridge -dijo este-. Queda detenido como sospechoso de agresión sexual y violación. No está obligado a hacer declaraciones, pero cualquier información que omita en su interrogatorio y declare luego ante un tribunal puede tener consecuencias perjudiciales para su defensa. Todo lo que diga puede ser utilizado en su contra. ¿Está claro?
Capítulo 97
De pronto la vio. Estaba doblando la esquina corriendo a ritmo suave: vista con sus binoculares de visión nocturna era una esbelta figura verde contra los tonos grises de la oscuridad.
Se giró, aterrado ante la posibilidad de que pudiera suceder algo, y echó una rápida mirada a ambos lados de la calle. Aparte de Jessie, que se le acercaba rápidamente, estaba desierta.
Corrió la puerta lateral, agarró la falsa nevera con ambos brazos y bajó al bordillo dando un paso atrás y tambaleándose; luego soltó un grito de dolor:
– ¡Ay, mi espalda, mi espalda! ¡Dios mío, ayuda!
Jessie se paró de golpe al ver a alguien vestido con anorak, vaqueros y gorra de béisbol que parecía tener problemas para sostener una nevera a medio sacar de una furgoneta Volkswagen.
– ¡Ay, Dios! -volvió a gritar.
– ¿Puedo ayudarle? -preguntó ella.
– Por favor, rápido. ¡No puedo con ella!
Ella se acercó a toda prisa para ayudarle, pero cuando tocó la nevera el tacto le resultó extraño, para nada el de una nevera.
Una mano la agarró por la nuca, tirando de ella hacia el interior de la furgoneta. Ella cayó revolviéndose y se golpeó la cabeza contra algo duro y sólido. Antes de que pudiera recuperar la conciencia, le cayó un gran peso en la espalda que la aplastó; a continuación le colocaron algo dulce y húmedo contra la cara, algo que le irritaba la nariz y la garganta y que la hacía llorar.
El pánico se apoderó de ella.
Intentó recordar los movimientos que había aprendido. Aún llevaba poco tiempo yendo a clases de kick-boxing, era una novata, pero había aprendido un concepto básico: «Cúrvate antes de golpear». El golpe, por si solo, no desarrolla suficiente energía. Primero había que acercar las rodillas al cuerpo y luego lanzar las piernas. Tosiendo, escupiendo, intentando no aspirar aquel vapor tóxico y penetrante, aunque ya algo mareada, pegó los codos al cuerpo y rodó hacia un lado, intentando liberarse. Ya veía borroso, pero flexionó las rodillas y luego soltó una fuerte patada.
Sintió que había dado contra algo. Oyó un gruñido de dolor, y algo que caía por el suelo. Volvió a golpear, se quitó aquellas manos de la cabeza, se revolvió, cada vez más mareada y débil. Volvía a tener aquella cosa húmeda y dulce pegada al rostro, irritándole los ojos. Se echó hacia un lado, liberándose, golpeando duro con ambos pies a la vez, aún más mareada.
El peso que tenía sobre la espalda cedió. Oyó algo que se deslizaba, y luego el ruido de la puerta al cerrarse. Intentó levantarse. Una cara enmascarada la miraba a través de unas ranuras practicadas a la altura de los ojos. Intentó gritar, pero su cerebro iba a cámara lenta y había perdido la conexión con su boca. No pudo emitir ningún sonido. Se quedó mirando el pasamontañas negro. Lo veía todo borroso. Su cerebro intentaba procesar lo que estaba pasando, pero en el interior de su cabeza todo daba vueltas. Sentía un profundo torpor y unas terribles náuseas.
Entonces notó de nuevo aquella cosa húmeda, viscosa y penetrante.
Se quedó sin fuerzas, atrapada en un vórtice negro, cayendo cada vez más hondo. Sumiéndose en un abismo insondable.
Capítulo 98
En la sala de operaciones de la comisaría central de Brighton había un ambiente casi de fiesta. Grace ordenó al equipo de vigilancia que se retirara; podían volverse a casa. Pero no estaba de humor para compartir su euforia, y tardaría aún un rato en volverse a casa.
El tal John Kerridge -Yac- le había tocado las narices desde el principio. Le habían soltado demasiado rápido, sin interrogarlo e investigarlo a fondo. Menos mal que habían pillado a aquel monstruo antes de que pudiera hacer daño a otra víctima, o habrían quedado aún peor ante la opinión pública.
Tal como estaban las cosas tendrían que responder a unas cuantas preguntas difíciles, y él tendría que encargarse de buscar respuestas convincentes.
Se maldecía a sí mismo por haber permitido que Norman Potting llevara el interrogatorio inicial, y por haber accedido enseguida a su petición de liberar a Kerridge. A partir de aquel momento participaría activamente, tanto en su planificación como en los interrogatorios en sí.