Выбрать главу

– ¿Basándose solo en la declaración del novio de la chica desaparecida?

– En nuestra búsqueda de Jessie Sheldon, hemos contactado con amigos suyos, a partir de una lista que nos ha dado su novio. La que aparentemente es su mejor amiga recibió un mensaje de texto de Jessie el martes pasado, con una fotografía de un par de zapatos que se había comprado para esta noche. Los zapatos de la fotografía son idénticos al zapato que hemos encontrado en la acera frente a su piso, exactamente donde tuvo lugar el secuestro, según los testigos.

– ¿Está seguro de que el novio no está implicado de ningún modo?

– Sí, se le ha descartado como sospechoso. Y también se ha descartado la implicación de tres de los cuatro sospechosos principales de la investigación del Hombre del Zapato.

Se había confirmado que Cassian Pewe se encontraba en un curso presencial en el Centro de Formación de la Policía en Bramshill. Darren Spicer había vuelto al Centro de Noche Saint Patrick's a las 19.30, hora que no encajaba para poder culparlo, y John Kerridge seguía en custodia preventiva.

La jueza se tomó unos momentos para responder:

– Estas intervenciones se realizan siempre a primera hora de la mañana, generalmente de madrugada, para evitar alterar el orden público. Eso significaría el lunes por la mañana como muy pronto.

– Eso queda muy lejos. Supondría treinta horas antes de que pudiéramos siquiera ponernos a buscar cualquier prueba forense que nos fuera de ayuda. Antes de encontrar coincidencias positivas nos plantaríamos a mediados de la semana que viene, como muy pronto. Creo que cada hora que pasa puede ser esencial. No podemos esperar tanto. Podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

Hubo un largo silencio. Grace sabía que estaba pidiéndole un enorme voto de confianza. Y al hacer aquella petición él también se la estaba jugando. Aún no estaba seguro al cien por cien de que Jessie Sheldon hubiera sido secuestrada. Además, lo más probable era que, después de doce años, no quedaran pruebas forenses que pudieran ser de utilidad a la investigación. Pero había hablado con Joan Major, la arqueóloga forense a la que consultaba regularmente el D.I.C. de Sussex, y ella le había dicho que valía la pena intentarlo.

Con todas las presiones que estaba recibiendo, tenía que agarrarse a cualquier probable indicio. Pero estaba convencido de que lo que estaba solicitando era mucho más que eso.

La voz de la jueza adquirió un tono aún más directo:

– ¿Quiere hacer esta operación en un cementerio público en domingo y a plena luz del día, superintendente? ¿Cómo cree que se van a sentir los familiares afligidos que estén visitando las tumbas de sus seres queridos en el Día del Señor?

– Estoy seguro de que podemos provocar cierta consternación -respondió-. Pero nada comparable con lo que estará pasando esa joven, Jessie Sheldon, que ha desaparecido. Creo que el Hombre del Zapato puede haberla secuestrado. Podría equivocarme. También puede ser que lleguemos ya demasiado tarde. Pero si hay una ocasión de salvarle la vida, me parece que eso justifica herir por un momento los sentimientos de unos cuantos familiares afligidos que probablemente después del cementerio se vayan al ASDA o al Tesco, o allá donde suelan ir a hacer la compra en el «Día del Señor» -dijo, dejando clara su postura.

– Muy bien -dijo ella-. Firmaré la orden. Pero sea todo lo discreto que pueda. Estoy seguro de que lo será.

– Por supuesto.

– Le veré en mi despacho dentro de media hora. Supongo que es la primera vez que se encuentra con uno de estos procedimientos.

– Pues sí.

– No tiene idea de la cantidad de papeleo que suponen.

Grace sí la tenía. Pero en aquel momento le preocupaba más salvar la vida de Jessie Sheldon que dar gusto a un puñado de chupatintas. Aun así, no quiso arriesgarse a hacer algún comentario corrosivo. Le dio las gracias a la jueza y le dijo que estaría allí al cabo de media hora.

Capítulo 105

Domingo, 18 de enero de 2010

Jessie oyó el sonido metálico de la puerta lateral de la furgoneta al abrirse. Luego el vehículo se balanceó un poco y oyó unos pasos a su lado. Estaba temblando de terror.

Un instante más tarde le deslumbró el haz de luz de la linterna, que enfocaba directamente a su cara.

– ¡Qué peste! -exclamó el hombre, furioso-. Hueles a meado. Te has meado encima, guarra asquerosa.

Apartó el rayo de luz de su rostro. Jessie levantó la cabeza, parpadeando. Ahora él se enfocaba el rostro encapuchado con el rayo de luz deliberadamente, para que le viera.

– No me gustan las mujeres sucias -anunció-. Y ese es tu problema, ¿verdad? Todas sois unas guarras. ¿Cómo esperas darme placer si apestas de este modo?

Ella rogó con la mirada: «Por favor, desátame. Por favor, quítame la mordaza. Haré lo que sea. No me resistiré. Haré lo que sea. Por favor. Haré lo que tú quieras, y luego me dejas ir. ¿Vale? ¿De acuerdo? ¿Tenemos un trato?».

De pronto sintió unas ganas terribles de volver a orinar, aunque no había bebido nada en lo que le había parecido una eternidad, y tenía la boca toda seca. ¿Qué hora sería? Supuso que por la mañana, a juzgar por la luz que había inundado fugazmente la furgoneta unos minutos antes.

– Hoy tengo una comida de domingo -dijo-. No dispongo de tiempo de arreglarte y limpiarte. Tendré que volver más tarde. Lástima que no pueda invitarte. ¿Tienes hambre?

Volvió a enfocarle la cara con la linterna.

Ella rogo con la mirada que le diera agua. Intentó articular la palabra tras la mordaza, desde la garganta, pero lo único que salió fue un gemido ondulante.

Estaba desesperada por beber agua. Y se agitaba, intentando controlar la vejiga.

– No entiendo muy bien lo que dices. ¿Que me aproveche la comida?

– Grnnnnmmmmmoooowhhh.

– ¡Qué detalle por tu parte!

Jessie volvió a rogarle con la mirada: «Agua. Agua».

– Probablemente quieras agua. Supongo que es eso lo que dices. El problema es que, si te traigo agua, vas a mearte otra vez, ¿no?

Ella sacudió la cabeza.

– ¿No? Bueno, pues ya veremos. Si me prometes que te portarás bien, quizá luego te traiga un poco.

Jessie siguió intentando controlar la vejiga desesperadamente. Pero en el momento en que oyó el ruido de la puerta corredera al cerrarse, sintió de nuevo un goteo cálido extendiéndose por su entrepierna.

Capítulo 106

Domingo, 18 de enero de 2010

El Lawn Memorial Cemetery de Woodingdean estaba situado en alto, al este de Brighton, y ofrecía buenas vistas del canal de la Mancha. «No es que los residentes del cementerio vayan a apreciar las vistas», pensó apesadumbrado Roy, vestido con su traje de papel azul con capucha y cremallera hasta el cuello, mientras salía de la larga tienda azul en forma de oruga sacudida por el viento y pasaba a la que habían designado como vestidor y zona de refresco.

La jueza no se había equivocado en cuanto a la burocracia que conllevaba consigo una exhumación. Conseguir la orden y firmarla era la parte fácil. Mucho más difícil era conseguir el equipo necesario en un domingo por la mañana.

Estaba la empresa comercial especializada en exhumaciones, cuyo negocio principal era el traslado de fosas comunes para liberar terrenos de construcción, o para vaciar los cementerios de iglesias desconsagradas. Pero no iban a empezar hasta el día siguiente sin cargar unos suplementos prohibitivos.

Grace no estaba dispuesto a esperar. Llamó a su subdirector Rigg, que accedió a asumir los costes.

El equipo reunido para la reunión que había celebrado en John Street una hora antes era considerable: un oficial del juzgado, dos agentes de la Científica (uno de ellos fotógrafo forense), una mujer del Departamento de Medio Ambiente (que dejó claro que le molestaba profundamente sacrificar su domingo), un funcionario del Ministerio de Sanidad (cuya presencia hacía necesaria la nueva legislación) y, dado que era un terreno consagrado, un clérigo. También estaban presentes la arqueóloga forense Joan Major y Glenn Branson, a quien había puesto a cargo del control de los transeúntes, así como Foreman, al que había nombrado observador oficial.