– ¿Qué es un trío de cuerda ruso, Tania?
Tatiana sonríe y lo mira a los ojos.
– No lo sé. ¿Qué?
– Un cuarteto que ha vuelto de Europa.
Tatiana clava la mirada en sus ojos.
– ¿Qué pasa cuando cruzas a un oso blanco con un oso negro? -continúa Alexander.
– Déjate de osos…
Los brazos de Alexander la rodean.
– ¿Qué te pasa, mi amor? -le pregunta Tatiana, estrechándolo con cariño.
Los ojos de Alexander son del color del jarabe de chocolate.
Tatiana vuelve a besarle el torso.
Él no deja de abrazarla.
– Estoy aquí -susurra Tatiana-. Aquí para siempre. Siénteme, soldado.
Alexander la estrecha contra él con más fuerza si cabe, le hace alzar la cara y se inclina para besarla.
– Te estoy sintiendo, Tatiasha -dice.
Los dos ardieron en llamas y resurgieron de sus cenizas, convertidos en huérfanos, pero más afectuosos y felices, más apasionados y más íntegros de lo que eran antes. Ellos, que en otro tiempo se bautizaron en las aguas del Kama, supieron alejar un sufrimiento tan antiguo como las pirámides, y de las ruinas de la pena extrajeron el amor que habían dejado atrás después de pasar toda una vida buscando el camino de vuelta.
Se sienten como si hubieran andado errantes por el mundo durante quinientos años, entre mil pérdidas y mil sufrimientos, pero también saben que han amado sin dudas ni temores, con un amor que es el testamento que se conceden el uno al otro y el monumento que erigen a Dios.
Alexander besa a Tatiana y vuelve a estar en Luga, tumbado sobre ella, besándola por primera vez. Tatiana lo besa y está de nuevo en Lazarevo, riendo, con la cabeza cubierta por la gorra de oficial de Alexander.
Aunque mucho perdimos, mucho queda. Y aunque ya no tenemos aquel vigor capaz de mover los cielos y la tierra, seguimos siendo lo que somos…
Indoblegables.
Barrington, Leningrado, Luga, Ladoga, Lazarevo, Ellis, Swietokryzst, Sachsenhausen, Sonora, los hermanos y los padres muertos, todo ha quedado grabado en sus almas y en sus rostros, y como la luna mercurial, como Júpiter sobre la isla de Maui, como la constelación de Perseo con sus estrellas azules y sonrientes, próximas a la implosión… todo sigue en pie mientras el viento estelar sopla sobre los Urales y el Kama, sobre la tierra y los océanos, y al atravesar el firmamento plateado murmura…
– Tatiana…
– Alexander…
Y el jinete de bronce ha dejado de galopar.
Paullina Simons