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—Por favor, vete a otro sitio —dijo el astrónomo.

Williams se echó de golpe sobre la silla. Se inclinó hacia delante apoyándose en ambos codos.

—No sabes qué día es —dijo—. ¿Verdad?

—Dudo que tú lo sepas, en tus condiciones actuales —le respondió Nilsson en sueco—. La fecha es el Cuatro de julio.

—¡E-e-e-exacto! ¿Sabes qué significa? ¿No? —Williams se volvió hacia Freiwald—. ¿Lo sabes tú, Heinie?

—¿Un aniversario? —aventuró el mecánico.

—Eso es. Un aniversario. ¿Quién lo diría? —Williams levantó su brazo—. Bebed conmigo, vosotros dos. He estado reuniendo para hoy. ¡Bebed!

Freiwald lo miró con simpatía y brindó con él.

Prosit —empezó a decir Nilsson—, Skál. —Pero volvió a poner el licor sobre la mesa y lo miró fijamente.

—Cuatro de julio —dijo Williams—. Día de la Independencia. Mi país. Quise dar una fiesta. A nadie le importaba. Una copa conmigo, quizá dos, luego a su maldita fiesta. —Miró a Nilsson durante un rato—. Sueco —dijo lentamente—, bebe conmigo o te romperé los dientes.

Freiwald puso una mano grande sobre el brazo de Williams. El químico intentó levantarse. Freiwald lo mantuvo donde estaba.

—Calma, doctor Williams —le pidió amablemente el mecánico—. Si quiere celebrar su día nacional, por supuesto que estaremos contentos de brindar con usted. ¿Verdad, señor? —añadió para Nilsson.

El astrónomo adoptó un tono adusto.

—Sé cuál es el problema. Me lo contó antes de partir un hombre que sabía lo que pasaba. Frustración. No podía aguantar los métodos modernos de administración.

—Maldita burocracia del estado del bienestar —dijo Williams con hipo.

—Comenzó a soñar con la era imperial y soberana de su país —siguió Nilsson—. Fantaseó sobre el sistema de libre empresa que no creo que existiese nunca. Expresaba ideas políticas reaccionarias. Cuando la Autoridad de Control tuvo que arrestar a varios oficiales americanos de alto rango por conspiración para violar la Alianza…

—Me harté. —El tono de Williams subió hasta convertirse en un grito—. Otra estrella. Un nuevo mundo. La oportunidad de ser libres. Incluso si tengo que viajar con un montón de suecos.

—¿Ves? —Nilsson le sonrió a Freiwald—. No es sino una víctima del nacionalismo romántico con el que nuestro mundo demasiado ordenado se ha estado consolando a sí mismo en la pasada generación. Es una pena que no quedase satisfecho con la ficción histórica o la mala poesía épica.

—¡Romántico! —gritó Williams. Luchó sin éxito para liberarse de Freiwald—. Tú, monstruo de ojos de búho, barriga caída y largo como un palo, ¿qué crees que te ha hecho? ¿Cómo te sentías al ser así, mientras los otros chicos jugaban a ser vikingos? ¡Tu matrimonio salió aún peor que el mío! Y yo aguanté, hijo de puta, yo tenía que ganarme la vida, algo que tú jamás has tenido que hacer… Suéltame y veremos quién es el hombre aquí.

—Por favor —dijo Freiwald—. Bitte. Caballeros. —Estaba de pie, para poder mantener a Williams en su silla. Clavó a Nilsson con la vista—. Y usted, señor —dijo fríamente—. No tiene derecho a hostigarle. Podía haber demostrado la cortesía mínima de brindar por el día de su país.

Nilsson parecía estar a punto de invocar su rango intelectual. Se detuvo al aparecer Jane Sadler. Había estado mirando desde la puerta durante unos minutos. Su expresión hacía que su traje formal pareciese patético.

—Johann te ha dicho la verdad, Elof —dijo—. Mejor vienes conmigo.

—¿A bailar? —escupió Nilsson—. ¿Después de esto?

—Especialmente después de esto. —Inclinó la cabeza—. Me he cansado de tus aires de superioridad, cariño. ¿Intentamos comenzar de nuevo o lo dejamos ahora mismo?

Nilsson murmuró algo pero se levantó y le ofreció el brazo. Ella era un poco más alta que él. Williams se quedó caído en la silla, intentando no llorar.

—Yo me quedaré aquí un rato, Jane, para ver si puedo animarle —le susurró Freiwald.

Ella le dedicó una sonrisa de preocupación.

—Lo harás, Johann. —Habían estados juntos un par de veces antes de que ella se fuese con Nilsson—. Gracias.

Mantuvieron las miradas un rato. Nilsson agitó los pies y tosió.

—Te veré más tarde —dijo ella y salió.

5

Cuando la Leonora Christine alcanzó una fracción sustancial de la velocidad de la luz, los efectos ópticos se hicieron evidentes al ojo desnudo. Su velocidad y la de los rayos de las estrellas se sumaban vectorialmente; el resultado era la aberración. Excepto para aquellos que estuviesen justo a proa o popa, la posición aparente cambiaba. Las constelaciones se torcían, se hacían grotescas y se fundían, a medida que sus miembros se arrastraban por la oscuridad. Más y más, las estrellas desaparecían de la parte posterior y se acumulaban delante de ella.

El efecto Doppler operaba simultáneamente. Como la nave huía de las ondas de luz que la alcanzaban por la popa, para ella su longitud se incrementaba y su frecuencia se reducía. De la misma forma, las ondas contra las que se encontraba se reducían y aumentaban de frecuencia. De esta forma, los soles a popa parecían más rojos, los de proa más azules.

En el puente había un visor de compensación: el único a bordo, debido a su elaborado diseño. Un ordenador calculaba continuamente el aspecto que tendría el cielo si la nave estuviese inmóvil en aquel punto del espacio, y proyectaba una simulación del mismo. El dispositivo no era para la diversión o el placer; era una valiosa ayuda para la navegación.

Sin embargo, claramente, el ordenador necesitaba datos de donde estaba realmente la nave y a qué velocidad se movía con respecto a los objetos en el cielo. No era fácil saber esas cosas. La velocidad —módulo exacto y dirección exacta— cambiaba con las variaciones en el medio interestelar y con la retroalimentación necesariamente imperfecta de los controles Bussard, así como con el tiempo bajo aceleración. Las desviaciones sobre la ruta calculada eran comparativamente pequeñas; pero en distancias astronómicas, cualquier imprecisión podría acabar añadiéndose a una suma fatal. Debían eliminarse cuando ocurrían.

Por tanto, aquel hombre de barba negra, regordete y esmerado, el oficial de navegación Auguste Boudreau, era uno de los pocos que tenía un trabajo a tiempo completo durante el viaje relacionado con la operación de la nave. No requería realmente que recorriese un círculo lógico: encuentra tu posición y velocidad para que puedas corregir los fenómenos ópticos, para que puedas comprobar tu posición y velocidad. Las galaxias distantes eran sus faros primarios; el análisis estadístico de las observaciones realizadas sobre estrellas individuales cercanas le daba datos adicionales; empleaba realmente la matemática de aproximaciones sucesivas.

Eso lo convertía en un colaborador del capitán Telander, que calculaba y ordenaba los cambios de rumbo necesarios, y del ingeniero jefe Fedoroff, que los ejecutaba. La tarea se realizaba con suavidad. Nadie sentía los ajustes, exceptuando algún diminuto incremento temporal del zumbido apenas perceptible de la nave, y un cambio igualmente pequeño y transitorio en el vector de aceleración, que se manifestaba como si las cubiertas se hubiesen inclinado unos pocos grados.

Además, Boudreau y Fedoroff intentaban mantener el contacto con la Tierra. La Leonora Christine era todavía detectable por instrumentos espaciales en el Sistema Solar. A pesar de las dificultades creadas por los campos, el máser lunar podía todavía alcanzarla para traer preguntas, entretenimientos, noticias y saludos personales. La nave todavía podía contestar con su propio transmisor. De hecho, se esperaba que tales conversaciones de un lado a otro fuesen regulares, una vez que se hubiesen establecido en Beta Virginis. Su precursora innominada no había tenido problemas para enviar información. Lo seguía haciendo justo en ese momento, aunque la nave no podía recibir esa comunicación y la tripulación tenía la intención de leer las cintas de la sonda cuando llegasen.