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»Supongo que tenías dos dioses a los que servías con todo tu corazón, el Padre Técnica y la Madre Rusia. —Deslizó la mano hasta ponerla sobre la suya—. Volviste —dijo— y a nadie le importó.

Él asintió, mordiéndose el labio inferior.

—¿Es por eso por lo que desprecias a las mujeres de hoy? —preguntó ella.

Se sobresaltó.

—¡No! ¡Nunca!

—¿Por qué entonces ninguna de tus uniones ha durado más allá de una semana o dos, a veces un solo turno? —le desafió ella—. ¿Por qué sólo estás relajado y alegre entre hombres? Creo que no te preocupas de conocer a la mitad de la especie humana más que como cuerpos. No crees que haya nada más que valga la pena conocer. Y lo que dijiste hace un minuto, sobre mujerzuelas…

—Volví de Delta Pavonis deseando una verdadera esposa —contestó él como si lo estrangulasen.

Lindgren suspiró.

—Boris, los modos cambian. Desde mi punto de vista, creciste en un período de puritanismo irracional. Pero fue una reacción a una facilidad anterior que quizás había sido excesiva; y antes… No importa. —Escogió las palabras con cuidado.

»El hecho es que el hombre nunca se ha guiado por un solo ideal. El entusiasmo de masas de cuando eras joven dio lugar a un clasicismo racionalista y frío. Hoy eso está quedando ahogado por un cierto tipo de neorromanticismo. Sólo Dios sabe adónde nos llevará. Seguramente no me gustará. No importa, surgen nuevas generaciones. No tenemos derecho a congelarlas en nuestro propio molde. El universo es demasiado amplio.

Fedoroff se quedó quieto tanto tiempo que ella empezó a levantarse para irse. De pronto se giró, le agarró la muñeca y la sentó de nuevo a su lado. Las palabras fueron difíciles.

—Me gustaría llegar a conocerte, Ingrid, como ser humano.

—Me alegro.

Él apretó la boca.

—Sin embargo, es mejor que te vayas ahora. —Se levantó—. Estás con Reymont. No quiero causar problemas.

—Yo también quiero que seas mi amigo, Boris —dijo ella—. Te admiro desde que te conocí. Coraje, competencia, amabilidad… ¿qué más puede admirarse en un hombre? Desearía que aprendieses a mostrar esas cualidades a tus compañeras.

Él la soltó.

—Mejor te vas.

Ella lo miró.

—Si lo hago —le preguntó—, y hablamos en otra ocasión, ¿estarás cómodo conmigo?

—No lo sé —dijo—. Espero que sí, pero no lo sé.

Ella pensó un poco.

—Intentemos asegurarnos —le sugirió finalmente con amabilidad—. No tengo adónde ir en lo que me queda de turno.

6

Cada uno de los científicos de a bordo había planeado al menos un proyecto de investigación para que le ayudase a llenar el lustro de viaje. Glassgold estudiaba la base química de la vida en Épsilon Eridani 2. Después de montar el equipo, comenzó a someter a sus protófitas y cultivos de tejidos al proceso experimental. En su momento obtenía productos de reacción y necesitaba saber exactamente qué eran. Norbert Williams realizaba análisis para varias personas diferentes.

Un día a finales del primer año, Williams llevó el informe sobre las últimas muestras a su laboratorio. Se había acostumbrado a hacerlo en persona.

Las moléculas eran extrañas, y él se emocionaba tanto como ella y los dos discutían los descubrimientos durante horas. Poco a poco, las conversaciones derivaban a otros temas.

Ella lo recibió con alegría cuando entró. El banco de trabajo tras el que se encontraba estaba barricado con tubos de ensayos, matrices, medidores de pH, agitadores, mezcladores y demás aparatos.

—Bien —dijo ella—, me muero por saber qué metabolitos han estado produciendo mis bichitos.

—La mayor confusión que he visto nunca. —Le pasó un par de páginas unidas—. Lo siento, Emma, pero vas a tener que repetirlo. Una y otra vez, me temo. No puedo trabajar con esas microcantidades. Esto requiere todos los tipos de cromatografía que tengo, más difracción de rayos X, además de las pruebas de enzimas que he puesto ahí, antes de aventurar ideas sobre las fórmulas estructurales.

—Ya veo —contestó Glassgold—. Lamento darte más trabajo.

—Nada, para eso estoy, hasta que lleguemos a Beta 3. Me volvería loco si no tuviese algo que hacer, y tu proyecto, sinceramente, es el más interesante de todos. —Williams se pasó una mano por el pelo; la camisa chillona se arrugó en el hombro—. Aunque, para serte franco, no entiendo lo que significa para ti además de un pasatiempo. Es decir, están estudiando los mismos problemas en la Tierra, con más personal y mejores equipos. Habrán resuelto tu acertijo antes de que nos detengamos.

—Sin duda —dijo ella—. ¿Pero nos enviarán los resultados?

—Supongo que no, a menos que preguntemos. Y si lo hacemos, seremos viejos o estaremos muertos antes de que llegue la respuesta. —Williams se inclinó hacia ella—. La cuestión es ¿por qué debería importarnos? Sabemos que la biología que encontremos en Beta 3 no se parecerá a esto. ¿Te mantienes en forma?

—En parte —admitió ella—. Creo que tendrá valor práctico. Cuanto mayor sea mi visión de la vida en el universo mejor podré estudiar el caso particular del lugar a donde vamos. Y de esa forma sabremos antes, con mayor seguridad, si podemos construir nuestro hogar allá y decirles a otros que nos sigan desde la Tierra.

Él se acarició la barbilla.

—Sí. Supongo que tienes razón. No había pensado en eso.

El asombro sobresalía bajo aquellas palabras prosaicas. La expedición no iba simplemente a mirar: no con aquellos costes en recursos, trabajo, habilidades, sueños y años. Ni tampoco podían esperar encontrar algo tan fácil de ocupar como América.

Como mínimo, aquella gente pasaría otro lustro en el sistema Beta Virginis, explorando sus mundos con los vehículos auxiliares de la nave, añadiendo lo poco que pudiesen a lo poco que la sonda orbital había recogido. Y si el tercer planeta era realmente habitable, nunca volverían a casa, ni siquiera los astronautas profesionales. Vivirían sus vidas, posiblemente también sus hijos y nietos, explorando sus múltiples misterios y enviando sus descubrimientos a las mentes ansiosas de la Tierra. Porque cualquier planeta es un mundo, infinitamente variado, infinitamente secreto. Y aquel mundo parecía ser tan terrestre que las cosas extrañas que contuviese serían aún más vívidas e interesantes.

La gente de la Leonora Christine era clara en su ambición por establecer ese tipo de base científica.

Sus esperanzas a largo plazo era que sus descendientes no encontrasen razones para volver: que Beta 3 pasase de ser una base a ser una colonia y a convertirse en Nueva Tierra, y en un punto de salto para el siguiente viaje a las estrellas. No había otra forma de que los hombres poseyesen la galaxia.

Como si le intimidasen un poco esas imágenes que la invadían, Glassgold habló, enrojeciendo un poco:

—Además, me importa la vida en Épsilon Eridani. Me fascina. Quiero saber… qué la hace funcionar. Y como dices, si nos quedamos es poco probable que recibamos las respuestas en el curso de nuestras vidas.

Él se quedó en silencio, jugueteó con un equipo de titulación, hasta que el motor y la respiración de ventilación, los penetrantes olores químicos, los colores vivos de los reactivos y colorantes se hicieron evidentes. Finalmente se aclaró la garganta.

—¡Uh!, Emma.

—¿Sí? —Ella parecía sentir la misma timidez.

—¿Qué tal si te divirtieras un rato? Ven conmigo al club para tomar algo antes de la cena. De mi ración.