—¿Qué vamos a hacer? —gritó Lindgren de pronto.
—Me temo que muy poco. —Telander se acercó al visor—. ¿Se puede ver algo por aquí?
—Apenas. Creo. El cuarto cuadrante. —Ella cerró los ojos y se volvió.
Él asumió que se refería a la proyección justo al frente y miró hacia allí. Con un gran aumento, el espacio saltó sobre él. La escena estaba algo borrosa y distorsionada. Los circuitos ópticos no podían compensar exactamente esas velocidades. Pero vio estrellas, diamantes, amatistas, rubí, topacios, esmeraldas, el tesoro de Fafnir. Cerca del centro ardía Beta Virginis. Debería haber tenido el aspecto del Sol, pero el desplazamiento espectral la teñía de azul. Y, sí, en el borde de la percepción… ¿ese hálito? Esa nubecilla de humo, ¿podía destruir a la nave y sus cincuenta vidas humanas?
El ruido lo sacó de su concentración: gritos, patadas, los sonidos del miedo. Se enderezó.
—Mejor voy a popa —dijo con voz plana—. Debo hablar con Boris Fedoroff antes de dirigirme a los demás. —Lindgren se movió para unirse a él—. No, vigile el puente.
—¿Por qué? —Su estado de ánimo le sorprendió—. ¿Ordenanzas?
Él asintió.
—Sí. No ha sido relevada. —Parte de una sonrisa tocó su rostro delgado—. A menos que crea en Dios, las ordenanzas son todo el consuelo que nos queda.
En aquel momento, los adornos y murales del gimnasio-auditorio no tenían más sentido que los resultados del baloncesto o que las ropas brillantes de la gente. No habían tenido tiempo de sacar sillas. Todos estaban de pie. Todas las miradas se fijaron en Telander mientras subía al escenario. Nadie se movió sino para respirar. El sudor brillaba en los rostros y podía olerse. La nave murmuraba alrededor.
Telander puso los dedos sobre el atril.
—Damas y caballeros —dijo al silencio—, tengo malas noticias. —Habló con más rapidez—: Déjenme decirles que nuestras expectativas de supervivencia están lejos de ser desesperadas, según la información actual. Aun así, tenemos problemas. El riesgo se había previsto, pero por su propia naturaleza no podemos prevenirlo, en cualquier caso no en este momento todavía temprano de la tecnología Bussard…
—Al grano, ¡maldita sea! —gritó Norbert Williams.
—Tranquilo —dijo Reymont. Al contrario que la mayoría, que permanecía de pie agarrando manos masculinas y femeninas, él estaba alejado, cerca del escenario. Sobre el mono se había puesto la insignia de autoridad.
—No puede… —Alguien debió golpear a Williams, porque se calló de pronto.
La figura de Telander se puso más tensa.
—Los instrumentos han detectado… han detectado un obstáculo. Una pequeña nebulosa. Extremadamente pequeña, un montón de polvo y gas de no más de unos miles de millones de kilómetros de ancho. Se mueve a una velocidad anormal. Puede que sea el resto de algo mayor expulsado por una supernova, un resto que todavía se mantiene unido por fuerzas hidromagnéticas. O puede que sea una protoestrella. No lo sé.
»El hecho es que vamos a chocar con ella. En unas veinticuatro horas en tiempo de la nave. No sé tampoco lo qué sucederá entonces. Con suerte, puede que superemos el impacto sin sufrir daños serios. De otra forma… si los campos se sobrecargan demasiado y no pueden protegernos… bien, sabíamos que este viaje tenía sus peligros.
Oyó cómo la gente tragaba aire, al igual que él en el puente, y vio cómo los ojos se volvían blancos, los labios temblaban y los dedos dibujaban símbolos en el aire. Continuó:
—No podemos hacer mucho para prepararnos. Reforzar un poco, sí; pero en general, la nave ya es tan resistente como puede serlo. Cuando se acerque el momento, nos protegeremos con arneses de tensión o trajes espaciales. Así… ¿alguna pregunta? —La mano de Williams pasó disparada cerca del hombro del alto M'Botu—. ¿Sí?
La descortesía del químico mostraba más indignación que miedo.
—¡Capitán! La sonda robótica no encontró ningún peligro en esta ruta. Al menos, no envió ninguna información al respecto. ¿No? ¿Quién es el responsable de que nos encontremos en esta situación?
Las voces se elevaron hasta la confusión.
—¡Silencio! —gritó Charles Reymont. Aunque no lo dijo muy alto, expulsó el aire de los pulmones de tal forma que causó impresión. Le dedicaron varias miradas resentidas, pero se restableció el orden.
—Creí haberlo explicado —dijo Telander—. La nube es diminuta para estándares cósmicos, no emite luz y es indetectable a grandes distancias. Posee una gran velocidad, cientos de kilómetros por segundo. Por tanto, aún suponiendo que la sonda siguiese una ruta idéntica a la nuestra, la nebulosa hubiese estado lejos de su camino en aquel momento. Recuerden que eso fue hace más de cincuenta años. Más aún… podemos estar seguros de que la sonda no siguió exactamente nuestra trayectoria. Además de los movimientos relativos del Sol y Beta Virginis, hay que considerar la distancia intermedia. Treinta y dos años luz es más de lo que nuestras pobres mentes pueden imaginar. La mínima variación en la curva que se toma entre estrella y estrella significa una diferencia de muchas unidades astronómicas en el medio.
—No se podía haber predicho —añadió Reymont—. Las probabilidades de encontrarnos con algo así eran muy pequeñas. Pero a alguien tiene que tocarle de vez en cuando.
Telander se enderezó.
—No le di permiso para hablar, condestable —dijo.
Reymont se puso rojo.
—Capitán, intentaba agilizar la reunión, para que ningún idiota le tenga aquí explicándonos lo obvio hasta que choquemos.
—No insulte a sus compañeros, condestable. Y espere a que se le dé permiso antes de hablar.
—Pido el perdón del capitán. —Reymont cruzó los brazos y adoptó una expresión neutra.
Telander habló con cuidado.
—Por favor, no teman hacer preguntas, no importa lo elementales que parezcan. Todos conocen la teoría de la astronáutica interestelar. Pero yo, que la ejerzo como profesión, sé cuán extrañas son las paradojas, lo difícil que es meterlas en la cabeza. Es mejor si todos entienden a qué nos enfrentamos… ¿Doctora Glassgold?
La bióloga molecular bajó la mano y habló con timidez.
—No podemos… es decir… objetos nebulares como ése serían considerados alto vacío en la Tierra. ¿No? Y nosotros… nosotros nos movemos algo por debajo de la velocidad de la luz y vamos más rápidos cada segundo. Por tanto tenemos más masa. Nuestra tau inversa es de quince en estos momentos, creo. Eso quiere decir que nuestra masa es enorme. ¿Cómo puede detenernos un poco de polvo y gas?
—Buena observación —contestó Telander—. Si tenemos suerte, la atravesaremos sin sufrir daños muy grandes. No por completo. Recuerden, el polvo y el gas se mueven a igual velocidad con respecto a nosotros, con el correspondiente incremento en su masa.
»Los campos de fuerza deben actuar sobre ellos, dirigiendo el hidrógeno al sistema de impulsión y desviando la materia lejos del casco. Esa acción ejerce una reacción sobre nosotros. Más aún, se realiza con mucha rapidez. Lo que los campos pueden hacer en, digamos, una hora, pueden no ser capaces de hacerlo en minutos. Debemos esperar que sean capaces, y que los componentes materiales de la nave puedan soportar la tensión.
»He hablado con el ingeniero jefe Fedoroff en su puesto. Cree que es probable que no suframos grandes daños. Admite que su opinión es simple extrapolación. En la era de los pioneros se aprende principalmente por experiencia. ¿Señor Iwamoto?
—¡Chsss! Doy por supuesto que no hay posibilidades de evitarla. Un día a bordo es equivalente a dos semanas en tiempo cósmico, ¿no? ¿No tenemos oportunidades de bordear esta nebu-nebulosa?